Tomemos por un lado todo el universo de esa luna habitable llamada Pandora en tres dimensiones, los Na’vis celestes y con cola, y la conciencia ecológica y anti colonialista pseudo new age, todas cualidades incluidas en la primera parte de Avatar (2009), la película de James Cameron que ganó los premios Oscar en las categorías de mejores efectos visuales, mejor dirección artística y mejor fotografía, y que se transformó en la más taquillera de todos los tiempos, al superar a Titanic, también dirigida por Cameron. A eso le sumamos citas a Moby Dick, la inmortal novela de Herman Melville; a El mundo de Jacques Cousteau; a la estética de las tribus maoríes y, en algunas escenas de acción, a la propia Titanic, el resultado es Avatar 2: El camino del agua, la segunda parte de una saga que promete extenderse en 2024, 2026 y 2028. Sin dudas, el proyecto más ambicioso de quien también supo dirigir Terminator 1 y 2 y Alien 2.
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Lo primero que hay que decir es que Avatar 2 dura la friolera de 192 minutos. O sea, casi tres horas y cuarto, lo que puede llegar a espantar a aquellos espíritus inquietos o impacientes dentro de una sala de cine. A favor, cabe decir que no sólo esas casi tres horas y cuarto se pasan volando, sino que también la tecnología 3 D ha evolucionado de un tiempo a la fecha de tal manera que aquellos recuerdos de dolores de cabeza o mareos durante la proyección han quedado en el olvido, y enhorabuena. El uso del 3 D, en este caso, se encuentra ciento por ciento justificado: la experiencia de que se vive es inmersiva por completo, y el disfrute es total, más que nada en las escenas que transcurren debajo del océano.
Una posible invasión castrense terrícola a Pandora (la Tierra de a poco se transformó en un lugar casi inhabitable) hace que la familia encabezada por Jake Sully (Sam Worthington) y su esposa Neytiri (Zoe Saldaña) huyan de su lugar en el mundo, perseguidos por el militar Quaritch (Stephen Lang), que se ha metamorfoseado con los Na’vi en cuanto a sus usos y costumbres. De este modo, los Sully encuentran refugio en una zona de arrecifes con habitantes viven en permanente interacción con el agua, y cuyos líderes Tonowari (Cliff Curtis) y Ronal (Kate Winslet), tras una serie de cabildeos, aceptan recibirlos.
Así es como los Sully, habitantes del bosque, deben aprender a comprender las bondades y los peligros del mar. Y así es como hacen su aparición las Tulkun, una especie de ballenas que hacen que Cameron le dé rienda suelta a hermosas imágenes acuáticas que se potencian al ser observadas en tres dimensiones.
Pero, claro, la calma muta a tormenta, y pasan cosas en la película, que no serán develadas en este texto. Sólo decir que en el último tercio de la película ese mundo submarino que parecía extraído de filmaciones de archivo del célebre barco Calypso de Cousteau mutan a los conflictos que imaginó Melville entre Ismael, el Capitán Ahab, Starbuck y la gran ballena blanca, con la épica de Titanic en el medio y un Cameron que aún demuestra que filma escenas de acción como nadie.
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Como ya se dijo, Avatar es una saga que continuará, por lo que el final queda abierto. James Cameron, una vez más, como hizo con las historias de Terminator y Alien, demuestra que segundas partes pueden ser buenas y superar a las primeras. Y que el cine, como experiencia, aún es imbatible. Avatar 2: El camino del agua está llamada a romper con todos los récords de su antecesora, y sumerge al espectador a un mundo de fantasía por más de tres horas. En estos tiempos de hiperconexión y redes sociales, para usar una frase juvenil, es un montonazo. Y está bien que así sea.
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