Una niña de diez años como protagonista de una película que da cuenta de las andanzas de una niña prostituta y su madre en un burdel a comienzos del Siglo XX, escenas eróticas incluidas. Palabras más, palabras menos, ese es el argumento de Pretty Baby (1978), el primer film que el director francés Louis Malle rodó en los Estados Unidos, con Brooke Shields (la criatura en cuestión) en el papel principal, Susan Sarandon y Keith Carradine secundándola, y la canción principal escrita por Blondie. Pretty… fue estrenada en el Festival de Cannes, y fue el puntapié inicial para la transformación de Brooke como una estrella indiscutida. El único problema era que, repetimos, ella tenía sólo diez años de edad y que luego, antes de llegar a la mayoría de edad, filmaría no sólo otras películas con contenido sexual (La laguna azul, Amor eterno) como también una célebre campaña publicitaria de pantalones Calvin Klein, en donde declamaba que entre sus jeans y ella no había… nada.
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La historia de Brooke Shields es un documental de dos capítulos de poco más de una hora cada uno de duración que narra el derrotero de la vida de Shields, y que se puede ver a través de la plataforma de streaming Star +. Con una narración ciento por ciento convencional de fondo, e imágenes de archivo extraordinarias (tanto personales como de publicidades o de detrás de escena de películas), el foco es la relación de Brooke (hoy una señora de 57 años) con su madre, que fue la persona que la transformó en lo que fue en la década del 80. Y lo interesante del registro, autorizado por la propia protagonista, es como se muestra ella y como recuerda a su mamá. O sea: ni Brooke se cuenta a sí misma como una víctima de abuso (lo es, de varias maneras) ni acusa a su madre de haberla explotado (lo hizo). Y, en algún momento, se hace hincapié a que hoy en día, de otra manera y gracias a las redes sociales como Instagram o Tik Tok, todavía hay chicas menores de edad que viven situaciones parecidas a la que vivió Shields.
Hay cuatro personas que quedan muy mal paradas a lo largo de La historia de Brooke Shields. La primera, como ya se ha dicho, es su madre. La segunda es Michael Jackson, a quien se la vinculó en los 80 (recordar esa entrega de los Grammys a la que asistieron juntos), y quien quiso sacar provecho personal para una relación amorosa que jamás existió. La tercera, en menor medida, es André Agassi, su primer esposo. Shields cuenta una escena de celos del ex tenista bastante violenta pero, asimismo, deja en claro que su separación fue en buenos términos. Y la última es Tom Cruise, que la cuestionó a través de la prensa cuando Brooke publicó un libro sobre su depresión post parto. La respuesta de la actriz fue una carta de lectores en el New York Times tan sólida que el protagonista de Top Gun tuvo que disculparse públicamente.
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Al recordar toda la cuestión de su virginidad como un asunto mundial se muestra al pasar una imagen de Nancy Reagan, y esa es la clave de La historia de Brooke Shields: ella es y fue, a su manera, un fiel reflejo de esa época. Basta con ver sus peinados tan fechados o recordar la cruzada moral que llevó a cabo Tipper Gore contra los músicos de rock por aquel entonces, que mereció una respuesta histórica en el Congreso de los Estados Unidos por parte de Frank Zappa (“Si masturbarse no es ilegal, ¿por qué es ilegal cantar sobre la masturbación?”). Ver el rostro de Brooke hoy, con esas arrugas que delatan el paso del tiempo, la refleja mucho mejor que a varios íconos pop contemporáneos, lo que no es poco decir.
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