“Viejo es el viento y aún sigue soplando”. No se sabe a ciencia cierta de quien es este dicho tan certero, si se puede decir que quien más hizo en popularizarlo fue el boxeador panameño Roberto “Mano de Piedra” Durán, al se interrogado por su avanzada edad en uno de sus innumerables regresos a los cuadriláteros. Lo que sin ninguna duda se puede afirmar es que la frase le calza de manera perfecta a la saga cinematográfica de Indiana Jones, que con el estreno de El dial del destino, por quinta vez, cuenta las aventuras del arqueólogo Henry Walton Jones Jr., encarnado, como siempre, por el gran Harrison Ford. Pero la eternidad del viento, en este caso, termina chocando con la finitud de la vida: los 81 años que el actor cumplirá el próximo 13 de julio hacen pensar que esta es la última vez que lo veremos como Indy, con el sombrero y el látigo que son parte de su uniforme desde Los cazadores del arca perdida (1981).
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Si todo es como parece ser, El dial del destino es una despedida acorde a la leyenda cinematográfica de Indiana Jones, tras el traspié que significó El reino de la calavera de cristal (2008), su entrega anterior. Ya desde el comienzo vemos a un joven Indy pelear contra los nazis en plena Segunda Guerra Mundial. Claro que Ford luce más joven y con una destreza física que es la envidia hasta de un veinteañero, y allí es donde todo el trabajo realizado con Inteligencia Artificial hace que, por supuesto, aceptemos gustosos el engaño, porque esto es cine de acción del bueno. Luego, tras la ¿resolución? del conflicto, pasamos en un salto temporal a 1969, donde se puede a un Jones retirado y aburrido en su rol de profesor universitario. Pero la aparición de su ahijada (Phoebe Waller-Bridge, en un papel brillante) y la búsqueda por parte de unos nazis sobrevivientes (los que enfrentaron a Indy al inicio del film) de un objeto super poderoso, dividido en dos mitades, y creado nada más y nada menos que por Arquímedes en el Siglo III A.C., hacen que la acción se traslade a Tánger, a Grecia y a Sicilia.
Persecuciones a granel desde vehículos inverosímiles, tiroteos por doquier con cualquier clase de armas, guiños a momentos anteriores de la saga y ese humor que siempre tuvo la tradición de Indiana en todas sus películas. Nada de esto falta, y más allá que ni Steven Spielberg ni George Lucas figuren tras las cámaras ni los guiones (aunque si se reservaron el rol de productores ejecutivos) el mérito acá es del director James Mangold, cuyos pergaminos incluyen no sólo The Wolverine (2013) y Logan (2017), dos de las mejores películas de la saga de los X Men, sino que también antes la remake del clásico western 3:10 To Yuma (2007) y la gran Ford vs. Ferrari (2019), protagonizada por Matt Damon y Christian Bale, y ganadora al Oscar por Mejor Montaje. El estadounidense supo apropiarse de Indy pero sin faltarle el respecto, y eso es algo que todos agradecemos.
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El dial del destino debería ser el último acto de un conjunto de películas que han hecho felices a varias generaciones de personas de todas las edades. El condicional se aplica porque ya hemos visto las derivaciones que tuvo Star Wars para adelante y para atrás, con resultados muchas veces cuestionables. Solo nos queda agradecer por tantos hermosos momentos vividos en el cine a Harrison Ford y compañía (mención especial, claro, a Mr. Sean Connery en La última cruzada de 1989), y esperar que, tal como la pelota, ni el sombrero ni el látigo de Indiana Jones, en un futuro, se manchen. Que así sea.
