Ya se ha dicho mil millones de veces, y en la introducción de este texto se vuelve a decir: pocas ceremonias son más lindas que ir a una sala de cine. Vivir de manera colectiva toda clase de emociones en un mismo lugar a través de una pantalla enorme es un hecho incomparable. Así como un futbolero o, mejor dicho, un argentino, puede recordar con memoria fotográfica donde y con quien vio la consagración de la selección argentina de fútbol en el mundial de Qatar 2022, muchos nos acordamos sin que sea una gesta patriótica quien nos llevó por primera vez a una sala de cine, que película vimos y, algo muy importante, que hicimos después de haber visto el film en cuestión.
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En este caso, la asociación es entre televisión y cine. Y, entonces, ahí está el recuerdo de esa bomba a punto de explotar en la tele al arrancar cada capítulo de Misión imposible, acompañado, claro, por los inmortales acordes compuestos por nuestro compatriota Lalo Schifrin. Y acá está Tom Cruise, de un tiempo a la fecha amo y señor (o sea, actor principal y productor) de la versión cinematográfica de la saga. Sin exagerar, la principal figura de la industria en estos momentos. Así como en la Argentina se dice que una película protagonizada por Ricardo Darín es garantía de éxito de taquilla, el mismo razonamiento se puede aplicar para Cruise pero a nivel mundial. Y si encima le sumamos su negativa a utilizar dobles de riesgo en las escenas de acción, la satisfacción para cualquier amante del acto de sentarse en una butaca a recibir una historia en forma de película está garantizada. Poco importa si lo que veremos es real o no: lo que importa es que sea verosímil. Y que durante un par de horas y media nada más importe que lo que vemos en la sala.
Todo eso ocurre, y más también, en Misión imposible: Sentencia mortal (Parte Uno). Ethan Hunt (Cruise) y sus amigos deben recuperar una llave que desactiva el código fuente de una inteligencia artificial situada en un submarino hundido en las profundidades del mar. A continuación, tendremos escenas de super acción en el desierto, en Roma (una persecución automovilística a bordo de un Fiat 600) y en Venecia, y en un tren (citas homenajes a Agatha Christie y Patricia Highsmith incluidas), entre otras cosas. Hay imágenes de duelos que recuerdan a los viejos buenos westerns, hay chistes excelentes, hay cargadas a otras sagas a las que no les fue tan bien tanto en venta de entradas como tampoco con la crítica (¡Hola, Matrix!), y hay un mensaje que parece pavote pero que no lo es tanto: existe un mundo offline que muchas veces es más atractivo y seguro que el que nos brinda la Red de Redes. Los verdaderos héroes del film, más allá de las proezas físicas a las que nos tiene acostumbrados Hunt / Cruise, son los artesanos: el amigo que le dice que tiene que trabajar desconectado para que esa IA no pueda descifrar sus pasos futuros, o la ladrona especialista en hurtos al mejor estilo de una carterista, que por su ambición se queda envuelta en un lugar difícil de querer desear.
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Como bien se escribió más arriba, esta es la primera de dos partes y, muy probablemente, el fin de la saga / franquicia de MI con Cruise como mandamás del asunto. Y está bien que así sea. Sólo nos queda esperar al año que viene para que, de una vez por todas, lo podamos ver salvar una vez más a toda la humanidad. Eso sí: que, tanto en esta oportunidad como en la siguiente, que esa posibilidad de fin del mundo nos encuentre en una sala de cine. El mejor lugar para comprobar que seguimos vivitos y coleando.
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