De «Un Correo de Esteban Schmidt»
Ayer fue un día muy difícil, nuestro amigo Franco Rinaldi debió renunciar a su candidatura a diputado de la Ciudad, menos de quince días después del cierre de listas. Aquel sábado que firmó su nominación nos había colmado de emoción, como amigos, por su logro personal, y de alegría, como ciudadanos, porque sabiendo de sus condiciones entendimos que su presencia en el hemiciclo del Concejo Deliberante iba a perfeccionar y colorear ese inframundo gris y siniestro en el cual se decide, entre otros detalles, tapar el cielo de la ciudad, en acuerdo con los llamados desarrolladores urbanos.
Nos quedaremos con las ganas, y ciertamente hay cosas mucho peores.
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Franco está desde hace algunos meses con cuidadores buena parte del día porque sus últimas fracturas le impiden manejarse con soltura, tanto sea para bañarse como para poner la pava para el mate. Por la mañana, sintió algo que no le gustó en una de sus piernas, el acumulado de estrés sobre el cuerpo le estaba mandando una señal. Y más tarde llegó la nueva carga misilística, con la misma metodología: Twitter, escándalo en la cámara de eco, Infobae, y algún personaje ilustre que pise el palito y funcione de cazabobos -ayer el papel lo cumplió el economista Pablo Gerchunoff- y el llamado desde las profundidades para que los periodistas de todos los portales levanten la historia de Twitter; luego, las exageraciones.
A las seis de la tarde, políticos estresados, sin más reacción que las obvias, le hicieron ver cuán conveniente sería que diera un paso al costado y Franco, jugador de equipo, lo dio. Escribió un tuit de renuncia en el que no olvidó a su familia que en Salta estaba sufriendo el maltrato hacia su hijo y hermano, y en el que además agradeció a Macri haberlo convocado para la lista y a quien ahora liberaba para que no cargue con el remolino que levantó la manipulación artera que hicieron de viejos videos suyos.
Franco Rinaldi no tiene plata ni poder para defenderse y, por tales carencias, está más expuesto a ser maltratado que la mayoría de quienes están en la política. Por otro lado, su prestigio hecho en base a su carisma descomunal, su conocimiento del mundo aerocomercial -que no tiene competidor en la Argentina- y la capacidad de explotar todos los talentos que no requieren del uso del esqueleto, está siempre en entredicho por los prejuicios que su discapacidad despierta. Franco puede hacerse un traje con el modisto italiano de Silvio Berlusconi, si lo pudiera pagar, que no puede, pero aún así le cuesta que mucha gente lo tome en serio, como lo toman, por ejemplo, a Gerchunoff. Le tocan la cabeza sin permiso, como si diera suerte; le dicen Franquito, como si fuera un nene eterno.
Esta es la tercera vez que el PRO hocica ante una campaña de medios sostenida básicamente en imposturas de sus verdugos. Primero fue con Abel Posse, luego con Darío Lopérfido y ahora con Rinaldi. El platal reunido y utilizado para hundirlo maridó con el gasto cero de la campaña de Macri para que esto no crezca, no pase, o se diluya por efecto de otras acciones propias. Una operación tan grotesca que podía verse desde Urano los dejó tiesos. ¿Lo decidió el candidato? ¿Lo pidió la señora Patricia? Como diría Carlos Pagni: son preguntas que nos hacemos. No se sabe si rezaron novenas para que dios restableciera las reglas de juego o qué, pero no hicieron nada para contrarrestar el ataque.
Después de la primera carga viral, Franco fue forzado a pedir disculpas. Lo cual él sabía y muchos sabíamos que era un error en el mismo momento que lo hacía. Franco no tenía de qué disculparse. No hizo ningún mal, hacía un streaming en el que, con toda la furia, podían haber doscientas personas siguiéndolo al mismo tiempo, mayoría de amigos, viejos compañeros de facultad, un cumple grande y barato. La mayoría de estos streamings se hicieron cuando vivíamos bajo el régimen de reclusión que decidió el gobierno nacional durante la llamada pandemia y que en la ciudad instrumentó el alfil de los fabricantes de vacunas, el señor Larreta, a quien no quiero dejar de expresarle mi admiración por su tremenda vocación de poder que le permite realmente saltearse cualquier consideración por los modales.
Un streaming no está bajo ninguna regulación, ninguna, y en una sociedad que se presuma y desee abierta, uno dice lo que se le antoja en su ámbito privado. Y eso que dice no vale como declaración pública. Incluso en público decimos lo que se nos antoja. En Inglaterra se puede hablar mal del rey, en Italia mal de dios, aunque en Irán no se puede hablar de Mahoma y, es cierto que tampoco en Francia porque te asesinan. En Israel hay antisionistas, y pueden circular perfectamente y en Argentina también está lleno de antisionistas que es la forma lavada de ser antisemitas. Algunos de ellos funcionaron ayer como gatillos para sostener lo más increíble del mundo: el antisemitismo de Rinaldi, quien es tal vez el mejor amigo del Estado de Israel que tenga la Argentina, y que festejó como un gol cuando el presidente Trump decidió la mudanza de la embajada americana de Tel Aviv a Jerusalem.
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Desde otro cuarto, Quimey me pide agregar esto que acaba de escribir, si quiero. Y quiero:
“Franco nació en Salta con una enfermedad llamada osteogénesis imperfecta o huesos de cristal que se fracturan de la nada porque son cien veces más frágiles que los nuestros.
Una de las últimas veces que se fracturó fue porque le dieron un fuerte apretón de manos en una reunión política.
Franco vive solo en un departamento muy modesto de un ambiente en Palermo. Desde ahí emitía su Café Con Franco, un streaming para amigos en que el desplegaba todas sus condiciones para hacer pensar y hacer reír. Una vez invitó a Leandro Despouy a su programa y este quedó cautivado por Franco. Dijo literalmente que quería que sea el comunicador de los informes de la AGN, porque era muy claro, y tenía un talento. Así consiguió el trabajo que, insólitamente, también le reprochan. Segundo insólitamente: lo designaron dentro del cupo para personas con discapacidad, aún cuando le habían reconocido la capacidad.
Tuve la suerte de conocer también a su mamá. Y como madre y persona que vino del interior a Buenos Aires a los 18 años, le pregunté cómo había hecho para permitirle a su hijo tan frágil venirse a Buenos Aires a estudiar solo, a vivir solo, cómo hizo para no querer tenerlo entre algodones.
Su respuesta fue reveladora: Franco se escapaba de la casa en un triciclo a los 5 años a jugar fútbol con los amigos del barrio. Tenía un triciclo que hacía las veces de silla de ruedas. Y ganas de jugar como hacían todos los chicos de su edad. Después se escapaba al boliche y hasta insistió para irse de viaje de egresados a Camboriú, `ni aunque hubiera querido retenerlo allá’, me dijo su madre, ‘yo no hubiera podido, él siempre fue así’. También me dijo que cuando nació: “le cambiaba el pañal y lo fracturaba”.
Pero Franco nunca se victimizó y se propuso objetivos grandes: estudió Ciencia Política en la UBA, no me puedo imaginar la dificultad para moverse en esa facultad con una silla de ruedas y, sin embargo, logró recibirse y ser un alumno destacado por su compromiso y verdadero interés en la materia que estudiaba.
Así fue que en la Radio UBA lo invitaron a tener su propio programa de radio “Francotransmisor” en el cual hablaba de política y entrevistaba a funcionarios. Desde que lo conozco se fracturó, seguro, más de veinte veces. Lo he acompañado en la calle a tomar taxis que no le paran a él, por ir en silla de ruedas. ¿Alguien ve personas en silla de ruedas en los transportes públicos de la Argentina? ¿Por qué será?
Funcionarios responsables de estas vergüenzas se metieron ahora con Franco. Que él nunca se haya victimizado no quiere decir que el padecimiento real no exista. Entrar al quirófano más de 100 veces y estar sometido a médicos, hospitales, tratamientos. Y trámites injustos, muchas veces, como tener que renovar su certificado de discapacidad. Ir a decir todos los meses que sigue siendo discapacitado. Funcionarios responsables de tomar estas decisiones se metieron ahora con Franco por su streaming.
A su primer libro “El niño del Año”, lo presentaron Horacio González y Fabián Casas en la Biblioteca Nacional. De más joven fue a la mesa de Mirtha Legrand cuando hizo una nota para pedir por rampas en el edificio en el que vivía al lado de la facultad en la zona de Parque Centenario. Se interesó por la aeronavegación desde siempre y también escribió un libro sobre Aerolíneas Argentinas. Es invitado por empresas de aviación de todo el mundo a conferencias y seminarios.
Me conmueve y admiro todo lo que ha hecho Franco Rinaldi con su vida. Y me cuesta mucho entender cómo es posible que personas poderosas, en cuanto a los lugares que ocupan, el dinero que administran y el poder sobre los demás, los años que llevan en el mundo de la política, se metan con Franco.
A diferencia de los que lo atacan, Franco se ganó su lugar por sus propios méritos, por desplegar su propio talento.
Me parece ruin, bajo, falto de inteligencia y de humanidad.”
Y ya termino.
El linchamiento, compañeros, busca la desfiguración de la persona, volverla impresentable, transformarla en alguien sin valor y a quien sus propios amigos rechacen por aquello en que lo transformaron. Es lo que pasó de punta a punta en diez días. Como hacían los milicos cuando fajaban a algún detenido y luego lo sacaban del sótano y lo paseaban demacrado por las zonas que solía frecuentar para que vean lo que puede pasar si no sos un adocenado. Ya veis, lo que Martín Lousteau hizo con Franco no es nuevo, aunque es cierto que pocas veces se vio en democracia una fabricación tan cruel y con tantos recursos económicos asociados a la operación.
Tampoco es nuevo lo que los electores harán con Lousteau.
FIN
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