Es extraño, pero en un país como la Argentina, donde el fútbol es pasión de multitudes y donde muchas veces los barrasbravas, o sea la delincuencia disfrazada de hinchas, firman autógrafos como si se tratase de estrellas del espectáculo o del deporte, no hay literatura de ficción o de no ficción referida al tema. O sea: no hay libros como Hooligan del alemán Philipp Winkler (2017) o Este amor no es para cobardes del peruano Martín Ruiz Roldán (2016), donde se da cuenta de simpatizantes del Hannover 96 y del Alianza Lima, respectivamente, que parecieran disfrutan más de pelearse a las trompadas con rivales que de las gambetas de los jugadores de sus cuadros. ¿Tendrá que ver que en nuestro país las barras funcionan, más allá de los equipos, como PyMEs que hacen negocios con costados aledaños como estacionamientos o venta de comida en las canchas, y que casi todas tienen vínculos con distintos punteros políticos? ¿O simplemente es un tema menor para nuestros escritores?
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No tenemos respuesta a estos interrogantes. Y es por eso que, a priori, la aparición de una miniserie como Barrabrava, con ocho capítulos que se pueden ver por la plataforma de streaming Amazon Prime Video, prometía cumplir con esta carencia. Protagonizada por Gastón Pauls y Matías Mayer, acompañados por un reparto que incluye entre otros a Gustavo Garzón, Violeta Narvay, Miguel Ángel Rodríguez, Mónica Gonzaga, Angelo Mutti Spinetta y Neo Pistea, Barrabrava fue creada por el director Jesús Braceras (Monzón, Estocolmo). La historia da cuenta de las vicisitudes del ficticio Club Atlético Libertad del Puerto y de su, valga la redundancia, barra brava, liderada por El Tío (Garzón). La venta del jugador estrella del equipo a un equipo francés por diez millones de pesos hace que el jefe de la barra tome cartas en las decisiones del club, al exigirle a la dirigencia que el jugador juegue en el clásico barrial, sin olvidar que parte del dinero de la transferencia irá a parar a los bolsillos de Tío y sus secuaces. Pero una lesión que sufre el jugador en el partido hace que el pase se frustre, y que el Tío pierda su liderazgo entre los hinchas. Allí hacen su entrada El Polaco y César (Mayer y Pauls, respectivamente), dos hermanos que intentarán recuperar la jefatura de la hinchada, inspirados en las escenas de acción de Corazón valiente, film que cuenta con Mel Gibson en su rol principal, del que ambos son fanáticos acérrimos.
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Al hacer más foco en la familia que en las actividades delictivas y las conexiones políticas, Barrabrava pierde parte del atractivo previo, ya que esta última es la característica principal que diferencia a esta clase de simpatizantes de, por ejemplo, los hooligans ingleses o los ultras italianos, que son inadaptados sociales híper violentos y nada más. La inclusión del universo femenino dentro de la historia se hace de manera lateral (la esposa de un jugador que vuelve a jugar en el país tras un paso por el extranjero, encarnada por Liz Solari; el rol de Violeta Narvay como Ximena, la hija del Polaco, a quien su padre casi no conoce) y en un universo casi ciento por ciento masculino, está bien que así sea. Las locaciones (fue filmada en el Uruguay durante la pandemia) son de lo mejor de la serie. Y, por último, en las escenas de violencia falta la crudeza y la efectividad que se puede ver en, por ejemplo, Iosi, para citar una producción local que aborda un tema, como el de los servicios de inteligencia y sus vínculos espurios en tragedias como los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, tan difícil como el de las barras bravas. En definitiva: Barrabrava no gana ni pierde dentro del mundo de las series y el streaming. Lo suyo es un empate anodino y desparejo. Una lástima que un tema tan rico termine sin ser ni chicha ni limonada.
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