Lapachos: el árbol que reta al invierno

Lapachos
Créditos: Lapachos
Por: Graciela Barreiro

Mi amigo Pepe decía que empezó a entender a las plantas escuchando mis cuentos. Y que antes no les prestaba atención. Pero, a partir de ahí, cada vez que veía un estallido de flores en cualquier lugar del mundo me hacía llegar las fotos y las preguntas: y esto, ¿qué es?
En un viaje al Chaco quedó boquiabierto ante los lapachos rosados en flor en los últimos golpes del invierno, los primeros días de agosto. Es que nadie puede permanecer indiferente ante esa belleza. Florecen sobre las ramas desnudas de hojas con una impresionante cantidad de flores acampanadas de tonos rosa liláceo y garganta amarilla.

Aquellos del Chaco y los de Corrientes y los de Entre Ríos y los de Misiones, aunque crecieran en calles urbanas, eran conocidos entonces como Tabebuia ipe o lapacho negro. Los del noroeste, donde también pueblan las calles de ciudades en Salta, Tucumán o Jujuy, eran Tabebuia avellanedae o lapacho rosado. Pero no den a esto la menor importancia, porque todo ha cambiado, gracias al trabajo minucioso de botánicos y genetistas.

 

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Aquel Tabebuia avellanedae había recibido semejante nombre no por ser del conurbano sino por deberle a Don Nicolás Avellaneda, presidente argentino, el esfuerzo por el estudio y el cultivo de los lapachos encargado al botánico Paul Lorentz, un naturalista alemán que murió en Concepción del Uruguay tras haber estudiado la flora de la provincia de Entre Ríos con pasión. Se dice que se dejó morir de hambre cuando “supuestos idearios patriotas” lo echaron de su cargo por ser extranjero. Quizás merezca, en otro momento, un más profundo homenaje tras esa oscuridad nacionalista.

El caso es que al descubrir que también en Bolivia crecía el lapacho rosado, se le cambió el nombre por el de Tabebuia impetiginosa, menos argentino, más regional.

Volviendo a ellos, no solamente los hay rosados sino amarillos. Con otros nombres botánicos, hay lapachos amarillos en Brasil, en Bolivia, en Argentina. De diferentes portes, algunos son pequeños árboles y otros llegan a 25 o 30 m de altura. Sin embargo, todos florecen de manera profusa y dan a sus ambientes una característica única.

Producto de alguna oportuna mutación evolutiva –es probable- también aparecieron lapachos blancos. Su belleza es indecible. Su frecuencia, mucho más rara, porque es originaria de Brasil. Se los puede encontrar en el noroeste, casi siempre en ubicaciones más o menos urbanas, plantados por manos humanas, pero son la figurita difícil si andamos a la caza de los lapachos.

Cuenta la leyenda guaraní que cuando el dios Tupá les pidió a los árboles que alguno floreciera en el invierno, el único que se animó a enfrentar la seca y el frío fue el lapacho y que el dios premió su coraje con múltiples colores.
Entonces, hay lapachos rosados, amarillos y blancos, todos nativos de América Central y del Sur. En las laderas de los montes cubiertos de vegetación de selva de yungas, en el noroeste argentino, se ve cada tanto su llamarada rosada en julio y agosto. Y en la mata atlántica brasileña y la selva misionera, cada tanto se los descubre en flor por la misma época. No hay muchos: la buena calidad de la madera ha causado su sobreexplotación en los ambientes naturales.

 

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Sin embargo, su gran belleza y su plasticidad en ambientes diferentes como los de las ciudades ha promovido el cultivo y la plantación a gran escala. Las calles de Colón en Entre Ríos, las de Resistencia en Chaco, las de Salta, las de muchas ciudades y pueblos pequeños y hasta algunas de Buenos Aires, dan cuenta de esto.

Cuanto más al sur, más tarde florecen. En la ciudad en la que vivo, es ahora su momento: tímidos a fines de agosto, despliegan sus ropajes de lujo durante septiembre.

Ya ninguno de los antiguos conocidos –o casi- se llama Tabebuia. Llevan ya cientos de horas de discusión entre taxónomos para ponerse de acuerdo en cuál es cuál y quién en quién. Muchas de las especies originariamente conocidas con ese nombre ahora responden al más circunspecto Handroanthus (impetiginosus el rosado del NOA, heptaphyllus el rosado del NEA)

Pero eso es para esparcimiento de botánicos y taxónomos. La belleza de los lapachos, desde el norte del país hasta Buenos Aires, resiste a nombres difíciles y discusiones académicas.

 

 

 

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