Montage of Heck compila cintas caseras y demos del líder de Nirvana, en una edición autorizada por su viuda Courtney Love y su hija Frances Bean.
Por Pablo Strozza (@pstrozza)
Las ediciones discográficas post mortem de artistas emblemáticos de la música popular suelen venir acompañadas de polémicas de toda clase. Muchas veces vienen a suplir errores históricos, como el caso de las reediciones de los siete volúmenes de Pappo’s Blues en hermosos CDs con digipacks y textos ilustrativos del maestro Alfredo Rosso. Otras veces completan y amplían ciertas apreciaciones que se puedan tener de la obra del artista en cuestión, ya sea en el caso de canciones inéditas (Los amigo de Luis Alberto Spinetta) o de conciertos (ahí están los innumerables shows de Grateful Dead que aún continúan y continuarán apareciendo). Y en otras oportunidades, el olfato comercial de los herederos y las compañías priman por sobre cualquier apreciación.
En el caso de Montage of Heck: The Home Recordings de Kurt Cobain, una colección de treinta y una canciones registradas por el fallecido líder de Nirvana de manera casera, se combinan casi todas las opciones detalladas más arriba. La calidad de la reedición, autorizada por su viuda Courtney Love y su hija Frances Bean, es hermosa, con imágenes de dibujos y esculturas del segundo gran músico zurdo que parió la ciudad de Seattle (el primero, claro está, fue Jimi Hendrix). Montage…, a la vez, sirve para que los estudiosos del grunge puedan seguir sumando piezas al rompecabezas inconcluso que dejo Cobain con su suicidio. Y también hay un tufillo de oportunidad económica por parte de su familia y de su sello, más allá que el álbum actúe como banda de sonido de un documental de estreno incierto en la Argentina (pero que se puede apreciar en You Tube) y que tenga publicación criolla antes que la del filme.
Montage… no es el mejor disco para tomar contacto por primera vez con el trabajo de Cobain: para eso están los tres discos que editó en vida junto a Nirvana y su Unplugged (que vendría a llenar el casillero de los registros en vivo de los que se hablaba más arriba). El que nos ocupa no es un disco en sí, sino una colección de bocetos de todo tipo, que incluyen desde todo tipo, que incluyen desde canciones que luego fueron registradas junto al trío y que acá se presentan en estado embrionario (“Been A Son”, “Something In The Way”, “Frances Farmer Will Have Her Revenge On Seattle”) hasta covers (“And I Love Her” de Lennon y McCartney), pasando por fraseos de guitarra instrumentales (“The Happy Guitar”) o montajes vocales (“Kurt Audio Collage”). Muchas veces la calidad del audio no es la mejor, pero eso tiene que ver con que las grabaciones fueron efectuadas originalmente en cassettes y en una porta estudio de cuatro canales: un soporte que casi fue dejado de lado ante el abaratamiento de los programas de grabación profesionales que pueden ser cargados en cualquier computadora personal.
“El arte es una expresión y, para expresarse, uno necesita el 100% de libertad. El arte es sagrado. El punk rock es libertad”. Esta sentencia escrita por Kurt en sus Diarios es un resumen de su vida, de su filosofía de autenticidad que lo llevó a suicidarse como respuesta a su vacío interior. “El peor crimen que podría cometer sería estafar a la gente simulando que me divierto al 100%”, también dijo Cobain, y más allá de Montage Of Heck tiene esa cosa de fisgón que chequea los papeles privados de un muerto, también desprende un cierto costado de alegría al momento de la creación. Quizás ese sea el mejor sentimiento al recordar la figura de Kurt Cobain: la alegría de una persona que muchas veces supo ocultar eso tras una máscara, por cierto real, de angustia, dolor ( crónico de estómago) y frustración. Pensar en él así es un gesto que, donde quiera que se encuentre hoy, el zurdo sabría apreciar. Que así sea.