Cuando nos damos cuenta de que ese hijo no llegará tan fácil y corremos a los brazos de la ciencia en busca de ayuda, empezamos un camino turbulento. Llenamos nuestra agenda de turnos médicos, ponemos el cuerpo en estudios invasivos, vemos trastornarse nuestra vida íntima y de pareja y nos preguntamos ¿Por qué a mí? Somos muchos, no estamos solos entérate cómo transitarlo mejor.
Es difícil generalizar pero, en general, cuando nos encontramos con un diagnóstico de infertilidad, es decir, cuando después de un año de buscar un hijo con relaciones sexuales frecuentes sin métodos anticonceptivos un médico nos da su sentencia, nos revuelve un tsunami.
Sentimos frustración porque ese deseo tan fuerte de querer tener un hijo amenaza con quedar trunco y, aunque nos den alternativas esperanzadoras, pensamos en todos esos hijos que surgen sin tanta angustia y de una noche de placer, nos llenamos de bronca, nos preguntamos ¿Por qué a mí?
La Organización Mundial de la Salud ha definido a la salud reproductiva como “el estado general de bienestar físico, mental y social, y no una mera ausencia de enfermedad o dolencias, en todos los aspectos relacionados con el sistema reproductivo y sus funciones y procesos. Por ello, se debe tener en cuenta que la imposibilidad de procrear es una deficiencia que puede afectar en forma real y efectiva la calidad de vida, siendo que la salud reproductiva involucra la salud psicofísica de ambos cónyuges, además de su derecho a procrear”, sostienen desde la ONG Concebir.
No es fácil atravesar la infertilidad. Muchos médicos minimizan el problema porque no hay riesgo de vida. “Hay cosas peores”, te dicen algunos; otros más religiosos que “Dios no lo quiere”, algún tercero: “Tenés que soltar y va a llegar”. No hay certezas. Mientras tanto vos te aferrás a la esperanza de que con ayuda de la ciencia el embarazo el hijo llegará pronto, pensás que es sólo un desvío y corrés a los brazos de la medicina reproductiva en busca de ayuda.
“Cuando una mujer tiene que encarar por primera vez un tratamiento de fertilidad, generalmente llega con bastante frustración por no haber logrado el embarazo de forma espontánea. A veces con mucha angustia por haber recibido un diagnóstico médico que explica sus problemas reproductivos, pero también con un alto grado de ilusión por el comienzo de una nueva etapa: la medicina reproductiva puede ayudarme”, dice la psicóloga Laura Wang, especialista en medicina reproductiva.
No estamos solos. Con algunas variaciones, esto nos pasa a la mayoría de quienes nos topamos con este “martes 13”, como lo cuento en mi libro El deseo más grande del mundo. Testimonios de mujeres que quieren ser madres (Paidós), como se animó a contarlo María Julia aquí, en Border, o la periodista Milva Castellini.
Entonces empieza un camino en el que nuestra vida queda de alguna forma entre paréntesis, poniendo el cuerpo en tratamientos invasivos, llenando nuestra agenda de turnos médicos, esperando horas y horas en salas de espera desangeladas, recordándonos en voz alta o mentalmente que estamos allí por nuestra propia voluntad, pero queriendo en secreto salir corriendo.
Tal vez desistamos de cambiar de trabajo -si lo tenemos- porque no queremos perder los beneficios; posterguemos la idea de mudarnos, o nos hayamos mudado hace poco y pasemos cada día por “ese cuarto que espera”, el cuarto del hijo por venir, con cierta angustia. Seguramente cada pregunta de “¿Y? ¿Ustedes para cuándo” sea como una puñalada.
El promedio de las parejas tardan tres tratamientos de fertilidad, tres intentos, en lograr un embarazo, según la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva. Otras tienen más suerte; otras menos. Algunas se estancan años en esta búsqueda. Hay quienes logran convivir con ella de manera más fluida, hasta decir basta. No hay medidas respecto de hasta dónde llegar con los intentos. Depende de cada uno y de su subjetividad.
“Los centros de fertilidad son lugares de mucha ambivalencia. Por un lado es la solución a los problemas y al mismo tiempo, les recuerda que algo en su capacidad reproductiva no anda bien y necesitan ayuda”, comenta Wang. Y agrega: “Muchas veces el diagnóstico no es preciso (¿Tal vez la calidad ovocitaria? ¿O el grosor del endometrio? ¿La movilidad de los espermatozoides? ¿Será que tengo algo que impide la implantación?) Y todas las pacientes se ubican en una posición activa y se preguntan con ansiedad si tienen algo para hacer. La tendencia es a controlar: estudios, fechas, información. Pero creo que lo mejor que pueden hacer es (activamente) generar el espacio y las condiciones propicias para dejarse (pasivamente) fecundar por el deseo de maternidad que las llevó hasta allí”.
Somos muchos, cada vez más con la postergación de la maternidad. Una de cada seis parejas es el dato más conservador. Los números del sector, si bien no hay estadísticas oficiales, van en alza.
En su libro Auxilo el bebé no llega (Siglo XXI), las psicólogas Silvia Jadur y Viviana Wainstein dan una serie de sugerencias para atravesar esta etapa pensando siempre que ante la angustia que supone la no concreción de ese deseo, las personas «no infertilicen el resto de su vida». «No poder nunca es el principal, temor, la sensación de pánico de que el tiempo va pasando y que no se consigue. Hay que ofrecer tranquilidad, siempre se puede armar una familia, siempre», dice Silvia Jadur. «Hay muchas puertas para abrir, distintos tratamientos, desde sencillos a los de alta complejidad; cuando no hay óvulos que tengan capacidad de ser fertilizados o espermatozoides, se puede recurrir a la donación de gametas; y otra puerta para abrir es la adopción, que es otro camino para ser padres», agrega Wainstein.
La periodista Milva Castellini, que pasó años buscando a su primer hijo Martiniano, e incluso filmó y dio su testimonio audiovisual de todo el proceso, dice en el Prólogo de Cuidar la fertilidad (Paidós), el libro del doctor Sergio Pasqualini: «Vamos aprendiendo a medida que hacemos camino. Cuando comenzamos un tratamiento de fertilización, no tenemos ni idea de todo lo que nos espera. No sabemos aún todo lo que hay que afrontar.(…) A veces se trata de volver a intentarlo, de confiar, de relajarse, de bajar la ansiedad pero no los brazos».
Otro tema es la pareja, que muchas veces se desgasta irremediablemente, que ve trastornada su vida íntima, en las que muchas veces hay diferencias en la intensidad del deseo y en hasta dónde están dispuestos a llegar. Castellini cuenta: «Por entonces la búsqueda nos había desgastado como pareja. Necesitábamos volver a estar bien, tranquilos, bajas las tensiones y la angustia. Estaba claro que así como estábamos no podíamos seguir». «Que alguien tenga el coraje de inventar un Kamasutra con la posiciones más probables para la fecundación. Intertilidad y erotismo deberían ser declarados antónimos por la Real Academia Española», me río del tema en mi libro, mientras cuento mi experiencia.
Después de haber hablado con muchas mujeres para escribir El deseo más grande del mundo me quedo con una frase de Alejandra, quien perdió varios embarazos antes de la llegada de sus dos hijos, que tal vez pueda ayudarte. Cuando su abuela, que siempre fue su faro, la conminó a seguir adelante y a seguir intentando, ella sintió que no la entendía, que estaba siendo injusta, minimizando su dolor. Después de un tiempo se dio cuenta de que era otra cosa lo que le estaba proponiendo con su mirada ancestral: “Por un lado es aceptar que estás vulnerable, escucharte que querés llorar, que necesitás contención, que no es un proceso fácil. Pero también, es pensar que lo han vivido millones de mujeres, que podés seguir adelante, que no te vas a inundar y a hundir en esa experiencia. (…) Si escucháramos más historias de mujeres, si habláramos más de nuestras pérdidas podríamos suavizar el miedo, el desconcierto, tener un marco de contención para comprender el proceso de la vida. Dejar de pensarlo con omnipotencia y entenderlo como algo más impredecible, como un misterio, como un milagro también. Pensar la maternidad como algo mucho más largo y difícil. Estar preparadas para lo que puede suceder”.