Fue previo a la llegada masiva de Internet a casi todos los hogares del planeta, pero sin dudas que quienes existían aquel 31 de agosto de 1997 se acuerdan como se enteraron del accidente automovilístico fatal que en París se cobro la vida de Diana Spencer, conocida por el mundo entero como Lady Di, ex Princesa de Gales, y el millonario Dodi Al-Fayed, su novio y heredero de los famosos almacenes Harrods, entre tantísimas otras inversiones.
Tras la presentación del conflicto, es un flashback a esa situación (un parisino que a altas horas de la noche saca a pasear a su perro y siente el crash de la colisión que se dio en el túnel Pont de l’Alma, en la margen norte del río Sena, lo que da inicio a la sexta y última temporada de The Crown, la serie de Netflix que se dedicó a contar vida y obra de los Windsor, la familia real que bajo esa denominación desde 1917 y el reinado de Jorge V comanda de modo protocolar y simbólico los destinos del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Temporada final que la plataforma de streaming decidió dividir en dos partes: la primera, de cuatro capítulos, ya disponible on line y la segunda, de seis episodios, desde el 14 de diciembre.
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Lo que vemos en este inicio es nada más y nada menos que una telenovela hecha y derecha que da cuenta del romance de Lady Di y Dodi, con los paparazzis como los malos de la historia (finalmente lo fueron) y con una relación entre Diana y sus hijos William y Harry conmovedora y sin golpes bajos. Este registro de género se aleja de la sobriedad narrativa que tuvo The Crown en sus temporadas anteriores, y puede ser visto como una claudicación (por los más críticos) o como un abordaje previo a un final a toda orquesta. No lo sabremos hasta diciembre.
Pero lo que sí es un acierto es el abordaje de Lady Diana como lo que en vida y mucho más tras su muerte realmente fue: un ícono pop que bien hubiese merecido un retrato de Andy Warhol como el que tuvo la Reina Isabel II en 1985. Popularidad que a la que bien le cupo el apodo de “Princesa del Pueblo”, y que hizo que el férreo protocolo real se tuviese que modificar a la hora de sus exequias: “Un entierro único para una persona única”, como fue definido el acto fúnebre por un portavoz de la Reina un día después del accidente, ya que no le correspondía el status de Majestad o Alteza Real.
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Las actuaciones del elenco de The Crown mantienen el estándar de calidad que tuvo la serie en todas sus temporadas. Imelda Staunton rivaliza con la gran Olivia Colman como Isabel, y lo mismo ocurre con Lesley Manville como la Princesa Margarita en función a Helena Carter Bonham, quien la interpretó años atrás. Quienes están un paso por arriba de sus predecesores son Jonathan Pryce (magnífico en su papel del Príncipe Felipe) y Dominic West, que hace olvidar al detective Jimmy McNulty de The Wire en su rol del entonces príncipe (y actual rey) Carlos. Diana es personificada por Elizabeth Debicki, quien sorprende por su parecido físico y una aparente frialdad que, en realidad, esconde a un volcán a punto de entrar en erupción constante.
Que esta parte final de la serie haya sido rodada tras la muerte de Isabel II queda como anécdota de color casi innecesaria. Y lo mismo sucede con algunas licencias que se toman los guionistas a la hora de reflejar de modo fidedigno los hechos históricos. La ansiedad ante el final definitivo de The Crown tiene más que ver con la forma que con el contenido: después de todo, la maldición del spoiler no corre ante hechos de conocimiento público.
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