Un libro rescata el derrotero de los grupos literarios Opium y Sunda, contemporáneos al movimiento beatnik de los Estados Unidos.
El rescate de una escena artística que no fue valorada en su tiempo es el hecho anti elitista por naturaleza, ya que el mero hecho de compartir el conocimiento es lo contrario a la postura de aquel que se guarda para sí mismo y para un grupo de elegidos esos hallazgos. Por eso, la edición de Argentina Beat: Derivas literarias de los grupos Opium y Sunda 1963-1969 por parte de la editorial Caja Negra es un hecho que califica alto entre los acontecimientos literarios de los últimos años. Reunir los textos que seleccionó Federico Barea es el resultado de cuatro años de un trabajo titánico y detectivesco que incluyó búsquedas en revistas y libros casi inhallables y en bibliotecas privadas de distintos países, más una serie de entrevistas con los protagonistas de estas sagas que quedan vivos. Todo eso se ve reflejado en el volumen, que incluye imágenes de la época, tanto de los protagonistas como de las publicaciones.
“¡Existen los beatniks argentinos!”. La afirmación de Miguel Grinberg desde la revista Eco Contemporáneo para referirse al grupo Opium pudo haber sido vista en los años 60 como una hipérbole, pero quien así lo haya hecho no tuvo en cuenta que Grinberg había tenido contacto con personajes como Allen Ginsberg o Le Roi Jones en 1964, mientras residía en el Greenwich Village neoyorquino, por lo que se perdió una suerte de legitimación válida. Pero a los Opium (colectivo integrado por Reynaldo Mariani, Ruy Rodríguez y Sergio Mulet, con el acompañamiento ocasional de Isidoro Laufer, Marcelo Fox, los hermanos Miguel y Leopoldo Bartolomé y Mario Satz, entre otros) no les importaba el reconocimiento, “… porque continuamente decepcionamos a aquellos (y a aquellas) que creen en nosotros, porque estamos completamente equivocados y porque no queremos competir ni triunfar en la vida ni ser ‘alguien’”. Pensar su literatura y la de sus camaradas de armas de Sunda, entonces, como un fluir de la conciencia en primera persona que incorpora el tango y el bolero a la respiración entrecortada del free jazz tan cara a sus colegas estadounidenses. O, como escribió Victoria Rabín en su “Declaración jurada”, “Quisiera decir que la cuestión es abrir los ojos hasta desmayarse, abrir los poros y la casa y los brazos hasta desmayarse, es abrir la poesía hasta desmayarse aunque en el fondo nos encontremos a nosotros mismos sin cabeza y con las manos cortadas y el terror, todo el terror de los sobrevivientes”.
Quizás la mejor manera de complementar y disfrutar de los textos de Opium y Sunda sea mirar la película Tiro de gracia, del año 1969, dirigida por Ricardo Becher, con guión de Sergio Mulet y música de Manal. Allí se podrá ver a estos personajes haciendo de sí mismos, junto a figuras de la talla de Susana Gimenez y Perla Caron.
Personajes que frecuentaban la mítica “Manzana loca” que formaban las calles Marcelo T. de Alvear, Leandro Alem, Maipú y la avenida Córdoba, con el Instituto Di Tella como faro de todo, más bares como el Bárbaro y el Moderno, la Galería del Este y, porque no, la casa de Jorge Luis Borges como locaciones secundarias para una posible psicogeografía de la época.
Época en donde un hipster era un joven amante del jazz y de Jack Kerouac, una persona “dueña de una espiritualidad especial” (Eric Hobsbawm) y no un barbudo que anda en bicicleta y que está pendiente del penúltimo descubrimiento musical del site Pitchfork para que, una vez que se vuelva popular, renegar de ello. Una postura que es la contraria a la que se señaló en el primer párrafo, y al espíritu de la edición de Argentina Beat.
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