En El tenis como experiencia religiosa, el desaparecido escritor estadounidense da cuenta de su pasión por el deporte blanco, que supo practicar en su juventud. De los porros fuera del estadio al sudor en los shorts de Sampras. Y el mejor ensayo jamás publicado sobre Roger Federer.
Su pasado como tenista juvenil federado, previo a dedicarse de lleno a la escritura, es parte del mito que rodea a la figura de David Foster Wallace (Nueva York, 1962 – California, 2008): “Yo tengo la misma edad que Tracy Austin y jugué al tenis de competición en las mismas categorías juveniles que ella, a medio país de distancia y a varios niveles por debajo de ella. Cuando todos nos enteramos, en 1977, de que una chica de California que acababa de cumplir catorce años había ganado un torneo profesional en Portland no nos sentimos tan celosos como simplemente pasmados. Ninguno de nosotros podía acercarse siquiera a plantearle problemas a un jugador de dieciocho años de categoría, ya no digamos a adultos del circuito profesional”. Este párrafo, incluido en Cómo Tracy Austin me rompió el corazón (artículo donde comenta la autobiografía de la ex N° 1 del mundo, aparecido originalmente en el Philadelphia Enquirer en 1994 y luego en la antología Hablemos de langostas), da cuenta tanto de su vida como de ese momento que el guitarrista John Mayer describió de manera magistral al referirse a Jimi Hendrix. Ese momento en que el aficionado o el semiprofesional se da cuenta que jamás llegará a ser el mejor en lo suyo. Una verdad a medias cuando se analiza a Wallace, un tipo que tras la aparición de La broma infinita (1996), sí fue saludado como el mejor escritor de su generación y como el “heredero forzoso de Thomas Pynchon”, según el crítico Douglas Kennedy del diario inglés The Times. Su suicidio no sólo nos privó de más escritos suyos sino que trajo a la postre, por una cuestión contemporánea, la obligada comparación con Kurt Cobain y el mote de escritor grunge, clasificación que lo subestima más de lo que lo ensalza.
El tenis como experiencia religiosa es un librito chiquito que apenas supera las cien páginas (todo un dato si tenemos en cuenta que La broma infinita posee más de mil doscientas, de las cuales cientos de ellas son notas al pie, una de sus grandes marcas de estilo) y compila dos notas de Wallace. En la primera, Democracia y comercio en el Open de los Estados Unidos, publicada en la revista Tennis en 1996, el escritor empieza a dar cuenta de un partido de tercera ronda entre Pete Sampras y Mark Philippoussis para seguir y terminar en un análisis sobre todo lo que rodea al último Grand Slam del año del ATP Tour.
Wallace hace uso y abuso de su credencial de prensa para presenciar partidos tanto del turno tarde como del turno noche del torneo (entradas que se abonan por separado), da cuenta tanto de los vendedores de panchos como de aquellos que salen a fumar un porrito en las inmediaciones del Centro Nacional de Tenis y sigue con el sudor de los pantaloncitos de Sampras y sigue con todo aquello que le merezca una reflexión en una enumeración tan incompleta como arbitraria, similar a la que hace Borges en El idioma analítico de John Wilkins. Leerlo es sumergirse por el tiempo que dure la experiencia en ese fin de semana largo en la Nueva York de hace veinte años atrás, con “mil quinientos ciudadanos del municipio de Queens” trabajando para el torneo.
La segunda nota apareció en el New York Times en 2006, y es el mejor ensayo jamás publicado sobre Roger Federer. Su título original fue Federer como una experiencia religiosa, pero al ser adaptado para nombrar al libro aparece como Federer, en cuerpo y en lo otro.
“Casi todo el mundo que ama el tenis y sigue el circuito masculino por televisión ha vivido durante los últimos años eso que se puede denominar Momentos Federer. Se trata de una serie de ocasiones en las que estás viendo jugar al joven suizo y se te queda la boca abierta y se te abren los ojos como platos y empiezas a hacer ruidos que provocan que venga corriendo tu cónyuge de la otra habitación para ser si estás bien. Los Momentos Federer resultan más intensos si has jugado lo bastante al tenis cómo para entender la imposibilidad de lo que acabas verle hacer”. Así comienza este artículo, y tras leerlo es cuando uno lamenta la decisión de Wallace de quitarse la vida, ya que Federer, señalado por muchos como el mejor tenista de todos los tiempos, jamás tendrá la expansión de esta nota en forma de libro, como sí hizo Norman Mailer con Muhammad Alí. Solo queda, entonces, leer cada cosa que haya publicado David Foster Wallace una y otra vez, y alcanzar de manera individual esa clase de satori que produce su prosa.