#MiércolesNegro: crónica de la furia contenida

Por: Denise Murz @DeniseMurz

Una nueva configuración del feminismo volvió a reclamar en las calles. Qué particularidades tuvo este nuevo encuentro en Buenos Aires y por qué la sudestada no hizo más que alimentar el fuego. La marcha desde adentro, en la mirada de #BORDER.

 

marcha
Obelisco. (Foto: Denise Murz).

Probablemente hablar de números ya no es necesario. Cuántas mujeres fueron a lo que algunos medios definieron como “una nueva edición del #NiUnaMenos”, como si se tratara del lanzamiento de un festival, no importa tanto. Cuántos hombres se vistieron de negro, ¿qué cambia? Probablemente sería mucho más significativo saber cuántos paraguas se rompieron con la furia de los vientos que soplaron en cada esquina de la marcha, cuántas personas volvieron chorreando y con lo pies helados a sus casas, cuántas pusieron en juego su salud combatiendo durante horas la sudestada sin perder energía para gritar consignas y arrastrar carteles. Cuántos se quedaron a pesar de lo verdaderamente hostil que fue marchar, en un mundo que prioriza el confort y la huída, reflejaría mejor el verdadero éxito de la convocatoria (cuya existencia, de todas formas, es ya un éxito de por sí).    

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Como sea, en el mojadísimo trayecto que separa al Obelisco de la Plaza de Mayo, nadie hizo esas cuentas tampoco. Los  números que realmente pesaron fueron los que se leyeron frente a la Casa Rosada. Esos números hablaron de mujeres asesinadas, desaparecidas, abusadas y violadas y le pusieron cifras además, a aquellas tareas triviales que llegan a convertirse en una verdadera odisea para el sexo femenino. Desigualdad salarial, ausencias de políticas de maternidad, inequidad en la distribución de tareas familiares y por supuesto, la imposibilidad de elegir o no la maternidad como destino frente a embarazos no deseados. Todo fue traducido al contundente lenguaje estadístico.

https://www.youtube.com/watch?v=5OF0Us05IbQ&feature=youtu.be

El repaso de las consignas pendientes para el movimiento feminista echó pólvora a un fuego que había comenzado algunas horas antes en la base del Obelisco.  En ese lugar, grupos de activistas, de artivistas, feministas, militantes, políticas y “civiles”, unieron elementos que entraron inmediatamente en combustión: sensibilidad y furia. El encuentro de los recién llegados y debutantes en esto de marchar, con familiares de víctimas o sobrevivientes de violencia de género, puso cara a lo que suelen parecer historias lejanas del horror. Caminar codo a codo con humanos de vidas destrozadas volvió imparable la propagación del sentimiento. Y es que, la capacidad de empatizar es el regalo más intenso que suelen dejar las marchas y a la vez, su principal motor.

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La plaza. (Foto: Denise Murz).
La plaza. (Foto: Denise Murz).

Esta movilización comenzó originalmente como un paro nacional de mujeres en protesta al brutal asesinato de Lucía Pérez. Y es cierto, la implementación de la idea fue desorganizada. El movimiento mismo, como todo lo joven y espontáneo, aún lo es.  Eso no afectó un ápice de su eficacia. “Estamos empezando compañeras, tengan paciencia, ya vamos a mejorar”, prometieron algunas de las voceras. Y brindaron otros consejos.

“Seamos astutas, no rompamos nada”, fue el pedido que más resonó. Difícil contener la pulsión destructiva en presencia de decenas de miles de mujeres rotas y vueltas a romper por un sistema judicial que deja libre a quienes les dañaron la vida. Difícil contener esa pulsión ahora que el género empezó a entender que mucho de lo que le incomoda es producto de un tipo de violencia que lejos de detenerse, crece día a día. La astucia, sin embargo, ganó.

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Carteles. (Foto: Denise Murz)

En esto que está pasando, en este movimiento que comienza a configurarse con una fuerza especial, puede empezar a vislumbrarse que las nuevas feministas no son exclusivamente mujeres intelectuales o  artistas. La variedad de personas que asistieron a la marcha demuestra que pocos sectores femeninos (si no es que ninguno) quedaron sin sentirse interpelados y que las causas particulares que pueden tener cada uno, se retroalimentaron entre sí. Así estuvieron presentes los movimientos de mujeres trans, de trabajadoras sexuales, de pueblos originarios, de los sectores judiciales, murgueras, gastronómicas, empleadas administrativas y estudiantes.  También hombres que comprenden que nada tiene que ver esto con atacar el verdadero sentido de la masculinidad.

En la era en que el voto femenino está a punto de definir el destino del país más poderoso del planeta, tal vez la clase dirigente local, siempre tan bien dispuesta a importar modelos de estrategia del primer mundo, comience a considerar a las mujeres como un sector electoral de peso y actúe. Tal vez reconocerlas como “votos posibles” ayude a  hacerles la vida más fácil. Verlas como seres humanos, hasta ahora no alcanzó.

 

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