Según el Diccionario de la Real Academia Española, una de las acepciones de la palabra “genio” es “Capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables”, seguida por “Persona dotada de genio”, y pone como ejemplo la frase “Calderón es un genio”. Todas estas descripciones sirven para encasillar la figura de Martha Argerich (Buenos Aires, 5 de junio de 1941). Sin ninguna duda, la mejor pianista argentina de música clásica de todos los tiempos, y dueña de una historia de vida y una personalidad fascinante, tal como se pudo ver en el documental Bloody Daughter, dirigido por su hija Stéphanie, que se pudo ver en la edición 2013 del BAFICI, y en Martha Argerich, la excelente biografía escrita por el francés Olivier Bellamy en 2010 y que acaba de ser reeditada por Blatt & Ríos tras años de estar descatalogada.
El recorrido sobre Argerich que traza Bellamy es cronológico y raudo, y puede ser disfrutado incluso aún por alguien que desconozca por completo los vaivenes de la música clásica: he ahí su principal virtud. Claro que la vida de Martha facilita mucho la agilidad de la narración. Niña prodigio que a los 4 años dio su primer concierto; alumna, junto a Bruno Gelber, de Vicenzo Scaramuzza, maestro que solía rechazar las clases infantiles pero que hizo una excepción con ambos y que la instruyó en el piano con una disciplina casi lindante al maltrato físico y psicológico y la asfixiante figura de su madre son sólo el inicio de una historia que muchas veces arranca carcajadas por esos roces con lo inverosímil que trae lo superlativo. Porque, ¿cómo se reacciona ante la anécdota de una mujer que aprende entre sueños y de memoria el tercer concierto para piano de Serguéi Prokófiev, sólo escuchándolo desde una habitación lindante a donde sonaba desde un piano de una amiga?
También aparecen en el libro aspectos desconocidos para el gran público como la pérdida de la custodia de su hija mayor, el cáncer que superó tras un tratamiento, los ataques de pánico que aún sufre antes de salir a escena, sus fallidos matrimonios, su preferencia por la noche por sobre el día, su desordenado vínculo con el dinero (“He tenido mucho y muy poco a lo largo de mi vida”) o su afición por la astrología. Pero, sin dudas, el acontecimiento que torció su existencia fue una reunión que, a los doce años de edad y junto a su madre, tuvieron ante el entonces presidente Juan Domingo Perón, que tuvo como resultado la mudanza de toda la familia a Viena para que la joven maravilla del piano pudiera estudiar con Friedrich Gulda, una eminencia del instrumento y la persona que hizo que desdramatizara su manera de encarar al piano y a la música, más allá que el propio General tuviera bien claro los sentimientos contrarios a su persona que tenía el padre de Martha.
“¿A qué no sos capaz de tocar el piano?”. ¿Qué hubiera sido de la vida de Martha Argerich si no hubiese sido desafiada en el jardín de infantes, y esa pequeña no hubiera respondido replicando nota a nota el fraseo que había escuchado? ¿Hubiéramos conocido su genio? Por suerte no tenemos respuesta a esa hipótesis. Mejor es, entonces, disfrutar de su garbo, de “Su manera de tocar es una mezcla de erotismo y misticismo”. Dios salve, por muchos años más, a la genial Martha Argerich.