En el pirulo de tapa del domingo publicaron la dirección de Luis Muiña, pero no se trataba del represor beneficiado por el 2×1 sino de un vecino con el mismo nombre, que recibió amenazas. Fuegos artificiales y la organización de un escrache equivocado producto de la irresponsabilidad de no chequear la información.
El jueves 4, por la noche, los cielos de Caballito norte se vieron iluminados por fuegos de artificio. Era la jornada en la que los jueces de la Corte Suprema habían fallado a favor de la libertad del represor de la dictadura Luis Muiña basándose en la extinta ley del 2×1, beneficio que podría ser extensible a muchos otros criminales del gobierno militar actualmente presos. Algunas personas pensaron que los estruendos se trataban de festejos por el repudiado fallo de la Corte. Si cualquier persona googlea sin demasiado esfuerzo información sobre Luis Muiña, aparece que vive en Caballito, en la calle Bertrés al 500. Listo, la teoría cierra: se trataba de los festejos por la libertad del criminal. El domingo, el clásico pirulo de tapa del diario Página/12 daba como veraz la especulación y, no sólo eso, publicaba la supuesta dirección desde donde se habrían lanzado los fuegos artificiales. Una invitación a escrachar al represor.
La indignación cundió en las redes. Muchos vecinos de Caballito se acongojaron por tener que compartir el vecindario con un delincuente que integró un grupo de tareas en el hospital Posadas bajo la dictadura y formó parte del equipo de torturadores y asesinos comandados por el dictador Reynaldo Bignone. La información de Página/12 confirmaba que el represor podría cruzarse con cualquier vecino, de cualquier sexo, de cualquier edad, liberado de manera arbitraria por un fallo vergonzoso de la Corte. Un mensaje comenzó a circular por whatsapp: “Bertrés 558. Caballito. Domicilio donde vive el genocida Luis Muiña, recientemente liberado. ¡Si no hay justicia debe haber escrache! Viralizar!”. Y se viralizó, con la referencia de autoridad de haber sido publicado en un diario de tirada nacional.
Este cronista vive a la vuelta de Bertrés al 500 y, a pesar de no haber escuchado el jueves por la noche los estruendos de los fuegos de artificio, se indignó ante la posibilidad de cruzarse con un torturador en cualquier momento del día. Cerca de la noche, se acercó a la dirección citada por la cadena de whatsapp. Un hombre salió a la puerta.
-¿Estás buscando a alguien? -preguntó el hombre canoso.
-¿Acá se mudó Luis Muiña, el represor? -respondió este cronista.
-No, Luis Muiña soy yo, pero no tengo nada que ver con esa persona.
El hombre contó que había sido hostigado esa tarde por personas que lo insultaron al verlo en la puerta de su casa. Que otras desde un auto le gritaron y lo amenazaron diciendo que se cuide, que iban a volver: “Me gritaron desde la esquina, después el auto dio la vuelta y se paró en la otra esquina, yo quise explicarles, pero no los alcancé y se fueron entre puteadas”. Una mujer sale de la casa, atemorizada: “Tienen que decir que mi esposo no es ese Muiña, no tenemos nada que ver con la dictadura”, dice, angustiada. Su nieto permanece dentro, y le piden que no salga. “Yo tenía una imprenta, soy jubilado, tengo 71 años y no tengo nada que ver con el otro, que leo que es diez años más joven -dice Luis Muiña, el falso represor señalado así por Página/12-. No entiendo por qué pasa esto”. El jubilado desconocía que su dirección había sido publicada en el diario kirchnerista y cuando el cronista le explica la mujer se alarma: “Ay, no. ¿Y ahora qué puede pasar?”. “¿Te parece que llamemos a la comisaría? Pero por ahí si ven un custodia van a pensar que confirmaron que acá está el tipo ese”, pregunta Muiña, el jubilado.
Muestra su documento. La mujer cuenta que una vez la llamaron y preguntaron si su marido había trabajado en el hospital Posadas durante la dictadura. “Es que mi número figura en guía, cualquiera puede llegar a mí”. Hasta un diario, en un ejercicio de extrema liviandad periodística, como se puede apreciar. Una irresponsabilidad producida en medio de la indignación generalizada por la posibilidad de que Astiz, «El Tigre» Acosta, Ricardo Cavallo y 278 represores más caminen libres por la calle en un acto de impunidad.
Un simple chequeo hubiera bastado para deshacer esa conjetura, que periodistas de ese mismo diario habían convalidado en las redes sociales días antes de la publicación en el pirulo de tapa. En la causa, de acceso público, figura el número de documento, la edad y el domicilio declarado del represor, en el partido de Merlo. En los registros públicos, como el padrón, resulta evidente que el Luis Muiña de Caballito es mayor y con un número documento diferente. Luego, cualquier periodista antes de publicar una dirección de un supuesto represor liberado por un fallo polémico y rechazado por la mayor parte de la sociedad debería haber chequeado sencillamente su hipótesis. Un llamado de teléfono o el acercarse hasta el lugar de los hechos habrían bastado.
ACLARACIÓN: el Luis Muiña que vive en Caballito es homónimo del represor beneficiado x el 2×1 de la Corte. Por favor, darle RT.
— SebasAbrevaya (@SebasAbrevaya) May 8, 2017
Todavía tienen temor. Aún circula el llamado al escrache en el tranquilo pasaje Bertrés, en Caballito. “Ayudame en lo que puedas para que esto no pase a mayores. Te paso fotos de los años que supuestamente debería haber estado en cana, lo que quieras, esto se puede descontrolar”, dice Luis Muiña, el hombre escrachado por llamarse igual a un represor. Y por los fuegos artificiales que algunos medios se apuran en publicar como ciertos.