El sábado último vi cómo la tierra se abre y deja salir las almejas secas de lo que hace pocos meses fue un reservorio de agua en Charata, uno de los municipios más prósperos del Chaco. Vi a Erica, de 27 años, lagrimeando mientras me contó cómo sus vacas mueren de sed en el campo, ahora amarillo y árido, que le dejó su padre. Las vacas, en esta época del año, están preñadas y como desde hace ocho meses no llueve, no tienen pasto que comer. Los campesinos como Erica compran la resaca de la cosecha de algodón para darles aunque sea algo que las llene un poco pero es insuficientes para ellas. Entonces languidecen quietas y huesudas, dejándose pesar por sus panzas con terneritos. De pronto caen y ya no encuentran fuerzas para volverse a parar. Asi, mueren ellas y unas horas mas tardes sus bebes. En el norte chaqueño, los barrios -todos los barrios: los ricos y los pobres- se abastecen de aljibes improvisados porque no hay redes de agua. Aljibes y reservorios para nutrirse de agua. Eso es lo que vi hace una semana en la segunda provincia más pobre de nuestro país. Pero cuando llegué a la oficina del ministro de Infraestructura de la provincia, todo parecía estar controlado, contenido en planes de emergencia y proyectos de obras repetidos por cien. Una vez más, amigos, la distancia entre esos papeles y la calle es enorme y el camino tambien está resquebrajado, como el del río seco que descubre almejas adonde supo haber agua.