La explosión que mató a dos personas aún sigue sin culpables. Hay reformas, pusieron aires acondicionados, muebles y repintaron, pero no se dan clases. Los chicos tienen tarea en sus casas. En una iglesia funciona el comedor. La polémica visita del ministro de Educación bonaerense, de incógnito. La secretaria que debió asumir la dirección y el mural que recuerda a los fallecidos.
El 2 de agosto hubo un quiebre. Esa mañana, poco antes de las 8, hubo una explosión de gas en la escuela N°49 Nicolás Avellaneda de Moreno. El resultado fue fatal: Sandra Calamano -vicedirectora del colegio- y Rubén Rodríguez -auxiliar- fallecieron en el acto. Este domingo se cumple un mes y su ausencia todavía duele.
Desde aquella fatídica mañana, todo cambió en el distrito. Los docentes de Moreno decidieron suspender las actividades. Primero por duelo, luego fijaron un plazo: no retomarían las clases hasta que todos los establecimientos del partido fueran revisados por profesionales que pudieran garantizar su seguridad. La de ellos y la de los alumnos.
Casi 30 días más tarde, los chicos de Moreno aún no volvieron a las aulas.
Otros distritos bonaerenses imitaron esta decisión y se plantaron para trabajar bajo condiciones de seguridad adecuadas. Hubo marchas, protestas, acampes, festivales y organización. En muchos casos obtuvieron un compromiso, en otros lograron que gasistas, electricistas y plomeros revisen cada una de las instalaciones.
Como el director del colegio estaba y continúa de licencia, quien ocupó el lugar de máxima autoridad del lugar es Karina Rabinovici. Con 28 años de antigüedad en la enseñanza pública, había ingresado el 1° de marzo a la escuela 49 para desempeñarse como secretaria, pero la fatalidad le tenía deparado un doloroso ascenso apenas 6 meses más tarde. “El miércoles 8 de agosto la Justicia liberó la escuela después de los peritajes y los análisis estructuralistas por los daños de la explosión”, repasa, y describe: “En la parte de adelante del colegio ya repusieron los vidrios y las rejas”.
También repintaron el frente de la escuela, que había sido puesto a punto hace apenas un año con motivo de su aniversario. Cambiaron el rojo y verde por un color más crema con vivos verdes. “Nos explicaron que hicieron esa modificación para favorecer la reinserción de los nenes y que no les resulta tan traumático”, explica.
También dice que están apuntalando el salón que quedó en pie y que lo limpiaron de escombros y vestigios de la explosión. La habitación que voló por el aire, en cambio, está vacía, y todo indica que así seguirá. “La mitad de la escuela está utilizable y la otra no”, resume.
Diego Rodríguez es hermano de Rubén. Y evalúa: “Se dan clases y se cocina fuera de la escuela. Están haciendo un trabajo extraordinario con los chicos. Les dan tarea para que hagan en sus casas y les dan la comida. Las escuelas siguen en pie acá en Moreno gracias al esfuerzo docente acompañados por la comunidad educativa, porque los padres acompañan más desde la tragedia”.
Y tanto es así que se creó una comisión de madres. Su misión primordial es administrar las donaciones privadas que llegan al lugar, empaquetarlas y repartirlas. También es brindar contención y acompañar a docentes y alumnos. Son 10 mamás supervisadas por dos maestros.
“La tarea se llama continuidad pedagógica –ilustra la secredirectora Rabinovici-. Se les asigna un trabajo, se les explica y se les fija un plazo de entrega”.
En el barrio San Carlos, donde queda el colegio, la actividad se mudó a la Iglesia Familiar Cristiana de la Asamblea de Dios, un templo evángelico pentecostal que se transformó a causa de la tragedia. Allí, entre el parque y una habitación al fondo del lugar, los docentes establecieron una especie de sala de profesores. La nave de la iglesia es el lugar utilizado por el SAE (Servicio Alimentario de Escuelas) para confeccionar el almuerzo y las viandas para los nenes. Y ahí, entre todos ellos, las madres.
Pero, más allá de la resiliencia y la nostalgia, el sentimiento que prima es el de bronca. “El balance que hacemos es negativo porque nadie se acercó a dar la cara hasta ahora”, refleja Hernán Pustilnik, maestro de la 49, compañero y amigo de las víctimas.
Por el momento hay dos imputados: el gasista Cristian Ricobene y el ex interventor escolar Sebastián Nassif, quien renunció luego de denunciar amenazas. En su lugar asumió Karina Paoletti.
Pustilnik refiere una anécdota: “El ministro de Educación apareció por la escuela pero de incógnito. Fue un jueves, entró a la iglesia de enfrente y dijo que era ‘Gabriel’, sin apellido. La madre que lo atendió se pensó que venía a traer donaciones. Y luego ingresó al colegio para tomarse fotos. Me acerqué a la puerta de la escuela y se presentó como ´Gabriel´ a secas. ´¿Gabriel qué? ¿Sos Sánchez Zinny, el ministro? Tengo que hablar con vos´, le dije; y le empecé a preguntar quién se iba a hacer responsable de esto. Me respondió que las escuelas están así hace veinte años y se fue”. En la visita de Sánchez Zinny no faltaron las tensiones y los reproches, tal como quedó grabado por uno de las madres.
Después de la explosión, a la escuela 49 le instalaron aire acondicionado en todas las aulas. Al menos en las que aún quedan en pie. “En mis 28 años de trabajo nunca pasó algo así, y en mi escuela anterior me tuve que comprar un ventilador para no morir de calor”, recuerda Rabinovici. “Es la única escuela a la que le pusieron aire. Ahora tiene una lupa encima a causa de la explosión”, observa Rodríguez, y Pustilnik se pregunta: “¿Ahora de qué nos sirve? Necesitamos que arreglen todas las escuelas de Moreno”.
También repusieron el mobiliario del colegio. Todos los muebles a nuevo. “Pensar que antes Rubén, que daba carpintería en la escuela secundaria, vino con sus alumnos del taller a acondicionar los anteriores para que los chicos puedan usarlos”, dice la secretaria.
“El 2 de agosto mi vida cambió totalmente- dice Diego Rodríguez- Rubén no era solo mi hermano, era mi referente, era el que nos cocinaba porque mis viejos laburaban todo el día. Él nos enseñó todo, era un luchador. Le dio 24 años a la escuela y se desvivía por los pibes de la comunidad. Lo sentía de corazón”.
Pustilnik hace su balance: “Eran dos personas excepcionales. No tengo más palabras para definir lo buena gente y lo comprometidos que eran con la escuela y con los pibes. Nos sentimos muy tristes y sentimos que lo que nos pasó es una injusticia”.
Un mes después, en la esquina de Castelli y Mitre, a pocos metros de la Nicolás Avellaneda, tres jóvenes pintaron un mural para recordar a Sandra Calamano y Rubén Rodríguez. Sus caras quedaron inmortalizadas en esa pared y en el corazón de sus alumnos, compañeros y amigos.
Karina Rabinovici, la secretaria que nunca esperó ser directora resume el sentir de la comunidad educativa: “Toda esta situación nos enoja mucho. Hubo que pasar todo esto para ser una escuela ‘modelo’. Si tiene que ser, que lo sea, y que esta tragedia cambie el día a día de la escuela pública para que los directivos puedan decir ‘la escuela soy yo’ y se empoderen para cuidarnos y cuidar a los pibes”.