La penetración cultural de Tuqui

Nuestro filoso y filosófico columnista ahonda en conceptos complejos como adoctrinamiento y xenofobia, en un paseo por grandes hitos culturales para la ocasión. Pasen y lean.
Por: Tuqui

Aunque los conceptos permanezcan, las formas de referirse a ellos van cambiando con el tiempo o cayendo en desuso. Eso pasó con lo que el siglo pasado se llamaba penetración cultural. No es que hoy haya desaparecido, sino que ha adquirido otras formas y otros nombres. La globalización y la preeminencia de Internet han permeabilizado las sociedades, y los intercambios hacen que , en general, todas las culturas puedan relacionarse e interconectarse con otras.

Por supuesto que ciertas influencias son más poderosas: en los EE.UU. no se ven series de Polka, ni hay un Netflix argentino que compita en las casitas de papá, mamá, dos nenes rubios, perrito y cerca blanca de esa sociedad que tan bien pintara Norman Rockwell.

Como en al ámbito de lo individual, cuanto más se martille más hondo se meterá el clavo. Para esto no hay límite de edades o clases sociales, pero incide especialmente en un terreno tan frágil y fértil como la mente de un infante.

Los niños criados por lobos u otros animales (ver película El Pequeño Salvaje, de 1970, basada en el caso de Víctor de Aveyron y dirigida por Françoise Truffaut, o mejor aún leer al respecto) aprenden los comportamientos de estos.

Difícilmente alguno de ellos aceptará conceptos como frontera, propiedad privada o dios. De eso se encargará la sociedad humana, convirtiéndolos en individuos adaptables, maleables, fáciles de someter y entrenar para cumplir los designios del grupo de poder.

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Pero sin llegar a esos extremos, encontramos ejemplos más sutiles en la historia reciente. Obviando la grosera idea básica de Flash Gordon (el malo tiene nombre de oriental Ming– , aspecto de oriental -largos bigotes de mandarín- y vive en un planeta semejante a un despiadado imperio oriental Mongo) vimos como en las películas y series de TV de posguerra los enemigos de la paz occidental fueron mutando.

En series como Ataque (1958) o la más conocida Combate (1962) se traslucía toda la inhumana crueldad de los soldados alemanes, circunscripta a un ambiente bélico.

Pero la guerra fría estaba ahí. Los alemanes habían sido derrotados, y hasta 1967 se filmó El Santo, con Roger Moore, enseñando al público las características de los comunistas rusos en el mundo del espionaje: eran unos malísimos gordos sin cuello, torpes, tontos y no sabían hablar.

Lo que sigue es más reciente: los persas (es decir, los iraníes) son torturadores fanáticos e inmorales, ya se trate de la película 300 o de las series actuales sobre terrorismo y fuerzas parapoliciales. Los latinos, claro, se han ocupado del narcotráfico. Los ejemplos en contrario son excepciones que confirman la regla.

Para leer al Pato Donald (1972), libro de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, fue prohibido por la dictadura militar, que no tenía ningún interés en que la población revisara sus puntos de vista sobre, entre otras cosas, la obra del delator y cazador de brujas Walt Disney. Felizmente, una vez desaparecido (o freezado) éste, la compañía tomó una orientación menos fascista.

La idea de construir muros genera peleas sin sentido. ¿Cuál es la preocupación si se construye una pared en los lugares por los que pasar de un país a otro es ilegal?

Los actuales corrimientos a la derecha en la política internacional (en Europa, Norteamérica, Latinoamérica) no son ideas que surjan porque sí del seno de los pueblos. En algunos casos (EE.UU.) la economía, en otros (acá mismo, al lado de casa) la seguridad, impulsan el surgimiento de sociedades controladas. No es que no se pueda hacer nada con la inseguridad, es que si se la deja crecer inevitablemente la masa terminará clamando por vigilancia y represión.

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El surgimiento de energúmenos que se jactan de basar su política en amigos (hasta ahora) imaginarios e incomprobables y personajes cuya existencia histórica real no se ha podido demostrar sería impensable si previamente no se ha deforestado el cerebro de los votantes y plantado semillas envenenadas.

Otro tanto ocurre con las abruptas divisiones, tan obvias que no necesitamos viajar para percibirlas. La xenofobia no aparece porque sí. Entre nosotros el trato a los turistas depende del país del que provengan. Igual pasa con los delincuentes.

La idea de construir muros genera peleas sin sentido. Las casas tienen puertas, no se nos ocurre ingresar a ellas por la ventana o la terraza. ¿Cuál es la preocupación, pregunto a los amantes de la entelequia que llaman patria, si se construye una pared en los lugares por los que pasar de un país a otro es ilegal? ¡Si hasta el Sacro Encubridor, cuyo título pontífice significa constructor de puentes, tiene un muro en torno al refugio de abusadores donde habita!

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El exceso de población y “acomodamiento” del resto será resuelto de una u otra manera. Recordemos los métodos utilizados, de los cuales el peor han sido las guerras. Y así como en la Primera Guerra se mandó a la muerte a los pasajeros del Lusitania (casi 1.200 personas) para justificar la entrada de EE.UU. en el conflicto, y en Vietnam se usó el inexistente incidente del Golfo de Tonkin (inexistencia reconocida más tarde por el propio secretario de Defensa Robert McNamara) con el mismo fin, el cierre de los países en sí mismos, el odio a los extranjeros y el infantilismo nacionalista exacerbado pueden llevar a un triste fin a los países que quedan por saquear. Y eso no va a pasar. Está pasando.

 

Tuqui

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