Cómo son las escuelas en el país con la educación más inclusiva del mundo?

La autora es una experta en educación inclusiva y vivió la experiencia de trabajar en escuelas en Canadá, el país que se considera modelo en la materia. En esta nota, nos cuenta lo que vivió y por dónde arrancar para hacer el verdadero cambio en nuestro país.
Por: Magdalena Orlando

Al aceptar la invitación de Gordon Porter (experto internacional en educación inclusiva), participé de una experiencia de aproximadamente tres meses en la provincia de New Brunswick, al este canadiense, para estudiar, lo que desde mi saber, es el sistema de educación inclusiva más exitoso del mundo. Allí fui testigo de la resolución de lo que aún en nuestro país se presenta como un desafío. Estuve en un lugar adonde la diversidad en la escuela se respira y fui testigo que es posible.

Lo que ocurre allí es que todos los estudiantes son igualmente valiosos, se les hace saber a todos y cada uno de ellos que esto es así y actuar en consecuencia es un desafío que asumieron con éxito hace varios años.

En este sistema, todos los estudiantes son aceptados en la misma escuela, las cuales son bilingües ya que se trata de una provincia anglo y franco parlante. Se enseña y respeta la cultura de los estudiantes descendientes de pueblos originarios, no se discrimina por religión, ni elección sexual, ni discapacidad. La escuela de cada comunidad atiende a esa comunidad sin discriminación buscando, desde ahí, seguir mejorando la sociedad.

Entrar en una de esas escuelas supone entrar a un mundo de interconexiones muy potentes, carteles que explicitan los valores en los idiomas que conforman a esa comunidad educativa, pictogramas, señalética accesible, recordatorios en relación al valor que tiene el bienestar de cada uno, espacios claros para expresar opiniones, sugerencias de mejoras, planteamiento de inquietudes y circuitos claros para resoluciones.

Entrar en las aulas admite desde encontrar pizarrones con enseñanza graduada, diversificación de tareas – todo con base y sostén en Diseño Universal del Aprendizaje (Universal Design for Learning), iconos, máquinas de braille, y todo tipo de recursos de apoyo. Los estudiantes, por su parte también muestran de manera más naturalizada sus diferencias.

El foco allí está puesto en el desarrollo pleno de cada estudiante y en el bienestar de la comunidad educativa. Estar allí fue toda una experiencia, e intentar captar cuál era la clave que ellos tenían para hacerlo posible fue una inquietud que surgía en cada acción coherente que mostraban.

De la mano de Gordon Porter, del Ministerio de Educación local y de varias escuelas, recibí cantidades de información que permitían dimensionar el serio, abarcativo, y sostenido trabajo que requirió esta toma de decisión, así como la cantidad de ideas y mediciones que continuaban aconteciendo en pos de la mejora permanente que sólo muestra el profundo entendimiento de que la inclusión es un proceso – y no un estado- basado en una ética y una lógica.

Hay un ingrediente más que merece ser destacado y que hizo y hace posible todo esto: la confianza. En definitiva, es también ella la que permite celebrar al otro y potenciarlo, acompañarlo, respetarlo, solucionar, deconstruir y reconstruir juntos. Vi confianza en cada planteo y en cada búsqueda de resolución.

Se confía en las autoridades, en el sistema, en los docentes, en la comunidad y en el saber del estudiante. No hay un saber que hay que instituir a cualquier precio, sino que hay una comunidad valiosa por su propia diversidad.

La responsabilidad y el compromiso que asumió todo el sistema educativo, desde las máximas autoridades, hasta los propios estudiantes, se ve plasmada en su buena respuesta.

Y entiendo que el secreto del éxito de esta política pública fue que la relación entre lo discursivo y la acción no está disociada, especialmente en cuestiones referidas a aceptar la diversidad.

Sabemos que la escuela es un espacio que puede reproducir desigualdades sociales con sus ya conocidas consecuencias, o romperlas. Además de ser una antesala del mundo adulto, en el marco de la escolaridad obligatoria, es el espacio que acompaña el desarrollo de nuestras niñas, niños y adolescentes, por eso, en lo que a la escuela refiere, la coherencia entre el sentir, pensar, decir y hacer tiene un plus, logrando una clara mejora individual, familiar y social.

Aceptar y celebrar la diversidad se vincula directamente con la idea de inclusión.

En mi caso personal, me adentré en el mundo de la inclusión motivada en que las personas con discapacidad efectivamente puedan ejercer sus derechos en igualdad que las personas sin discapacidad. Sin embargo, la “inclusión” no refiere sólo a personas con discapacidad, se refiere a todas y cada una de las personas en tanto parte de la familia humana. En su sentido más profundo, la inclusión, plantea que además de estar siendo respetado en todos los aspectos que hacen a la integridad humana – lo que contempla desde el respeto por las diferencias etarias, culturales, religiosas, sexuales, de funcionamiento, etc.-, también está la variable de la pertenencia. El sentido de pertenencia se vincula con el sentirse aceptado y seguro, sentir seguridad es una condición necesaria para un sano desarrollo. Así una escuela que aloja a todos los miembros de la comunidad sin previas selecciones y sin juicios de valor y que, además de brindar los apoyos necesarios, asegura el sostén a esa comunidad sin expulsiones, mejorando cada vez más sus propios procesos en pos de aumentar el bienestar y sentido de pertenencia de todos y cada uno, rompiendo con desigualdades y como contracara minimizando barreras a la participación, es una escuela inclusiva.

Cuando se comprende la igualdad de derechos inherente a cada ser humano, se comprende lo que es tener “igual valor” y desde allí es que se construye con equidad y hermandad.

La autora es Magister en Integración de Personas con Discapacidad, Psicóloga Clínica y Consultora.

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