Hoy se cumple un año desde que los grandes bancos de inversión decidieron ponerle paños fríos a su fugaz “enamoramiento” hacia la Argentina. Corría abril de 2018, el dólar valía 20 pesos y en las mesas políticas se hablaba de la reelección como un hecho consumado.
El “sell off”, como lo llaman en la jerga financiera, fue brutal. Con algunos bonos cayendo más del 7%, el índice merval un 3.8% y riesgo país subiendo para rondar los 920 puntos. Como sucede habitualmente, el stress financiero buscó ser explicado a ambos lados de la grieta.
Desde el oficialismo se señaló rápidamente el “riesgo CFK”, y la supuesta incomodidad que esto produce en los inversores. Haciendo – desde ya- caso omiso a la mala praxis económica que vienen esgrimiendo desde fines de 2017, tal vez desde la fatídica conferencia del 28 de diciembre, irremediable punto de inflexión.
Desde la oposición más dura, la suba del dólar y el riesgo país son una clara muestra de la incapacidad e impericia de la coalición gobernante, y de lo inviable del acuerdo suscripto con el FMI.
O tal vez nada en particular alcance como explicación y sea todo en su conjunto. La famosa grieta, que como plataforma política luce tan apetecible, en su variante económica es un verdadero desastre.
Mancillar sobre las divisiones para forjar espacios definidos y votantes fidelizados no ha hecho más que radicalizar lo que en algún momento Juan Carlos Portantiero dió por llamar el “empate hegemónico”.
Si los grandes lineamientos económicos de nuestro país se ponen en discusión con cada año electoral es muy probable que el estancamiento se profundice. En este sentido, lograr reformas “estructurales” como la previsional a fines de 2017, con 10 votos de diferencia, es un mero ejercicio de voluntarismo inconducente.
Hace rato que la Argentina viene necesitando poder establecer un núcleo de consensos básicos. Discutir el tiempo que sea necesario para no discutir más. Lamentablemente se trata de una estrategia que no “paga” en términos electorales, o al menos eso deslizan los “gurúes” del asesoramiento político.
Nuestras penurias económicas son en buena parte sintomáticas de una sociedad partida, desgastada en posiciones irreconciliables y de espacios políticos que han contribuído a exacerbar esa división para un provecho breve.
Así, los inversores no escapan espantados únicamente por lo que pasó o lo que pueda pasar en las próximas semanas o meses. Huyen en buena medida de nuestra incapacidad de acordar qué país queremos ser por un tiempo medianamente razonable, suscribiendo políticas públicas consistentes y duraderas.
El verdadero riesgo país no pasa por seguir anestesiados por los dólares del fondo o sentarse a rediscutir un nuevo acuerdo mañana, el verdadero riesgo como país es que sigamos prolongando esta agonía de estancamiento económico y desencuentro político. Una vez más, queda tarea pendiente. Cuando pase el temblor.