De terror: éste es el ránking de países adonde ser mujer, es nacer en el infierno

Por: #BorderPeriodismo

Según Naciones Unidas, a lo largo de su vida 1 de cada 3 mujeres sufrirá al menos un episodio de violencia. Pero hay naciones en las que la condición femenina implica convertirse en blanco móvil.

Por Jorgelina Zamudio

Ser o no ser mujer, ésa es la cuestión. Porque, de hecho, si miramos más allá de esa suerte de islote que son los llamados “países desarrollados”, en casi todo el mundo nacer mujer sigue siendo una mala noticia que hace que cosas tan elementales como la salud, la educación, el trabajo y hasta la supervivencia sean puestas entre paréntesis.

Hasta hoy, en algunas áreas rurales de China a los pies de la cama de una parturienta se coloca una caja llena de cenizas. Pero no para realizar alguna clase de ritual propiciatorio, sino para ahogar allí al recién nacido…en caso de que sea niña, claro. Distinto (pero no tanto) es el caso en la India, en donde directamente se promocionan abortos selectivos bajo el eslogan “Gaste rupias ahora y no después”, en alusión a la relación costo- beneficio que hay entre solventar un aborto hoy o pagar una dote de casamiento mañana.

Por algo, hace ya tiempo que el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, precisó que La violencia contra las mujeres y las niñas persiste sin disminución en todos los continentes, todos los países y todas las culturas, con efectos devastadores en la vida de las mujeres, sus familias y toda la sociedad. La mayoría de las sociedades prohíben esa violencia, pero en la realidad frecuentemente se encubre o se tolera tácitamente”.  

Nacer mujer convierte entonces a una persona en la candidata perfecta para varias cosas. Entre ellas, convertirse en el 80% de víctimas de trata en todo el mundo, en una más de las 140 millones a las que –según datos de la Organización Mundial de la Salud, OMS- se les amputa el clítoris en condiciones inimaginables, en parte del ejército de 60 millones de nenas a las que anualmente se las casa con maridos que quintuplican su edad o simplemente en ese tercio de todas las mujeres de la Tierra que en algún momento será víctima de violencia sexista.

Pero la condición femenina no sólo es un peligro en países remotos, como a veces se quiere hacer creer. Por caso, en Estados Unidos la violencia intrafamiliar le cuesta al estado casi 6 mil millones de dólares, mientras que en Canadá la cifra supera los mil millones. Solamente en una ciudad como Río de Janeiro hay una mujer agredida cada 15 segundos. En Congo, hay 1 violación por hora. Y en sitios como Guatemala y El Salvador (ambos al tope de la cifra de femicidios en Latinoamérica), las muertas no bajan de dos por día.

Sin embargo, incluso en medio de este paisaje en donde la atrocidad parece ser la norma, hay sociedades que destacan especialmente por una suerte de misoginia transversal y colectiva. Esto es, rincones del mundo en los que -además de no poder elegir cómo vivir sus vidas- deben lidiar con todo un sistema de dominación sexista que en el que es el mismo Estado el que ampara (y hasta promueve) las conductas violentas y discriminatorias, sin importar si se trata de quema de brujas (como en Gambia, Tanzania o Nueva Guinea), de los “asesinatos de honor” de la chica que haya sido violada o de las palizas a cargo de maridos, hermanos, etc, ante la silenciosa anuencia de propios y extraños.

En Afganistán, por ejemplo, 6 de cada 10 chicas son casadas por su familia antes de los 16 años. El canje es claro: virginidad por víveres para la familia de la “novia” (a veces apenas seis u ocho años) en un contexto de enorme pobreza. Y si alguna decide no acatar, marche presa. Así le sucedió en 2003 a Balal Zarghona, encarcelada luego de huir de su casa a raíz de los golpes y violaciones a los que la sometía su marido, quien además intentó prostituírla.

En Guatemala, donde no pasan doce horas sin que una mujer sea asesinada, hasta la comisionada presidencial para luchar contra el femicidio debió renunciar a su cargo luego de haber perseguido a cientos de agresores y femicidas. La causa: se convirtió, ella misma, en blanco móvil.

Congo es otro de los países en donde ser mujer es un problema serio: anualmente se registran casi medio millón de violaciones. Y tomar a las mujeres del rival como esclavas sexuales es una práctica de rutina entre las facciones en lucha.

En Malí, 9 de cada 10 mujeres han perdido el clítoris en sangrientos rituales de ablación que supuestamente las harán más “puras” (y más fieles). Si, claro, antes no mueren desangradas durante la intervención o a causa de las infecciones derivadas.

En India el estado de la mujer también deja bastante que desear. Desde abortos selectivos de fetos femeninos hasta secuestros de niñas para explotación, pasando por asesinatos “de honor” y crímenes por dote, las malas noticias abundan. Pero a ciencia todo es cuestión de gradaciones. De matices en una condición –la de la mujer- universalmente asimétrica respecto del hombre.

Esto lo confirma Moni Pizani, la directora de ONU Mujer para América Latina y el Caribe al afirmar que la violencia contra mujeres y niñas alcanza en la región “niveles de impunidad escandalosos. Y el hecho de que las autoridades no investiguen, enjuicien ni castiguen a los responsables de actos de violencia contra la mujer contribuye a crear un clima de impunidad”.

Así, el año pasado en Argentina se registraron 225 femicidios. Y, según cifras del Observatorio de Femicidios Adriana Marisel Zambrano, sigue muriendo una mujer cada 36 horas.

Quizá entonces ya sea hora de ir asumiendo lo evidente: que para una mujer no hay lugar verdaderamente seguro en el mundo. Que no hay sitio en donde la igualdad entre géneros sea total y efectiva. O que,  parafraseando a Simone de Beauvoire, aun en el siglo XXI para millones de mujeres  la biología sigue siendo destino. Y el peor de todos.

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