Nomofobia: ¿por qué no podemos desconectar ni en la playa?

Por: #BorderPeriodismo

Las vacaciones siempre fueron vistas como el momento para “desenchufarse”. Pero habrá que pensar de nuevo las cosas. La razón: hoy, la perspectiva de quedarse off line sólo genera terror y ansiedad.

Por Jorgelina Zamudio

La postal de las vacaciones soñadas incluye una playa de aguas turquesas, palmeras, una hamaca y mucho sol. Pero, la verdad sea dicha, si todo ese paisaje de ensueño no cuenta con conexión Wi fi y la posibilidad de tener a mano un teléfono inteligente, Houston, estamos en problemas. El Paraíso off line es, en los primeros años del siglo XXI, un contrasentido en sí mismo.

¿Exageración? En absoluto. De hecho, hace ya tres años que un estudio realizado en Inglaterra comprobó que desconectarse de la Web  producía en los participantes sentimientos de frustración y aislamiento. El 53% de los consultados admitió experimentar sentimientos negativos al quedarse fuera de la cyber galaxia. “Sentí como si me hubieran cortado una mano”, ¿exageró? uno de ellos.

Desde entonces, sabemos dos cosas: la primera es que permanecer desconectado (así sea sólo por un rato) en un mundo que se jacta de vivir en estado de comunicación permanente se parece más a una pesadilla que al paraíso. La segunda, que ese estado de “privación cibernética” se resume en una sola palabra: nomofobia (del inglés No Mobile Fobia o fobia a no tener con nosotros nuestros teléfonos celulares).

De hecho, según la psicóloga Silvia Justo “vivir en esta época no es sin consecuencias para nadie. Tanto los adultos como los adolescentes y los niños están atravesados por las innovaciones tecnológicas que impactan en la familia, en el sistema educativo, y en lo cotidiano de la vida misma. El avance de la tecnología influye en las relaciones sociales y por ende familiares”, precisa.

Ahora bien, ¿cómo han evolucionado las cosas desde el primer estudio sobre nomofobia, hace tres años? ¿Mejoró acaso nuestra capacidad de mantenernos independientes de la Web? Definitivamente no. Hoy, de hecho, y según ratifican varios estudios locales e globales sobre el tema, no sólo estamos tan pendientes de la  conexión como antes sino que el acceso a la red (desde donde sea y en el momento que sea) se ha vuelto una parte importante de nuestra idea de felicidad.

¿Por qué? Porque necesitamos de los otros para sentirnos bien y estar off line significa, justamente, perder nuestra principal vía de contacto con los demás, que es precisamente lo que sucede cuando nos quedamos “huérfanos de smartphones”. Así, como se lee en el informe Nomofobia, de la consultora Mindshare, si bien todas las innovaciones tecnológicas tienen un correlato más o menos evidente en el entorno social en el que se insertan, algunas son mucho más evidentes y concretas para sus usuarios. Es el caso del teléfono móvil, que se ha convertido en parte fundamental de nuestras vidas, modificando algunas formas de trabajar, divertirnos, comunicarnos o realizar transacciones; delineando nuevas normas para las relaciones y los intercambios sociales”.

Para avalar esto  sobran son los datos. Hoy, por ejemplo, la cifra de nomofobia en Inglaterra trepó de 53% en 2011 a 66%. Pero yendo ya a datos locales, el dato clave es que la venta de smartphones crece a más del 100% anual. Los teléfonos inteligentes son de hecho el dispositivo que encabeza la lista de preferencia de los consumidores (el que no tiene todavía uno, planea comprárselo en cuanto pueda). Y “la dependencia hacia el teléfono celular en Argentina se observa claramente en los resultados de algunos estudios: el 71% de los argentinos que poseen un Smartphone afirman que no saldrían de sus hogares sin el mismo”, consigna el informe antes citado.

¿A qué se debe que el lazo que nos une con nuestros celulares se haya vuelto tan pero tan poderoso que –cualquiera que vaya al teatro lo sabe- a menudo se vuelva imposible hacer que alguien acepte apagar su aparato al inicio de la función? Para algunos investigadores, como la antropóloga Rosalía Winocur, autora del libro Robinson Crusoe ya tiene celular (Ed. Siglo XXI), la conexión no es otra cosa que “un dispositivo simbólico para controlar la incertidumbre”.

Dicho de un modo más sencillo, aceptamos sumergirnos en el caos y el entorno a veces amenazante de la vida cotidiana a condición de llevar con nosotros y a todas partes esa suerte de talismán electrónico que nos mantiene conectados con nuestros afectos y nuestras zonas de seguridad, con nuestro mundo conocido. Y ese dispositivo es siempre el celular o su primo avanzado, el Smartphone.

En él se concentra toda nuestra información: los teléfonos a donde llamamos, las fotos que retratan nuestros días, la música que nos gusta escuchar. Cuando, hace algún tiempo, una firma de telefonía decía en uno de sus comerciales que “cada persona es un mundo”, alcanza con reemplazar la palabra “persona” por “celular” para entender cuánto de nosotros hay en cada uno de esos aparatos, y por qué la sola idea de separarnos de ellos puede llegar a ponernos bastante nerviosos.

Y eso por no mencionar ya no todo lo que guardamos en ellos sino todo lo que hacemos con ellos. “Casi el 50% de los poseedores de Smartphones  utiliza aplicaciones a diario e incluso más de una vez por día, y el uso de buscadores (el 30% de ellos los usa a diario). Los distintos estudios consultados coinciden en que uno de los momentos de mayor uso del Smartphone son los traslados, especialmente durante la mañana en el camino del hogar al trabajo, facultad, o hacia alguna otra actividad”, apunta el estudio. Y agrega que “la tendencia es claramente hacia una conexión ininterrumpida las 24 horas, con la superposición de diferentes dispositivos: al mismo tiempo que se está conectado desde la PC en el hogar o en el trabajo, se está conectado también desde el celular”.

No, definitivamente las vacaciones ya no son lo que eran. Aquello del “desenchufe” planteado como idea del paraíso y del verdadero descanso poco y nada tiene que ver con nuestras vacaciones versión siglo XXI. Hoy, lejos de plantearse como algo atractivo, la desconexión se parece más a un mal rato, a un desagrado imprevisto. Como sucede con un corte de luz, quedarnos fuera de la Web nos deja a oscuras en el peor de los sentidos. Apaga nuestro mundo, nuestra posibilidad de informarnos y mantenernos en contacto con los demás. ¿Nomofóbicos? Sin dudas. Y a mucha honra. 

Para saber más:

http://www.thinkwithgoogle.com/mobileplanet/es/

http://www.dailymail.co.uk/sciencetech/article-2017543/Britons-deprived-internet-feel-upset-lonely.html

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