Franco Torchia, le escribe a Teresa T. : "Nunca fui un varoncito, querida hija mía"

Por: #BorderPeriodismo

Esto fue lo que sucedió hoy en Desayuno Americano, con Pamela David, a propósito de una increíble declaración de Gisella Barreto, adonde la actriz aseveraba que el Estado no debería «permitir» a parejas gays adoptar niños.

Ésta es la carta que mi amigo Franco Torchia le escribió a Teresa. Una nena que es una campanita de luz y felicidad en el otoño frío de este mundo.

Desde hace un mes, mis compañeros de la escuela primaria -el colegio salesiano y “donbosquista” Nuestra Señora de la Merced, de la ciudad de Ensenada- me participan vía inbox de Facebook, del encuentro por los 25 años de graduación. Desde hace un mes, sé que no voy a poder ir. Y que de poder ir y no tener que cumplir con un compromiso personal ese mismo día, la suma de cataclismos, reconocimientos abruptos, búsqueda de rostros relativamente identificables después de los golpes del mundo inmundo, anecdotario abrumador y fantasioso y terapia intermedia en la que seguramente un evento semejante puede dejarme hoy, determinarían un saldo emotivo por lo menos digno de mi retorno a las sesiones de psiquiatría psicoanalítica que dejé hace tiempo.

¿Sabés qué Teresa? En el Don Bosco para varones del petróleo berissense, el verdor podrido del Río Santiago, las llamas de la siderurgia que a menudo visitaba el móvil del programa de tv de Carozo y Narizota, y del Astillero Río Santiago –la ilusión de una flota de barcos propia para un país destrozado por la dictadura y amenazado de muerte súbita por un “work in progress” democrático- los varoncitos jugaban al varonismo. Es decir, jugaban a la fábrica; jugaban a las misas del futuro a las que sí irían, ya con esposas e hijos mediante, con mucho gusto y convicción; también  jugaban a la caña de pescar. Jugaban a los bicivoladores y a las figuritas. A ser desprolijos, estudiar poco y entrar a la Iglesia a escondidas. El guardapolvos sucio y los útiles rotos eran el carnet de identidad de quienes devendrían contadores, empleados administrativos y profes de educación física. Luego, de adolescentes, fuimos la revolución productiva.

Nunca fui varoncito hija, y pocas veces, o ninguna, hice el esfuerzo por serlo. Me gustaba, sí, sentir en mis manos la tersura agria del plástico naranja con el que el Padre Francisco había decidido forrar el libro de las canciones de misa. Y a mi modo, con timidez y volumen medio, cantaba: a las 7 AM, en la charla de los  “Buenos días”, o los domingos en misa obligada; o cuando, para armarme una salida de sábado a la noche, a mi madre se le ocurría llevarme a ver los casamientos a la Parroquia, y criticar el vestuario de principado de barrio. En esas ceremonias cantaba el “Ave María” Ana, la novia de mi primo, y tocaba el órgano una “solterona” laica y milicoide. Planazo.

Algunas veces Teresa, en días lectivos, tu abuela me sacaba a la calle antes de lo debido: a las 6 o 6:30 de la mañana. Decía ella que no aguantaba más. Nada. Y yo ahí hacía tiempo, entre las zanjas con fideos de sobra de los vecinos y los escasos autos y bicicletas en los que veía cómo otros optaban por trasladar a sus hijos de ida y vuelta. Papá con su portafolios marrón y un sentido tan grave y tan prematuro de la inútil responsabilidad que, como anota César Vallejo en un poema aplastante que ya vas a poder memorizar, “el dolor de todo lo vivido” hizo efecto en mí muchos años después.

Teresa T, que nada más me turbe y que nada más me espante. Éste es un ligero y convulsivo agradecimiento público por tus señalamientos. Me llevás de la mano y soportaste, con días, con apenas meses, con apenas algunos años acá, la incomodidad, el nomadismo y la adaptación frenética a ambientes nuevos y figuras insólitas. Te debo mi verdad, que es mi vida. Y a quien quiera que sea el Señor le quiero decir, como cantándole desde la fila 3 de mi primera comunión, que los que son como vos hija, “vienen trayendo la esperanza un mundo cargado de ansiedad; a un mundo que lucha y que no alcanza, caminos de amor y de amistad”. Pese a ello, vienen con alegría, Señor, “cantando vienen con alegría Señor, los que caminan por la vida Señor, sembrando tu paz y amor».

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