Empecemos quitando miedos. No estamos en 2001. La gente no está endeudada en dólares y los bancos hoy están más sólidos que a comienzos de siglo (le han prestado poco al Gobierno y los créditos en mora son proporcionalmente muy pocos).
Por Liliana Franco
O sea que no tenés que esperar un cambio drástico en la economía de todos los días. Eso sí, el 60% de la gente piensa que estamos mal y todo indica que, si no hay un acuerdo con los fondos buitres a corto plazo, las cosas tenderán a empeorar.
Los primero que se tiene que tener en cuenta, en este sentido, es que la economía – con o sin default – ya venía mal. De qué otra forma se puede calificar el momento si la inflación se proyecta al 40% anual (medalla de plata en el mundo), el salario cae cerca de 10% en el primer semestre del año o hasta el Indec reconoce que cae la actividad.
Sí puede suceder que estas tendencias negativas se profundicen si es que la Argentina no arregla su entuerto externo. El pago de 6.500 millones de dólares (en bonos) a Repsol o el comienzo del pago de los 10.000 millones de dólares que la Argentina le reconoció al Club de París no responden a un espontáneo ataque de hermandad con los europeos o a un reconocimiento acabado en cuanto a que hay que honrar las deudas.
Fueron, en realidad, tragos amargos que la administración de Cristina Kirchner decidió tomar en pos de reabrir el financiamiento externo y, dicho en castellano, conseguir los dólares que el país necesita para seguir funcionando.
Uno de los recursos genuinos de un país para hacerse de divisas son las que surgen del ingreso de las exportaciones. En este punto, tampoco hay buenas noticias. El resultado en el primer semestre del superávit comercial fue de una caída del 29% comparado con el 2013. Y, a no discutir, son datos del Indec.
Tampoco es de esperar un súper precio de la soja, solo en junio el precio se desplomó un 22% y la tendencia señala que la tonelada a más de U$S 600 será un recuerdo del pasado.
Lo cierto es que hoy la economía argentina gasta más de lo que produce. Y sólo hay dos formas de solucionarlo, o nos prestan o nos ajustamos el cinturón (pues las joyas de la abuela ya se vendieron).
Los acuerdos con los acreedores externos apuntaban a la primera salida, ahora arruinada, el menos temporalmente, por los indeseables fondos buitres.
En consecuencia, para seguir financiando el gasto público (desde el anuncio del aumento de las jubilaciones hasta los subsidios al transporte pasando por los millones de empleados estatales) el Gobierno no tendría más alternativa que seguir apelando a la emisión de pesos.
El problema es que la gente quiere cada vez menos pesos y por lo tanto es de esperar un aumento tanto en la demanda de dólares como en los precios.
Un dato a tener en cuenta, para que el Big Mac de Mc Donald costara hoy lo mismo que en Estados Unidos, el dólar oficial tendría que valer más de 10 pesos (y no 8 y monedas).
La inflación, en tanto, que se ubica ya por encima del 2% anual posiblemente cobre mayor fuerza, sólo frenada por la retracción del consumo.
Un dato no menor: en junio las ventas en los shoppings cayeron 14% con relación a un año atrás.
Y lo que más empieza a preocupar: si se acentúa la recesión va a aumentar el desempleo (en el primer trimestre del año, las cifras oficiales muestran que el sector privado produjo 20.000 despidos, poco en el conjunto, pero preocupante como tendencia).
¿Se podrá destrabar la situación a corto plazo con los acreedores? Desde que sabemos que Dios es argentino (y ahora también el Papa), todo es posible.
El nivel de deuda externa del país es bajo y los activos cuantiosos: por ejemplo, en petróleo y gas no convencional – Vaca Muerta – tenemos la tercera reserva más grande del mundo (dicho no por nosotros, sino por la Agencia de Energía de los Estados Unidos).
En consecuencia, una negociación inteligente debería encontrar una salida satisfactoria para todas las partes. Pero también en cierto que hay muchos intereses en juego y posiciones encontradas dentro y fuera del gobierno.