Bob Dylan canta a Frank Sinatra: Shadows in the Night

Por: Pablo Strozza

El Viejo Bob lo hizo de nuevo: se animó con el repertorio menos hitero de La Voz y nos regaló un disco hermoso por donde se lo mire.

Por Pablo Strozza (@pstrozza)

Corría julio de 1995, y Frank Sinatra ya había anunciado su retiro de los escenarios. Por eso, un grupo de artistas decidió homenajearlo con un recital titulado Carnagie Hall Celebrates The Music Of Frank Sinatra. Y uno de los tantísimos músicos que participó de ese tributo en vida a Sinatra fue Bob Dylan, que estuvo muy cerca de La Voz antes de su deceso, el 14 de mayo de 1998. Dylan y Bruce Springsteen solían ir a cenar a la mansión de Sinatra, en veladas que solían terminar con los tres al piano tocando aquellas viejas melodías que Frank interpretaba con la orquesta de Tommy Dorsey, con sendas medidas de whiskey Jack Daniel’s como acompañamiento. Pero la amistad del trío tenía una enemiga: Barbara Sinatra, última esposa del cantante. “Hay que invitar a Dylan y Springsteen a casa al menos una vez por mes”, dijo Frank. “Por encima de mi cadáver”, fue la respuesta de su mujer.

Esta introducción, sumada a las menciones a Sinatra que aparecen en su autobiografía Crónicas, sirve para confirmar que Shadows in the Night, el disco en el que Bob Dylan interpreta diez canciones del repertorio de La Voz no tiene ni un atisbo de oportunismo. Entre medio de su Gira Interminable, con su banda de apoyo y en el más absoluto de los secretos, el autor de “Blowin’ in the Wind” grabó un disco a la vieja usanza: con todos tocando en vivo en el estudio de grabación, con únicamente primeras tomas registradas en el producto final, y con él sólo cantando. 

Y el resultado es una nueva obra maestra de Dylan. El primer acierto de Shadows… es su repertorio: no esperen aquí encontrarse con hits “New York New York” o “Strangers in the Night”. Y sí con un Sinatra más desconocido, el de “I’m a Fool To Want You” (ese himno que le dedicó a Ava Gardner” o el de standards como “Autumn Leaves” y “That Lucky Old Sun”. Una vez más, Dylan eligió no incomodar desde el riesgo antes que realizar la jugada obvia y fácil, la jugada tribunera.

Otro ítem a destacar es la instrumentación. La gran orquesta jazzera fue reemplazada por sólo un núcleo de cinco músicos. Pero lo paradójico es que esos cinco músicos suenan como una orquesta, pero de cámara. El trabajo de Donny Herron con su pedal steel guitar reemplaza a las cuerdas habituales en las grabaciones de Sinatra. La percusión de George C. Receli se limita a acompañar con escobillas o a ausentarse sin aviso. Y si bien hay intervenciones de vientos (trombón, trompeta y corno francés), estas son muy puntuales, sin sobresalir sino que apoyan de fondo a la melodía.

Y por último está la voz de Dylan. Aquellos que imaginaron a un equivalente al último Roberto Goyeneche mezclado con Tom Waits cantar las prístinas melodías de Frank se van a llevar una agradabilísima sorpresa. Salvo en Nashville Skyline (1969, el disco que incluyó el hit “Lay Lady Lay”) jamás la garganta de Dylan sonó tan nítida como acá. Su habitual carraspera es casi inexistente, y cuando aparece queda como un gesto hasta simpático, como una marca inevitable. Un puntazo a favor de Bob.

Alguna vez el escritor Rodrigo Fresán dijo que el mundo se dividía entre los fans de Bob Dylan y los fans de David Bowie. Y más allá de la conocida devoción que Fresán siente por la obra Dylan, sí hay que reconocerle una cosa: desde Time Out Of Mind (1997) Dylan viene clases de cómo un rockero debe envejecer. Esto es: con discos magistrales, con shows que confirman la leyenda y con visitas al pasado que incluyen saqueos a sus propios archivos personales (todos los volúmenes de las denominadas Bootleg Series, con inéditos y tomas alternativas de viejas canciones, para delirio de sus seguidores más acérrimos. Shadows in the Night, como fue en su momento Christmas in the Heart (su álbum de villancicos de 2009) funcionan como artefactos atemporales para reforzar al mito. Un mito que en este caso decidió apoyarse en un verdadero peso pesado de la música estadounidense de todos los tiempos, y salir con la frente alta de semejante parada. Donde quiera que esté, con su sempiterno Camel sin filtro y su vaso de Jack Daniel’s con hielo, seguro que Frank Sinatra aprobó este disco de Bob Dylan.

 

 

 

 

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