Harta de bancar esa gente pesada que te pregunta ¿y vos para cuándo? Suzanne Heintz organizó una falsa familia, como la de tantos.. pero con fotos y videos.
– Casi te mato cuando me enteré ¿Cómo lo vas a cortar a ese pibe? Tan bueno que es!! – dice U.
– No me gustaba – responde B y lo hace con cara de “otra vez vamos por ese caminito”.
-Para el caso – interviene F- le presento este vaso y que se case con él. Miralo –se lo pone al lado- es transparente, chiquito, no hace mal a nadie ¡Casate con él!
B ya sabe. Está acostumbrada “En el pueblo es así ¿Qué van a hacer? Los que están solos se emparejan”, dice, y se ríe, porque ya hizo las paces con eso de estar en un baile donde no sigue la coreografía. “Emparejarse”, casi como buscar fichitas parecidas. Estás solo, estás sola. Son humanos. Júntense y aquí no ha pasado nada, señores. B. dice “gracias, pero no”.
La escena pasó este fin de semana, en una reunión de amigas, pero pasa en varias partes, en muchas reuniones, todo el tiempo. Como si armar una pareja fuera fácil, un juego de niños con dibujos: chanchito- chanchita; patito- patita; solterito-solterita. Un arca de Noé que para muchos debe ser llenado constantemente para pedir completar el que sigue. Quizá hay algo más. “La sola es peligrosa para su círculo íntimo”, apuntaba Fernanda Sández en una nota de hace un tiempo en #Borderperiodismo: “es ésa que puede secuestrar Marcelos y Fabianes del lado de sus respectivas Normas y Estelitas”.
Algo de todo esto también le pasaba a la fotógrafa norteamericana Suzanne Heintz que un día se hartó de las preguntas de las amigas de su madre y compró eso que le pedían: una familia, hermosa, de piel tersa , de pelo que no se despeina. Compró un maniquí hombre y un maniquí de niña preadolescente y salió a armar el álbum, la historia para ofrendar.
Life once removed se llama su proyecto. Heintz trae material en la mochila. Su familia fue asidua asistente a la iglesia mormona y el matrimonio, y la mujer como madre y ama de casa fueron los espejitos que la siguieron durante la infancia. Ahí, en ese nudo interno a punto de explotar que aparece cuando el mandato es sólo sofoco, encontró un motor que decidió agarrar con las manos para hacer su trabajo.
Empezó con las fotos, entonces, ella y su linda familia festejan el Cuatro de Julio, arregladitos, chispeantes; comen con el diario y la tostada, vacacionan en Paris, se tiran bolas de nieve, siempre con la misma mirada, y un algo se desata entre el terror y la opresión. Ahora, además, Heintz hizo un documental en el que cuenta esta historia que es su canción de protesta. Playing house, se llama y ahí ella explica sus razones, siempre al borde del estallido.
¿Qué busca? “Cambiar las percepciones erróneas y esos sentimientos que nos atrapan y nos hacen sentir insatisfechos, ausentes de nuestras propias vidas”, dice Heintz. Su idea es seguir con este proyecto por lo cual su cuerpo irá envejeciendo, mientras que esos muñecos, “su marido” y “su hija” de juguete, permanecerán impolutos, sin olor, sin arrugas, sin palabras, yendo donde se los pone, vistiendo lo que se les dice, sin escapar. Desde sus ojos de plástico, los muñecos del mandato, como testigos de lo que el tiempo puede hacer con quienes se casan con las familias de plástico.