Hoy no quiero rosas, chocolates ni felicidades. No es que me haga la especial, tampoco que reniegue del hecho de ser mujer, cosa que elijo y disfruto cada día. Pero no quiero regalos ni saludos porque no tengo nada que festejar. En esta última semana -sólo en una semana- mientras escribía la nota que estás leyendo, a mi prima un hombre la persiguió dos cuadras con el miembro erecto fuera del pantalón, a una amiga un desconocido la amenazó con un palo, a otra el ex le dijo que si la llegaba a ver con alguien la cagaba a trompadas y a mí un señor me dijo que le parecía una falta de respeto que le diera la teta a mi hijo en la calle.
Por Leila Sucari (@leisucari)
Y eso no es nada. Apenas algunos ejemplos insignificantes si tenemos en cuenta que el año pasado en nuestro país 277 mujeres fueron víctimas de femicidio y 330 hijos se quedaron sin madre, según un informe realizado por la ONG La Casa del Encuentro.
En este mismo momento, mientras los shoppings ofrecen “fiesta de descuentos” y los restaurantes nos quieren conquistar con promociones, miles de mujeres están siendo golpeadas, humilladas y maltratadas. Es que a pesar de todos los avances, de estar en el siglo XXI y de creer que somos tan progres y que la desigualdad de género es cosa del pasado, alcanza con mirar a nuestro alrededor – a nuestras hemanas, amigas, madres, vecinas y a nosotras mismas- para darnos cuenta de lo mucho que nos falta. Vivimos en una sociedad donde el machismo está tan arraigado que incluso, más de una vez nos cuesta, reconocerlo.
La violencia contra la mujer opera desde los ámbitos más variados. A veces tiene la forma evidente de un asesino que mata a puñaladas, en ese caso podemos reconocerla sin dificultad. Pero otras veces -la mayoría- actúa desde invisibilidad: las instituciones, las costumbres y el lenguaje son un campo minado de bombas que ni siquiera vemos.
Ser mujer es peligroso. Pero más peligroso es dejar de serlo. Ocultarnos detrás de una pollera larga por miedo a “llamar” a los violadores, dejar de parir cómo y dónde queremos por temor a que los médicos se ofendan y dejen de atendernos o nos atiendan mal, evitar responder las palabras hirientes de un hombre por terror a recibir una trompada en la cara, aguantar los maltratos de un jefe misógino o tener que abortar en silencio y con vergüenza por falta de un Estado que nos proteja. Ese es el verdadero peligro, dejar de ser personas libres para transformarnos en objetos vulnerables que temen y están al servicio de los deseos de un otro que pretende dominarnos por el simple hecho de ser hombre y sentirse impune.
Todos los días somos víctimas de hechos de violencia. El primer paso para defendernos es reconocer cuándo sucede, conocer nuestros derechos y dejar de naturalizar los maltratos o de buscar justificaciones. No se trata de repetir un discurso feminista, sino de cambiar activamente. En la forma de reaccionar frente a los maltratos, en la manera de educar a nuestros hijos y en la exigencia y la lucha cotidiana de construir un mundo donde ser mujer no sea un riesgo.
Te contamos distintos casos de violencia contra la mujeres para que tomes conciencia y mantengas los ojos bien abiertos. Pedir ayuda y animarte a hablar es dar el primer paso.
Violencia cultural: Agnes Pareyio es una activista social de origen masai, una comunidad africana. A pesar de los años, todavía recuerda con dolor el día que la mutilaron. “Tenía 14 años cuando me circuncidaron, intenté oponerme, pero me lo hicieron igual, en contra de mis deseos”, cuenta. “Es uno de los momentos más horribles que recuerdo de toda mi vida. Casi me desangro». Hoy Agnes es reconocida en todo el mundo por su lucha contra la ablación de clítoris. Cada año, 140 millones de mujeres son sometidas a esta práctica.
Violencia obstétrica: Cuando Marina llegó al hospital tenía 17 años, mucho miedo y un bebé a punto de nacer. Como no había lugar, la dejaron en un pasillo con las piernas abiertas mientras a cada rato pasaba alguien distinto a hacerle un tacto. Una de las enfermeras le metío la mano sin previo aviso para evaluar la dilatación y ella se quejó de dolor. La mujer le respondió: “Aguantá mamita, bien que con tu novio no te quejabas”. La violencia obstétrica es una realidad que afecta todos los días a todas las clases sociales. Miles de mujeres son obligadas a parir solas, inmovilizadas, anesteciadas y sin ningún tipo de apoyo, contensión y poder de desición sobre sus cuerpos y la forma en la que quieren que sus hijos lleguen al mundo. Si bien existe una ley de parto respetado, rara vez se cumple. Los maltratos están tan naturalizados que pasan desapercibidos, pocas mujeres conocen sus derechos y pocos profesionales los respetan.
Violencia doméstica Hace un año Fernanda decidió separarse del padre de sus 4 hijos. Desde ese momento el ex le dice que si la ve con otro la va a matar, no le pasa un peso para los chicos y la acosa sexualmente todos los días. Vive con miedo y no se anima a denunciarlo. Ni siquiera su familia la apoya: dicen que ella es culpable por haberlo dejado. En Argentina hay un femicidio cada 30 horas, el año pasado hubo 277 mujeres asesinadas y miles de víctimas de violencia de género. En el 38% de los casos, los asesinos eran novios, parejas, maridos o amantes de las víctimas. La mayor parte de las mujeres tenía entre 19 y 30 años.
Violencia urbana Bárbara caminaba por una calle de su barrio cuando de pronto un hombre desconocido pasó por al lado y le agarró el culo. Después se alejó como si nada, riendose de su “osadía”. Ella lo primero que sintió fue vergüenza. En el momento no dijo ni hizo nada. Cuando llegó al trabajo se puso a llorar de la impotencia y les contó a sus compañeros lo que había pasado. Algunos minimizaron el hecho y le dijeron que era una exagerada. Su jefa le recomendó usar un short debajo de la pollera. Según una encuesta del Programa “Construyendo Igualdad de Género”, “El 76.6 % de las mujeres expresó haber recibido piropos con connotaciones sexuales, expresiones obscenas o intimidantes e indicaron como lugar la calle y el 37,1% relató haber sufrido comportamientos corporales invasivos para su intimidad como toqueteos o apoyos, siendo el colectivo el lugar característico manifestado por el 74,5% de las mujeres y en segundo lugar la calle”.
Violencia institucional Por hacerse un aborto clandestino con pocos recursos económicos y poca información, Cecilia casi se muere a los 20 años. El mismo día después de interrumpir el embarazo fue al restaurante donde trabajaba de camarera y tuvo una hemorragia. Se desmayó en el baño y fue hospitalizada de urgencia. En nuestro país se hacen alrededor de medio millón de abortos cada año y mueren más de 100 mujeres por abortos mal hechos, la mayoría por no contar con suficiente dinero para hacerlo en una clínica privada. A pesar de las leyes propuestas y de la cantidad de mujeres muertas, la despenalización y legalizacióndel aborto sigue siendo una deuda pendiente de la democracia.
Para saber más:
http://www.lacasadelencuentro.org/orientacion_asistencia.html
http://www.ela.org.ar/a2/index.cfm?aplicacion=app187&cnl=23&opc=1
http://www.cnm.gov.ar/Varios/Linea144.html
http://www.jus.gob.ar/atencion-al-ciudadano/guia-de-derivaciones/violencia-familiar.aspx