Hoy mucha gente cambia la tradicional mesa familiar por un festejo en el que conviven amigos, parientes y afectos variados. ¿Las fiestas ya no son lo que eran? No. Por suerte.
Antes, todo era cuestión de sentarse a esperar. En algún momento de diciembre, el teléfono sonaría y la tía X (cuando no nuestra propia madre) nos comunicaría las coordenadas de la celebración: lugar, hora y plato a llevar. Así de simple. Y así de terrible, porque eso significaba que 364 días después de haber hecho exactamente lo mismo en otro lado, volveríamos a toparnos con parientes remotos, primos a menudo infumables y algunos familiares encantadores que no alcanzarían a salvarnos de todo lo demás.
Para peor, como bien señala Laura Orsi, psicoanalista y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), el fin de año marca siempre un momento “de cierre y de balance, de ver qué de todo lo que nos propusimos hacer efectivamente concretamos. Por eso, esta etapa suele generar ansiedad y agudizar los sentimientos de disconfort. Por algo, ésta época del año es la que más visitas genera al consultorio”, precisa. Si a eso se le suma la convivencia forzada con gente a la que a menudo sólo vemos ese día, el resultado puede ser nefasto.
Y eso es justamente lo que comienza a hacernos un poco de ruido en la cultura de la “sociedad red”. De alguna manera, se nos hace cada vez más difícil celebrar sin sumar al festejo a la gente con la que, en definitiva, hemos pasado gran parte del año, tanto “en vivo” como vía Web. Y es por eso que, de un tiempo a esta parte, festejar lejos de ellos se nos hace cada vez más impensable. ¿Una fiesta? ¿Y sin nuestros amigos? Imposible. Especialmente ahora.
“Sucede que este año en particular, luego de los atentados de París, termina con una gran crisis de confianza. Hay incertidumbre local y mundial, por lo que es importante revalorizar los vínculos afectivos y los lazos sociales (familia y amigos) como sistema de red de contención ante a la inseguridad del futuro y la adversidad”, marca Orsi. “Hay que refugiarse en ellos para combatir el malestar, la soledad y la exclusión”.
Especialmente teniendo en cuenta que, para mucha gente, estas fechas suelen tener mucho de aislamiento voluntario. Hay quienes se van de viaje, se aíslan o las viven como un día más. Sin pena ni gloria, pero también sin tíos inquisidores que se arrimen a preguntar cosas tan incómodas como “¿Y vos? ¿Para cuándo un bebé?”.
Según indica la experta, también eso es novedoso porque “de a poco, la idea de pasar las fiestas solos por elección ya no es tan censurado como antes. Y es todo un logro, para la libertad personal, animarse a pasarla bien como más me guste y no como la sociedad dice que debo pasarla para estar bien. La alegría “por decreto” es también fuente de infelicidad y frustración”.
Así las cosas, y en especial durante fin de año, las celebraciones van mutando y hoy es cada vez más usual recibir el año nuevo en compañía de amigos. Esto, según Beatriz Goldberg, psicoanalista y escritora, “tiene que ver con una época en la que los vínculos de amistad suelen tener más peso –y hasta puede que ser más estables y seguros- que los lazos de sangre”, precisa.
Orsi lo confirma: “en general, hemos ido pasando de las relaciones verticales a otras más horizontales en las que los antiguos modos de relación (familia, pareja) de a poco comienzan a combinarse con otros lazos de tipo fraterno. Hoy, los amigos pueden ser más familia que la propia familia”, destaca.
Y es que con los amigos no hay que dar explicaciones, no hay que responder preguntas incómodas y, lo esencial: uno se reúne porque quiere y lo disfruta, y no por compromiso. Como bien precisan los especialistas, si en estos días se disparan las consultas psicológicas y en las guardias de los centros de salud se multiplican los casos de ataque de pánico, no es casual. Responde a un nivel de presión emocional que no todos estamos preparados para soportar.
Así, quienes alguna vez hemos incurrido en esto de festejar mezclando amigos con conocidos con novios de amigos con algo de familia con perfectos extraños traídos por otros amigos, y nos sentamos a celebrar en alegre montón la llegada de un año nuevito, no podemos ya pensar en un plan mejor que ése. Tanto, que ya desde noviembre comienzan las cadenas de llamados y consultas, para que la fiesta vuelva a salir perfecta.
Será que si algo no hay en esta manera de festejar eso es, precisamente, lo que suele abundar en la tradicional: obligaciones, indiferencia y esa suerte de “declaración jurada existencial” que se espera que hagas, año tras año, bajo la atenta mirada de tu tía Dorita. Frente a eso, convengamos, una mesa larga, llena de gente amada y elegida, puede que se parezca demasiado al Paraíso.
Por eso, este año animate a declararle la guerra abierta al vitel thoné, al turrón de maní con 40 grados a la sombra y a sentarte por enésima vez al lado de gente con la que ya no tenés ganas ni de qué conversar. Nada tampoco de pasarte de explícito: con un simple “este año festejo con amigos” será suficiente y van a tener que entender lo central.
¿Y qué es lo central? Que la vida es corta. Que se pasa rápido. Y que la única manera de hacer que el viaje parezca un poco menos veloz es gastando nuestro tiempo con quienes realmente nos hacen bien. ¿Lo demás? Fuegos de artificio y comida que cae pesada. ¡Casi tanto como el vitel thoné!