Mientras en el Estadio de River Plate Coldplay daba el segundo de sus diez recitales programados en la Argentina, en Villa Crespo Babasónicos despedía el año a lo grande. El primero de sus dos shows agotados en el Movistar Arena (una reentre de sus dos conciertos también sold out en el mismo lugar en junio pasado) en lo que ellos mismos denominaron el Bye Bye Tour. No, no es una gira despedida, sino un chiste a propósito de la canción con ese nombre, puntal de Trinchera, su excelente último disco, y apertura de sus actuales presentaciones en vivo.
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A las 21:30 horas del miércoles 26 de octubre se apagaron las luces, y comenzó un show que condensa y confirma a Babasónicos como la gran banda que es y que siempre fue. Una puesta en escena demoledora, simple pero eficaz, con halos de luces verticales que caían del techo al escenario y los músicos alineados sin esas supuestas jerarquías que se suelen ver (la batería por detrás del bajo y la guitarra, por ejemplo). El único que goza de un “privilegio” de estar adelante del resto es, claro, Adrián Dárgelos, cantante y frontman, que con el correr de los años acentúa sus dotes de encantador de muchedumbres y se ubica en un lugar indiscutible. El inicio, con él cantando entre la gente, en una pasarela casi escondida dentro del campo, está claramente pensado para que todos lo vean a través de las pantallas y para que también lo disfruten aquellos que están en las plateas.
Babasónicos es uno de los pocos grupos argentinos que basa sus presentaciones en el último disco editado en el momento del concierto en cuestión. Así, de las veintisiete canciones que se escucharon en el Movistar Arena, diez fueron de Trinchera (sólo faltó “Madera ideológica”). O sea: más de un tercio del show. En una escena donde muchas veces lo retro y la nostalgia suelen ser muy bien vistas, el grupo elude el facilismo y mira para adelante. Claro que para eso el material a defender debe ser contundente. Crear un nuevo mundo en el que habitar un par de años: palabras más, palabras menos, ese es el concepto que maneja Dárgelos a la hora de sentarse a escribir un nuevo disco. En el caso de Trinchera, el objetivo está cumplido.
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Y también, para patrocinar esta clase de ideas, hay que tener un conjunto de músicos ciento por ciento convencidos de ejecutar un plan y mantenerlo hasta el final. Babasónicos es eso. Como bien dijo una vez Daniel Melero, en todos los grupos hay un “tonto”, una especie de chivo expiatorio, para que esa dinámica interna fucnione. Babasónicos carece de un integrante así. La base rítmica de Panza y Tuta Torres es de las más sólidas del rock argentino. Mariano Roger es un violero que puede pasar del rock más bailable al heavy metal sin solución de continuidad. Los teclados de Diego Tuñón actúan como la columna vertebral del sonido del combo, del mismo modo que lo hacía Jon Lord en Deep Purple. Y tanto Diego Rodríguez como Carca desde sus respectivos lugares de multi instrumentistas se ponen al servicio de embellecer lo que requiera cada canción en particular, ya sea desde sus guitarras, percusiones (electrónicas y orgánicas) o theremin.
“Gracias”. Esa palabra, nada más y nada menos, fue casi la única que pronunció Dárgelos a lo largo de toda la noche. Otra cualidad destacable de Babasónicos: acá no hay demagogia barata y/o pedidos de palmas o de completar la letra de una canción al público, y tampoco diálogos que rondaban lo desopilante como era el caso de la interacción de Luis Alberto Spinetta con su audiencia. Para Babasónicos, sus canciones se defienden solas, y vaya que lo hacen. Como bien supieron decir años atrás, “La música no tiene moral, la música no tiene mensaje para dar (y sin embargo, te lo da)”. Un grupo fundamental y necesario para la música popular argentina.
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