Hace meses que el documental argentino sobre padres apartados de sus hijos luego del divorcio no consigue sala adonde estrenarse. Pero, desde hace algunos días, ya se sabe que la cinta tampoco va a llegar a los cines porque un juez prohibió su exhibición. ¿Por qué? Border te lo cuenta.
Por Fernanda Sández
¿Por qué un documental financiado con dinero del INCAA y cuyo estreno estaba programado para hace más de un mes está prohibido? ¿Qué cosa tan imposible de ser vista se ve ahí, qué secreto tan tremendo develan esos 75 minutos para justificar algo que tranquilamente podría encuadrarse dentro de la censura previa? Veamos, por lo pronto, algunos de los tweets que generó la medida del juez Guillermo Blanch de prohibir su exhibición hasta tanto no se eliminen los testimonios de tres especialistas (una psiquiatra, una psicóloga y una trabajadora social) que aducen haber sido engañadas en su buena fe.
Borrando a Papá @borrandoapapa ahorahace 13 minutos
Otro día de censura http://www.borrandoapapa.com.ar/documental-censurado/ … Otro día sin nuestros hijos. AUXILIO
malbec1999 @malbec1999 25 de oct.
¿Esta es la parte que quieren cortar de @borrandoapapa ? Tato cortando a Isabel Sarli tenía más onda @RelatoDPresente
Borderperiodismo vio en exclusiva hace más de una mes el corte final del documental dirigido por Ginger Gentile y por Sandra Fernández, y producido por Gabriel Balanovsky. ¿De qué va la película? Es la historia de seis padres impedidos de ver a sus chicos. En ninguno de los casos, valga la aclaración, hubo denuncias de abuso sexual contra el padre ni cosa por el estilo. En la mayoría de los casos, también valga la aclaración, fue la madre la que decidió -unilateralmente y hasta a veces en contra de lo dispuesto por la Justicia- que los chicos se transformaran en una cosa horrible: huérfanos de padre vivo. Esto es, chicos que no pueden ver a su papá, aun cuando él y ellos así lo quieran. ¿Y la Justicia? Bien, gracias.
Y no es uno, ni diez, ni cien. Son miles de padres a los que – vía triquiñuelas judiciales varias, vía no pasar llamadas del papá a los hijos, vía un largo etcétera que nunca es gratuito para la cabeza de un nene- se los deporta de la vida de su prole no bien se separan. Y esto, valga la aclaración, lo escribe una separada que también ha tenido y no pocos conflictos con su ex. Desde ahí puedo decir que no hay nada más fácil para una mamá que vive sola con sus hijos que disfrazarse de Mujer Maravilla y “borrar” al padre como quien pasa lavandina en gel sobre los azulejos del baño.
Eso sí: no es gratis. Para los chicos, al menos, la “padrectomía” post divorcio es una intervención tan cruel como innecesaria, basada puramente en el deseo de venganza, de la que nada bueno puede salir. Los chicos esperan la visita, el llamado, los mimos de su papá. Los esperan, los desean y los necesitan. Pero si la madre se ocupa activamente de rediseñarlo en tanto el Monstruo Abandónico, le será muy complicado sobrevivir a eso.
De hecho Diego, uno de los protagonistas del film habla en su doble condición de hijo alejado de su padre tras el divorcio (“yo le escribí cartas y puteándolo, porque era lo que me decía mi mamá. Yo tenía ocho años”, recuerda hoy) y actual papá de una hija a la que tampoco puede ver. El círculo del odio, girando a través de los años.
Hay también, desde luego, padres y madres justamente alejados de sus hijos. Por abusadores, por violentos, por incapaces de cuidar el tesoro que tienen entre sus manos en forma de bebé o de chiquito. Pero así como la justicia argentina adolece de un machismo congénito, no menos cierto es que en muchos casos oscila hacia el otro polo y se vuelve radicalmente “hembrista”. La madre es buena siempre, y siempre mejor que el padre. Así termine matando a su hijo (como Adriana Cruz, la asesina del country San Eliseo) o así le parta un palo en la cabeza y le provoque una fractura de cráneo, como también se refleja en uno de los casos que recoge Borrando a papá.
Va de nuevo: decir esto no implica decir que no haya padres violentos o abusadores, como de hecho lo han demostrado en los últimos días casos como el de Rocío Girat o el de las hermanas violadas durante años por su padrastro y por su abuelastro. Es, en todo caso, decir que aberraciones como éstas no presuponen que todos los hombres (por el sólo hecho de serlo) automáticamente se vuelvan igual de criminales. El delito, mal que le pese a Lombroso y a muchas feministas “de bigote”, nada tiene que ver con la sangre. Ni con el género.
¿Qué es entonces lo que resulta tan grave de este documental? ¿Se muestra acaso a menores a cara descubierta? No. ¿Hay desnudos? No. ¿Escenas de violencia? Tampoco. Hay, eso sí, testimonios estremecedores (como la de la madre que mandó a su hijo al hospital como represalia porque el chico insistía en ver a su papá), casos increíbles (como el de un ciudadano ruso, Yura, denunciado por “hablar en ruso” con su pequeño hijo, Sasha), padres que ven a sus hijos cada tres meses, durante dos horas y hasta por diez minutos a la semana) y mucho más.
Pero lo de veras espanta es escuchar, de boca de expertos y especialistas en violencia de género, frases como éstas: “ Si son padres que aman, el dolor se lo tienen que bancar ” o “Es muy difícil que una mujer invente que le pegan, que les pegan a sus hijos, que no le pasan plata. Creo los varones los que mienten”. O, ya en el colmo del desatino, frases que directamente violan el principio de inocencia: “Al revés de lo que sucede habitualmente, que cualquier ciudadano o ciudadana es inocente hasta que se demuestre lo contrario, yo creo que en las situaciones de violencia de género debe invertirse la carga de la prueba”, dice una de las especialistas consultadas. “Es decir que si yo digo que él es culpable, el ES culpable hasta que demuestre lo contrario”.
Tal vez sean frases como ésas las que han erizado el sensible pelo del hembrismo nativo, siempre dispuesto a leer violencias donde sea y a congelar para siempre a las mujeres en un único lugar: el de la víctima. Pues no.
En este país en donde la ley de violencia de género tardó años en reglamentarse y aún tiene graves problemas de presupuesto (porque una cosa es decir que se protege a las mujeres y otra, muy distinta, es asignar partidas para que eso efectivamente suceda), aquí donde todavía muere una mujer cada 30 horas a manos de un hombre que ha sido su esposo o su pareja, un documental como Borrando a papá sin dudas molesta.
Y mucho, porque muestra que a la hora de la violencia no hay género que valga. Contra lo que indica el prejuicio, nuestra módica forma de sentido común, los hombres también pueden ser violentados, victimizados y vulnerados donde más les duele (sus propios hijos) por un sistema judicial machista en su ADN y feminista pour la gallerie. “Los hombres no son objetos de violencia de género. Entonces, pueden esperar”, decreta otro de los expertos consultados en la película de Balanovsky.
¿Y quién paga los costos de todo esto? Los chicos, desde ya. Esos hijos a los que a veces una madre vengativa decretada “huérfanos” no bien se separa, y que crecen aprendiendo a ver a sus propios padres como si fueran el enemigo. El monstruo. “El que te dejó para irse con ésa”. El cuco del bosque más temible. Pero padre, mal que les pese, también hay uno solo.
¿Por qué será entonces que no podemos debatir esto? ¿Por qué tantos especialistas se animan a decir con el grabador apagado lo que no quieren confirmar en on ? ¿Qué tan mal hemos entendido la idea de igualdad ante la ley para que el sólo hecho de ser hombre vuelva a un padre automáticamente sospechoso? De todo esto habla Borrando a papá, la película que –en un vuelco irónico- terminó siendo borrada de las carteleras. Para que todo siga tal y como está. Para que nadie se haga nuevas preguntas. Para que el mundo siga dividido en ogros y princesas. Como cuando uno es chico y el universo tiene, siempre, el tamaño de los cuentos que nos cuenta mamá.
Para saber más:
* http://www.clarin.com/sociedad/Borrando_a_papa-juez-prohibio-exhibicion_0_1235276518.html