Por Fernanda Sández
Deshidratada. Sin poder alimentarse sola. Sin salir de su cama. Mirando –sin mirar, porque en las etapas finales de este tipo de cáncer cerebral, el más agresivo de todos, quienes lo padecen pierden la concienca- cómo la vida era eso que había quedado del otro lado de su cuerpo. Cómo los que la amaban –su marido Dan, sus amigos, sus padres- estaban ya en un lugar adonde ella no podría regresar nunca más.
De todo eso (y de situaciones todavía más crueles, más animales, más devastadoras) quiso salvarse Brittany Maynard, la chica estadounidense que por estas horas termina de decidir cuánto tiempo permanecerá en la Tierra ahora que ya todo ha sido dispuesto para que –cuando ella así lo decida- le suministren dos pastillas y todo termine de una vez por todas.
“Todo” es, en este caso, el cáncer cerebral que le fue detectado en abril y cuya pronóstico más alentador es de un año y medio de vida. Catorce meses es el tiempo que, en promedio, transcurre entre el diagnóstico y la muerte.
A Britany su médico le dio mucho menos. Medio año, con mucha suerte, en un progresivo trance de dolores, convulsiones, migrañas insoportables y alteraciones en todo su cuerpo. Ya había comenzado a dejar de ser ella, de una vez. Y para siempre. Tal vez por eso, mientras los medios hablan de “suicido asistido”, ella prefiere hablar en cambio de “muerte digna”, seguramente porque los médicos le advirtieron lo indigna que puede volverse la muerte a manos de una enfermedad que dinamita el psiquismo.
“Yo pensé en quedarme a morir en un lugar de cuidados especiales en el área de la bahía de San Francisco, y cerca de casa. Pero incluso con medicación paliativa, podría volverme resistente a la morfina, sufrir cambios de personalidad y pérdidas verbales, cognitivas y motoras de todo tipo”,, anotó en su carta Mi derechos a morir con dignidad a los 29.
Al respecto, la psicoanalista Lía Ricón, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), profesora de la Universidad Nacional de Buenos Aires y autora de un paper sobre la eutanasia, marca algo interesante. “Los humanos, en condiciones aceptables de salud, no queremos morir. Entonces, la eutanasia no es una propuesta de bien morir a secas, sino un procedimiento para evitar un sufrimiento que no se puede suprimir ni disminuir para evitar una vida que no sea humana sino solo vegetativa del cuerpo”
Y agrega que “en el campo, cuando un caballo o un perro se lesiona de modo incurable, el dueño tiene como obligación –casi como una cuestión de honor- terminar con la vida de ese animal al que quiere mucho. El modo de llamar a eso es muy descriptivo: se le dice “despenar”. ¿ Por qué entonces los humanos hemos de estar condenados a seguir penando cuando padecemos males incurables?, se pregunta.
Brittany respondió esa pregunta por sí misma y hasta explicó sus razones: “Como el resto de mi cuerpo es joven y saludable, voy a tener que esperar mucho tiempo aún cuando el cáncer esté devorando mi mente. Y mi familia tendría que ver todo eso. Y yo no quiero ese escenario de pesadilla para ellos”, aseguró allí.
Y de hecho hace muy pocos días tuvo una muestra cabal de lo que le espera. “Miraba a mi marido, sabía que era mi marido, pero no podía decir su nombre”, cuenta, entre lágrimas, en uno de los videos que la tienen como protagonista y que se han vuelto virales a nivel planetario. El primero de ellos, de hecho, ése que subió a You Tube y en el que contaba su drama y su decisión de tomarse dos pastillas letales el 1 de noviembre, fue visto por más de 8 millones de personas.
Toda una ironía: la chica que aspiraba a morir en paz, rodeada sólo por su familia, hoy tiene alrededor de su cama a una multitud fantasmagórica. Invisible pero presente, y pendiente del minuto a minuto de su deceso. En parte, porque más allá del drama humano que siempre encierra toda muerte, esta cuenta con rasgos que la convierten en un potencial éxito mediático. Brittany es linda, joven, está enamorada, tiene planes. Y tiene, también, un cáncer feroz e incurable. Es como si la protagonista de Bajo la misma estrella (“el” best seller adolescente de este momento) creciera un poco y mudara su historia a la vida real.
En efecto, la historia de Brittanyy Dan Díaz, su esposo desde hace un año, es una suerte de drama de Verona pero en versión siglo XXI y con un auditorio dispuesta a consumirlo 24 horas al día. De ahí los tweets, los videos (“¡Un nuevo video de Brittany!”, explota la Web cada tanto, como si fuera el último de Miley Cyrus) las notas de puño y letra de ella, los mensajes llenos de corazones y flores de sus millones de seguidores.
Pero más allá de innumerables mensajes de aliento, apoyo y admiración por la decisión tomada, el cyber espacio también se ha convertido en el escenario de la más insospechada de las batallas: la lucha por convencer a Brittany de que no se quite la vida “antes de que su hora haya llegado”. Esto es, que llegue hasta las últimas instancias de sufrimiento y resista como pueda hasta que la muerte sobrevenga. Un fin “natural”, digamos.
Millones de personas en TW le hablaron de Dios. Un sacerdote le dio palabras de aliento. Una enfermera tomó también como propia la causa de “salvar” a la joven. Y, por momentos, en medio del maremoto de las redes sociales se perdió de vista lo que en verdad importa, y que es que Brittany ya está condenada. Y que lo que queda por venir es una sucesión de días horribles.
La enfermedad que padece no da opción alguna. El futuro que la espera es la cama, la dependencia total de otros hasta para beber agua, el extravío de las ideas en una mente que se deshace. Cualquiera que haya tenido oportunidad de cuidar a un familiar afectado por esta clase de patología sabe que lo peor siempre está por venir. Y que uno puede leer, en la cara del enfermo querido, como algo parecido a la voluntad sobrevive en medio de un torbellino de palabras que ya no significan nada. Es el cerebro en cortocircuito. Es el cuerpo al mando de una computadora que ha dejado de funcionar.
¿A qué entonces esta insólita “cruzada mundial” para salvar a Brittany no ya de la muerte ni del deterioro, sino de la decisión final de ser ella quien decida cuándo será su último día? ¿Qué extraña valoración de la vida hace que algunos se empeñen en defenderla más allá del dolor atroz, de la pérdida de todo eso que nos hace humanos? “Aluvión de pedidos para que no se mate la joven que eligió morir”, tituló Clarín, sin advertir quizá la cantidad de equivocaciones cometidas en sólo dos líneas.
Porque Brittany no va a “matarse”; la muerte, entendida como proceso, ya comenzó a trabajar en ella desde que el cáncer llegó a su vida. Pero también porque Brittany no “eligió” nada más que la fecha. Eso de “morir” fue, en realidad, algo sobre lo que ella no tuvo poder de decisión alguno. Como todos nosotros, vamos.
Pero tal vez lo más llamativo del caso sea que -y casi en un macabro paso de comedia- la noticia en las últimas horas de que la chica finalmente podría postergar su muerte parece haber provocado en el “globauditorio” algo parecido a un “Oooh” decepcionad, casi el mismo sonido que se escucha en tu barrio cuando se corta la luz. “No parece el momento adecuado justo ahora”, comentó ella en un video. Y, ante la marcha atrás, Tw estalló en algo demasiado parecido al reclamo.
#BrittanyMaynard, la joven que iba a morir el 1 de nov cambia de opinión: «Aún me siento bien» http://bbc.in/1nTL8lV
@acumulandopolvo Que Brittany Maynard no se mata al final
Porque, ¿cómo que ahora no se va a morir? ¡Si hay millones de morbo- mirones pendientes de esa noticia! ¿Cómo que ahora se siente bien, que todavía tiene mucha alegría y risas para seguir compartiendo con los suyos, y que mejor deja eso de las pastillas para más adelante? Lo único que falta es que se levanten en armas todos los espectadores de esta primera muerte “minuto a minuto” y exijan la devolución de sus entradas porque, según parece, Brittany no quiere irse todavía. En realidad, nunca lo quiso.
Y lo dijo clarísimo: “Yo no soy una suicida. Si lo fuera, hubiera tomado la medicación que voy a tomar hace rato. Yo no quiero morirme. Pero me estoy muriendo. Y quiero hacerlo en mis propios términos”, escribió a principios de mes.
Por lo pronto hoy, a un día de la fecha inicial fijada para su partida, en la página de Facebook https://www.facebook.com/weluvbrittany?fref=ts todo es celebración. Hay loas a Dios, agradecimientos por la nueva decisión de Brittany, videos de aliento y hasta el sacerdote (un tal padre Tony) que anota lo siguiente: “Queridos hermanos y hermanas, yo los invito a celebrar el anuncio hecho por Brittany esta mañana de que no va a abandonarnos el primero de noviembre”.
Sin embargo, lo que todavía flota en el aire más allá de la muerte anunciada convertida en espectáculo global, presentida, deseada, esperada como se espera el resultado de un partido macabro, es la pregunta básica de esta mujer lúcida y desesperada: “¿Quién tiene el derecho a decirme que no merezco el derecho a morir con dignidad? ¿Que merezco sufrir por semanas o meses tremendos dolores físicos y emocionales?¿Por qué tendría alguien el derecho a decidir por mí?”.
De eso trata, en definitiva, la historia de la Bella Muriente del Bosque Digital: de qué pasa con la decisión a la hora incierta. De si nosotros –que vivimos editando fotos, publicaciones, nuestras propias vidas- somos capaces, también, de editar nuestra propia muerte. Que hoy haya millones de personas mirando hacia Oregon dice que al respuesta nos moviliza a todos.
Para saber más:
* https://www.youtube.com/watch?v=W0eVum0weKg