Astrid González es enfermera y fue asaltada de madrugada. Su historia involucra a una Kangoo. Hizo la denuncia pero la Policía no tomó en serio su relato. Creyeron que imaginó partes de su historia que coinciden con el mito urbano del utilitario que secuestra gente. Pero ella insiste en su versión y muestra sus lesiones. ¿Una coincidencia que despierta el prejuicio? Cómo llegó su historia a #BORDER.
Sábado 15 de octubre. 5 de la mañana, lluvia. En la esquina de Mosconi y Manuel Gómez Fretes del barrio Matera, en Merlo, una bandita de pibes estira la noche con alcohol y sustancias. Astrid Karin González los conoce a todos, son vecinos de siempre. Sabe que andan calzados y que se dedican a sus cositas, pero también sabe que con la gente del barrio no se jode. Y por eso no tiene miedo cuando, todavía de noche, se arrima a la parada del colectivo 236 para ir a trabajar. Lo que Astrid –30 años, enfermera de profesión- desconoce es que esa bandita de chicos le salvaría la vida.
Pero para ese desenlace aún falta. Pasadas las 5, y ya con unos minutos de espera, González asegura, jura y perjura que delante de la parada del colectivo se detuvo una camioneta Kangoo blanca, y que de ella bajaron rápido dos hombres, que se le abalanzaron.
Asustada y mojada, la joven empezó a correr por la calle hacia la esquina donde paran sus vecinos y a gritar para pedir ayuda. Los dos hombres la persiguieron unos metros y la hicieron caer de cara contra el pavimento. Mientras uno de ellos le robaba la cartera con su celular, la SUBE, una planchita de pelo, el ambo de trabajo y la matrícula profesional, el otro comenzó a arrastrarla de los pies para atraerla hacia el vehículo, desde donde se oían más voces. “Pensé que me iban a secuestrar, a matar o que me querían violar”, reflexiona, y dice que entre los dos la arrastraron casi media cuadra.
A poco menos de 50 metros de esa escena, la bandita de pibes vio la situación. Empezaron a gritar y decidieron tomar partido: armados, fueron a rescatar a Astrid. De la Kangoo descendieron dos personas más y cruzaron algunos disparos. El escándalo y los balazos obligaron a los cuatro delincuentes a trepar a la camioneta por la puerta lateral. El conductor -que nunca bajó del vehículo- aceleró y la Kangoo se alejó ruidosamente.
Astrid no sabe si fue en el forcejeo, cuando la arrastraron o cuando la hicieron caer que se lastimó el tobillo. Sí sabe que permaneció en reposo tres semanas. También tiene una certeza: que esos vecinos le salvaron la vida. “Pienso que me querían llevar. En ese momento pensé en mi hija y en mi familia; fue horrible”.
La situación duró un minuto, o tal vez tres minutos con toda la furia, un tiempo más que suficiente para que el recuerdo perdure en la memoria de la joven, que aún hoy tiene pesadillas con lo acontecido aquella madrugada.
Los hechos que describe Astrid González coinciden con un relato extendido en el conurbano bonaerense: que hay una camioneta blanca (puede ser Traffic o Kangoo) que secuestra mujeres para la explotación sexual y que roba chicos para los más variados fines. La historia completa es que a los niños los usan para traficar órganos y los sacan del país a través de la porosa frontera con Bolivia.
La enfermera del Barrio Matera no desconoce estas historias, pero aporta una novedad: denuncia con su nombre, cuando habitualmente estas historias terminan en una cadena de conocidos que tienen una amiga que les pasó. “Yo sé las cosas que se dicen respecto de las camionetas blancas. Acá en el barrio también hay historias, se dice que se llevaron a un nene, pero yo eso no lo puedo comprobar. Son fantasmas. Lo que nunca pensé es que me iba a pasar a mí”, afirma. Tal vez se trate de una mera casualidad, el color común de una camioneta en un delito. Lo peligroso es que esa coincidencia con el relato de un mito urbano, resulte en que se descrea inmedietamente de una denuncia.
Consultadas fuentes de Policía Bonaerense, la respuesta es contundente: “Si fuera cierto tendríamos que tener cientos de denuncias de chicas desaparecidas que no aparecen. Y eso no ocurre. Te digo la verdad, en los casi 30 años que tengo de servicio escuché historias como estas todo el tiempo. Son cíclicas. Se repiten a través de los años. Salvo alguna fatalidad, las chicas, son restituidas a las familias”.
El ejemplo que avala la teoría policial es el de Mailén Sánchez, la chica de 15 años que desapareció el pasado 3 de noviembre en la estación Lacroze del subte B. Esa misma noche, Stella Maris, su madre, llamó desesperada a los noticieros. Su relato, basado en la denuncia realizada por una amiga de Mailén en la comisaría N°29, era que una Traffic blanca la había raptado. En pocas horas la búsqueda se intensificó. Incluso se hizo una convocatoria en Plaza de Mayo organizada por la Red Solidaria. La chica –por suerte- apareció sana y salva al día siguiente. Todo se había tratado de una travesura.
En Pompeya, los vecinos se alertaron por una Traffic blanca que recorría el barrio. Pensaron que se trataba de uno de estos vehículos de secuestro y muerte. Pero no, finalmente era una camioneta de Gendarmería que patrullaba las calles.
Por supuesto –y al contrario a los mitos populares que no trascienden el boca en boca-, Astrid González efectuó la denuncia en la dependencia policial de su barrio, en Merlo. De hecho, la historia de Astrid llegó a #BORDER no porque la denunciara o difundiera ella, sino por un comentario al pasar en Facebook de una amiga en común con un integrante de la redacción. No hubo intención de darle demasiada publicidad, como si ello fuera una razón para generar suspicacias. “En la comisaría me tomaron cualquier cosa, nada que ver con lo que efectivamente pasó –asegura-. La persona que me escuchó me quería convencer de que viví una cosa distinta a la que viví”.
El parte policial da cuenta de que la joven realizó la denuncia el 8 de noviembre. Es decir, tres semanas después del hecho. Ése es el tiempo de reposo que le indicaron los médicos por el traumatismo sufrido aquella noche. Una vez que se recuperó, denunció. “La policía me decía que seguramente por los nervios del robo yo me hice una película que no era, pero yo sé bien lo que viví”, asegura.
En el parte policial dan cuenta del robo sufrido, enumeran los elementos faltantes, dejan constancia de la Kangoo y de los individuos que de ella descendieron. Nada dicen de un intento de secuestro, de una agresión ni siquiera de los disparos posteriores. “Me quieren hacer creer que las cosas fueron como ellos dicen”, repite Astrid, que cada vez que se toma el 236 para ir al trabajo agradece a sus vecinos con una certeza: “Les debo la vida a ellos”.