Se llama Diego Staropoli y es el fundador de Mandinga Tattoo. Su movida solidaria le cambió la vida a muchas mujeres sólo este año. Cómo reconstruye las areolas mamarias con un tatuaje gratuito, que otros cobran miles de pesos. Las razones de su gesto y el testimonio de ellas. Conocé a nuestro heroico hombre #BORDER, a días del día internacional de la lucha contra esta enfermedad.
“Diego nos cambia la vida en diez minutos”, desliza Andrea, de 39 años, que a los 25 comenzó el tratamiento contra el cáncer de mama y logró vencerlo después de cuatro años de lucha y dos mastectomías.
Ese Diego es Diego Staropoli, que empezó tatuando en un baño del Mercado Central y hoy está al frente del imperio del tatuaje en Lugano: el mítico Mandinga Tattoo. Ese mismo que cobra hasta 30 mil pesos por sus diseños y llegó a tatuar a personajes como Abel Pintos, Pablito Ruiz o Carlos Nahir Menem.
Hace tres años, Diego perdió a su abuela de 98 años, que a sus 75 fue operada por un cáncer de mama y terminó sufriendo la extirpación de los dos pechos.
Pero la enfermedad volvió a tocarlo de cerca hace un año: “A mi vieja le detectaron lo mismo en un pecho y le sacaron parte del mismo. Es ahí que decidí hacer la reconstrucción de la areola de manera gratuita, pero no como campaña, sino de manera permanente y mientras me dé el cuerpo”.
Dicho y hecho. Desde septiembre de 2015, en Mandinga Tattoo, Diego homenajea de manera gratuita a todas las mujeres que vencieron el cáncer de mama y les reconstruye la areola mamaria con un tatuaje que imita su forma y pigmentación.
“Uso el mismo material que utilizo en los tatuajes tradicionales, totalmente descartable. Lo único que se me complica es conseguir las tonalidades de los pigmentos color piel, que en muchos casos escasean porque quedan trabados en la aduana”
Muchas de las mujeres con cáncer de mama deben ser sometidas a una mastectomía. Más allá de las cirugías estéticas y prótesis a las que puedan recurrir, la mayoría no recupera sus areolas mamarias y esa reconstrucción no está incluida en la Ley 26.872 -que establece la cobertura de las cirugías reconstructivas y las prótesis necesarias-.
EN PRIMERA PERSONA
“Todo el mundo te dice: ‘¡Zafaste de un cáncer! ¡¿Qué te importa que te falte un pezón?! Ni siquiera nosotras que tenemos esa falta somos conscientes de cuánto nos modifica en todo”.
Andrea hace una pausa y retoma: “En realidad es una mutilación”.
La lucha no termina cuando la enfermedad desaparece: estas mujeres no pueden (ni quieren) mirarse al espejo, tienen relaciones con la ropa interior puesta, se encuentran dando explicaciones a todos los hombres frente a los que se desnudan. ¡Como si ya no hubiesen sufrido lo suficiente!
“Yo nunca me había podido tatuar la areola porque me cobrabran muy caro. Salía fortunas. Además pensaba: ya está, estoy grande, estoy sola, ¿para qué? No quería saber nada”, cuenta Lidia, la primera en animarse el año pasado.
A Lidia la operaron en 2007 y recién el año pasado pudo cerrar la historia: “Ese día nos reíamos porque recién lo conocía a Diego y cuando me vi en el espejo ya con el tatuaje terminado lo abracé así, sin ropa, diciéndole que lo quería. Fue hermoso, me levantó la autoestima un 100%”.
Diego explica que todas llegan con miedo: miedo por cómo les va a quedar, miedo frente al dolor. Y también con vergüenza, por estar semidesnudas frente a un tipo todo tatuado que ni conocen.
No entienden cómo un procedimiento por el que otros cobran entre 5 y 8 mil pesos cada areola alguien lo haga gratis. “No podía creer que fuera gratuito: me parecía un sueño. Ahora me miro al espejo. Es otra cosa, no hay vuelta que darle”, recuerda Lidia.
“A mí en lo económico no me deja más que gastos, porque no se les cobra ni los guantes descartables. Pero en lo emocional me hace sentir millonario y no lo cambio por nada” (Diego)
Andrea lo sabe, y dice que estará eternamente agradecida con él: “Me trataron mucho mejor ahí que en cualquier clínica. Fue increíble. Me sentía una mujer rota. Hoy ya cerré esa etapa. A veces hasta me olvido: me miro en el espejo y por un instante siento que nunca me pasó nada”.