Por la ansiedad, el insomnio, los nervios o la depresión. Unos ocho millones de argentinos usan psicofármacos para tratar sus conflictos. Ya es costumbre que una tía, un amigo, el vecino ofrezca o confiese que se toma “un cuartito de clona” Buenos Aires, una de las ciudad más adepta al psicoanálisis del mundo es, a la vez, una boca voraz que traga pastillas para bajarle un cambio a humores y mambos. En el Día Mundial de la Salud, enfocado en la Depresión, los especialistas estiman el consumo habitual en Argentina en dos millones de personas; la mayoría, mujeres. La venta de ansiolíticos creció un 132 por ciento, en diez años. Todas las cifras inquietantes del negocio de las pastillitas de la felicidad.
A las historias pequeñas las encontrás a diario. Verónica Márquez tiene 33 años. La última vez que tomó un cuartito de clonazepam fue hace un par de días, cuando tenía que ir a presentar un informe ante su jefa. “Me saca el nudo en el estómago, me deja pensar”, dice y cuenta que su psicóloga se lo autorizó. También recuerda que antes tomaba más, en sus años de estudiante, cuando tenía que rendir algún examen ¿De dónde saca las pastillas? De su madre, que a su vez las saca de su hermana, a la que el médico le receta el fármaco. Celeste Rivas, de 45, las tiene en la mesa de luz. No las toma con frecuencia, pero le tranquiliza saber que están ahí. Ella trabaja en un hospital y una médica se los consigue. Un psicofármaco es una sustancia química a la que no habría que tomar a la ligera. Actúa sobre los procesos de la mente, como estimulante o sedante. Ansiolíticos son los que «bajan un cambio», y disminuyen los síntomas de la ansiedad. Según los datos proporcionados por el SAFYB (Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos), las mujeres los consumen más que los hombres. En total, para dos millones de personas consumirlos es habitual. Algo tan simple como tragar una aspirina.
«Hay una tendencia a pensar que la solución pasa solamente por el uso de psicofármacos y eso tiene su correlato cultural, porque se tiende a pensar al ser humano como un cerebro caminando – explica el doctor Roberto Coria Medina del Departamento de Salud Mental del Hospital de Clínicas-. En la clínica psiquiátrica, con la larga tradición que tenemos en Argentina, no podemos confundir eso. Desde el punto de vista clínico, hay que ver cuáles son los mejores recursos para tratar a un paciente. Hay quienes reciben tratamiento psicoanalítico y psicofarmacológico, otros no reciben psicofármacos en absoluto, otros por diferentes situaciones sólo tienen tratamiento psicofarmacológico. Todo depende del contexto y las posibilidades, pero el tratamiento psicoanalítico es el que resuelve el problema de fondo, el psicofármaco sólo actúa sobre el síntoma«.
Los tranquilizantes, aunque tuvieron una pequeña baja en los últimos dos años, siguen entre el grupo más recetado, junto a los analgésicos no narcóticos (como el paracetamol) y los antiepilépticos, informan desde la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA). Ellos también indican que los psicofármacos representaron en el 2016 el 15.02% del mercado total del medicamento. Por su parte, la venta de antidepresivos el año pasado creció un 3,28 % en comparación con 2014. Laura Raccagni, coordinadora del Observatorio de Salud, Medicamentos y Sociedad de COFA, explica: «Somos muy afectos a la automedicación y pensamos que lo que le hace bien al otro nos va a hacer bien a nosotros. Muchas veces la toma de antidepresivos responde a una presión social que no admite que la gente esté triste. No admite, por ejemplo, que la gente haga el luto ante una pérdida. Hay un mandato para estar exultante. Hay una trivialización de la toma de medicamentos. Se recurre a ellos como si fuera un atajo para ser feliz«.
En el país hay un psicólogo por cada 650 habitantes. En Buenos Aires, uno por cada 120, una proporción en la que sólo le compite Nueva York. Una consulta al psicólogo, si no se tiene obra social, ronda los $500 pero con picos caprichosos hacia arriba y hacia abajo. Verónica Mora Dubuc, de la Asociación Psiquiatras Argentinos dice que son varios los factores que llevan a que un paciente pida psicofármacos en la consulta: «Muchas veces un tratamiento psicológico precisa de más tiempo y de más recursos. El sistema de salud está preparado para tratamientos más ortodoxos. Depende muchas veces de las posibilidades de los pacientes. En Buenos Aires creo que hay una convivencia entre las tendencias más psicoanalíticas y las que recurren a tratamientos con psicofármacos. Es grande y hay variedad de población. En los consultorios se ve una demanda explícita de los medicamentos para resolver síntomas como el insomnio o la ansiedad con urgencia».
Los psicofármacos pertenecen al grupo de los negocios redondos: “El precio promedio es de $180 por unidad de 28 comprimidos y la facturación anual es de $2.100 millones”, dice Marcelo Peretta , presidente del Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímico, y advierte: “Con la excesiva prescripción de remedios para tratar enfermedades mentales, a veces el psiquiatra está creando barriles de pólvora esperando una chispa” y también señala que producen dependencia. Agrega que en sus últimos conteos registraron que se prescribieron unos 12 millones de recetas en un año. Las cifras se apilan: en la última década, la venta de ansiolíticos creció un 132 por ciento, de acuerdo a datos de la consultora IMS Health. Alarmados por un abuso de los medicamentos, por medio de la disposición 2339, la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica) prohibió ya en 2002 que los laboratorios entregaran de forma gratuita ese tipo de medicinas.
El clonazepam (el famoso clona que, en rigor, benzodiacepina es su nombre apropiado, y actúa sobre el sistema nervioso central con efectos sedantes, hipnóticos, ansiolíticos, anticonvulsivos y miorrelajantes) es la droga más vendida. Peretta advierte que en tiempos de crisis, el consumo aumenta: «Se venden más que aspirina y el Pami cubre el 50% del costo que paga el paciente jubilado». Un dato más. En el informe mundial sobre las Drogas 2010, de Naciones Unidas, puede leerse que los consumidores de estimulantes anfetamínicos y otros psicofármacos superan al de consumidores de opiáceos y de cocaína. Ahí, en la mesita de luz, tan pequeño que cabe en la yema de un dedo meñique, tan redituable para la industria. Un informe del INDEC publicado por COFA dice que en el tercer trimestre de 2016 los medicamentos destinados al sistema nervioso fueron los cuartos de mayor facturación tras los inmunomodulares, los digestivos y los cardiovasculares.
Desde Sedronar, en 2010, hicieron notar una creciente “medicalización de la vida cotidiana”, y dicen: “el psicofármaco es legal y está recetado. No tenemos poder de policía para ver si hay un consumo paralelo. El exceso y la ilegalidad, como responsabilidad del Estado, son patas del Ministerio de Salud».
«Dentro de una sociedad cada vez más medicalizada, existe la tendencia al uso indiscriminado de fármacos sin prescripción médica -agrega Coria Medina-. Los medicamentos que no están en manos de médicos están mal usados«. El lema del Día Mundial de la Salud de 2017 es «Depresión, hablemos de ello».«La salud es un concepto amplio – dice Coria Medina-. La subjetividad no puede dividirse. La depresión es una reacción integral y así, de esa manera, debe ser tratada«.
Números impactantes detrás de una pequeña pastillita toda legal, a veces bien prescrita, que puede guardarse en un paquete pastillero, tan adictiva, tan sutil. y cada vez más inquietantemente masiva.