Después de la victoria en el partido contra Holanda, Mascherano se convirtió en la nueva estrella del Mundial. Nuestro gladiador, el superhéroe y la esperanza de todos los argentinos amantes del fútbol. Las redes sociales y los medios explotaron de elogios, el hashtag #MascheFacts fue tendencia número uno en el país y hasta se viralizó una foto del Che Guevara con la cara del mediocampista ¿Qué trasforma a un jugador de fútbol en un héroe de multitudes?¿Qué tiene el Masche que nos emociona tanto?
Por Leila Sucari
Cayó en medio del estadio. No le importó el mareo, ni el dolor tronando en la cien. Se levantó como un león y siguió jugando. Mantuvo la mirada en alto y los pies despiertos durante todo el partido. Atento como un águila que quiere cazar a su presa, no dejó ni un segundo de controlar el movimiento de los rivales más peligrosos. Corrió como una gacela. Interceptó a Robben. Se tiró con todo el peso del cuerpo sobre la pelota. Tapó el remate y nos salvó de que el holandés metiera un gol a minutos de terminar la prórroga. La osadía le costó una lesión en el ano. Siguió jugando. Llegaron los penales y, con la seguridad de un rey espartano, miró a los ojos a Romero y le dijo: «Hoy vos te convertís en héroe». Sus palabras fueron un oráculo. El sueño se hizo realidad: llegamos a la final.
Mascherano se transformó en un ídolo. Completó 72 pases y no perdió ni una sola pelota. Desde que terminó el partido, el humor y los elogios no dejaron de multiplicarse. Los superpoderes del Masche crecen a la velocidad de un tornado. «Si mandamos a Mascherano a negociar con los fondos buitres, trae vuelto», «Mascherano tiene la fórmula de la coca cola», «Bátman usa pijama de Mascherano», «Mascherano va a la India y se come una vaca», «Cuando Jesús iba a multiplicar los panes, apareció Mascherano y dijo: tranquilos muchachos, traje facturas». La apuesta sube cada vez más alto en #MascheFacts y los muros de Facebook se empapelan de fotos del jugador caracterizado como El Che, San Martín y el capo guerrero de la película 300.
No hay argentino que no hable de él. Al margen quedaron la pasión de las chicas por los abdominales de Lavezzi y el fanatismo de los chicos por el talento de Messi. Ahora todos amamos a Masche. Pero ¿Por qué? ¿Acaso por su técnica implacable? ¿Por su estado físico privilegiado? ¿Por sus virtudes a la hora de patear? ¿Por su profesionalidad? Sí, pero lo que hace de él un hombre diferente a los demás no es nada de eso, sino las ganas con las que juega. No tiene miedo. Deja todo en la cancha. Va al frente. Le pone tripa, garra y corazón. «Habría que sacar el obelisco y poner un monumento al huevo con la cara de Mascherano», dijo un seguidor.
El domingo jugamos contra Alemania. Es de las pocas veces que siendo viernes ansiamos tanto la llegada de un domingo. Somos 40 millones de niños esperando que sea medianoche el día de navidad. Argentina jugará la final de un Mundial después de 24 años. En Italia 90 perdimos frente al mismo rival. Esta es nuestra oportunidad de la revancha. «Estamos ante el partido de nuestras vidas», dijo Masche. «Disfrutemos porque esto pasa sólo una vez. Vamos a luchar y a dar todo».
Mientras, los rubicundos alemanes hacen gala de los siete goles que le metieron a Brasil y se regocijan en el exitismo. Dicen que el equipo de Sabella «tiene un fútbol horrible» y felicitan a los argentinos por el subcampeonato. La Aplanadora, como muchos apodan al equipo alemán, está demasiado segura de sí misma. Su juego táctico, frío y calculador es un todo desafío. Pero nosotros tenemos algo que ellos no tienen: la fiebre. Las ganas locas de ganar y el coraje de quien, a pesar de sus debilidades, se las juega como si fuera la última vez.
Las palabras épicas de Mascherano a Romero, el agua en la cara de Sabella, la felicidad de Messi cuando Maxi Rodríguez metió el penal, el corazón que Fideo hizo después del gol, la devoción de Lavezzi rezando con el alma en la garganta, los abrazos de Sabella con los técnicos, las lágrimas de emoción, los millones de argentinos festejando en las calles desde Ushuaia hasta La Quiaca, hacen que este Mundial ya sea histórico.
En el último partido, Mascherano demostró que no es necesario tener un talento superior -como lo tuvo Maradona y hoy lo tiene Messi- y que tampoco hace falta ser un sex symbol como el Pocho para sobresalir y ser adorado por hombres y mujeres. A Mascherano no le sobra belleza ni nació con «el don». Lo suyo es puro esfuerzo. Un ejemplo de cómo cualquiera, con remo y voluntad, puede hacer la diferencia y llevarse el mundo por delante. Un ejemplo de humildad y de trabajo en equipo. Un ejemplo de que se puede, aún sin ser el mejor. A eso apostamos y en eso creemos cuando lo aplaudimos de pie. Por eso, más allá del resultado del domingo, la Copa es nuestra. Y nadie nos quita lo bailado.