La desigualdad empieza por casa

Por: #BorderPeriodismo

Además de trabajar, nosotras lavamos los platos, limpiamos el baño, hacemos la cama y llevamos a los chicos al colegio: según una encuesta del Indec, las mujeres dedican a las tareas domésticas un promedio de seis horas por día mientras que los hombres sólo dos. A veces el machismo está tan naturalizado que parece normal que existan «tareas femeninas». La mayoría de las mujeres discute con sus parejas porque ellos «son un desastre y no hacen nada» y prefieren ocuparse ellas mismas de limpiar porque no confían en la capacidad masculina de dejar los azulejos brillantes. ¿Cómo se quiebran estas malas costumbres? ¿Se trata de reeducar al hombre? ¿La culpa es del chancho o de quien le da de comer?.

Por Leila Sucari

Tienen la excusa perfecta: no me doy cuenta. No se dan cuenta cuando la bacha de la cocina rebalsa de platos sucios. No se dan cuenta cuando dejan la ropa tirada en el piso. No se dan cuenta de que hay que cambiar las sábanas ni de que el perro levantó la pata y meó todo el sillón. Parece que les da igual, que vivir en medio del caos y la suciedad no les importa. Pero bien que les gusta cuando llegan del trabajo cansados y los espera un plato de comida recién hecho. O cuando la casa huele a limpia pisos de lavanda y tienen el placard ordenado, la cama tendida y la alacena llena.

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Algunas mujeres, cansadas de pedir ayuda y de reclamar a los sordos oídos de los «nomedoycuenta», deciden tomar el toro por las astas y ocuparse de todo. Otras, hacen experimentos inútiles con la esperanza de que sus queridos concubinos tomen conciencia, entonces dejan las medias tiradas en el mismo lugar donde el señor las dejó hace dos días o acumulan los platos sucios del fin de semana. Pero no hay caso: el «nomedoycuenta», no se da cuenta. Lo único que lo hace despertar de su letargo es la ausencia prolongada de la pareja, sea porque se haya ido de viaje o porque lo haya dejado. Cuando los días pasan y la realidad se hace carne en forma de cucarachas y de heladeras adornadas con un limón seco, se dan cuenta de cuánto necesitan esas manos femeninas.

¿Por qué a pesar de tantas batallas ganadas y de conquistas sociales, seguimos limpiando el inodoro como si fuera nuestro deber?¿Haber nacido mujeres nos convierte automáticamente en amas de casa?

En julio se conocieron los resultados de la primera Encuesta Sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo del Indec. La investigación se hizo el año pasado en 46 mil viviendas del país a 65.352 mayores de 18 años, y muestra eso que ninguno quiere admitir: los hombres, puertas para adentro, hacen poco y nada. Las mujeres que tienen dos niños de menos de seis años invierten en tareas domésticas (limpiar la casa, cambiar pañales, hacer las compras, llevar al mayor al jardín, etc) casi 10 horas diarias. En esa misma situación, los hombres ocupan 4, 5 horas de su tiempo. Más claro echale agua: la desigualdad es tan evidente que da miedo. Las mujeres tenemos una sobrecarga de trabajo no remunerado mucho mayor a la que tienen los «nomedoycuenta».

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La súper poderosa que trabaja, limpia, cocina -y además es madre, esposa y amiga- está tan naturalizada que a la mayoría le parece lo más normal del mundo que tenga que repartirse entre miles de obligaciones y aún así, mantener la sonrisa y el peinado intactos. Las publicidades de productos de limpieza refuerzan este modelo: la protagonista siempre es mujer. Y siempre está divina y conoce mejor que nadie el secreto de los azulejos impecables. La escena real sería muy distinta: una dama de pelos parados hace maniobras imposibles para limpiar con una mano mientras sostiene al bebé que llora con la otra y chequea que no se le pasen los fideos, todo al mismo tiempo. Pero a la realidad conviene disfrazarla, sino no vende tantos desengrasantes.

Hoy en día los hombres se preocupan por estar a la moda, van al gimnasio, usan cremas e incluso muchos se depilan. El terreno femenino del cuidado personal y la cosmética se les está permitido, pero el de la cocina sigue siendo tabú. No debería ser un favor ni un motivo de festejo extraordinario que el señor de la casa salga a hacer las compras, se ocupe de aspirar la alfombra y de alimentar al perro. Tampoco debería considerarse un pollerudo ni un poco hombre al que se encarga de las tareas domésticas en la misma -o mayor- medida que su compañera.

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Los «nomedoycuenta» pueden hacerlo. Confiamos en que su intelecto es capaz de dar el paso y empezar a darse cuenta. Ningún asado de amigos se va a suspender por calzarse los guantes naranjas y darle duro a la hornalla. Está en ellos salir de ese triste y cómodo lugar de invalidez y dependencia. Y está en nosotras corrernos del agotador estandarte de súper heroína y empujarlos a que abran los ojos. La tarea empieza por casa.

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