La hazaña de un equipo que se hizo a cada paso. La capitanía de Orsanic, como un mito romano. La consagración de la argentinidad de Del Potro, que venció a Cilic 14 años después de ganarle a los 14 años. Y Delbonis, en una clase de tenis. La ensaladera de plata le hace justicia al peso histórico del tenis argentino.
Desde la primera serie de este año venimos narrando la épica de esta legión maldita. La denominamos así emulando a la legión romana que combatió contra el ejército de Aníbal en las guerras púnicas. Sobre aquel ejército pesaba una maldición, luego de sucesivas derrotas. Había quedado diezmada, sin sus mejores generales, su estado era casi anárquico y nadie esperaba de ellos la hazaña de que derrotaran al ejército cartaginés. Hasta que apareció en escena el joven Publio Escipión, quien se encargaría de reconstruir el nuevo ejército romano e imprimir la victoria en la Historia.
La legión argentina tuvo un camino similar: estuvo cerca de la hazaña en Mar del Plata, en el 2008. Pero en los años siguientes, con los retiros de unos y las lesiones de otros, también quedo diezmada. Hubo años sin gloria, de primeras etapas y resultados esquivos, hasta que el capitán Daniel Orsanic, como la reencarnación de Escipión, logró construir un equipo que resultó más sólido que sus individualidades.
Con guerreros que no brillaban en el circuito como los anteriores, quedaba la esperanza de que algún día el más notable de los últimos guerreros se pudiera recuperar de su lesión para poder volver a competir al más alto nivel. Casi una utopia un par de años atrás.
Para ganar la Copa Davis siempre dijimos que era casi indispensable un jugador top ten en el equipo, a veces un excelente dobles y en otras un muy buen jugador entre los top 50. Argentina construyó cada una de las piezas sobre la marcha.
Comenzó el año sin ninguno de estos tres requisitos y, a pesar de esto, ganó la primera serie contra Polonia. Para la siguiente se sumó al equipo Juan Martin Del Potro, en retrospectiva, con el comienzo de un año que resultaría heroico. Por entonces Delpo jugaba sus primeros partidos del año y su nivel todavía estaba lejos del que nos tenía acostumbrado, y del que sorprendería al mundo en los Juegos Olímpicos. Así tod,o se ganó también la segunda serie frente a Italia.
Delpo fue creciendo a lo largo del año hasta alcanzar, en Río -donde se colgó del cuello esa tan recordada medalla de plata- el rendimiento del jugador top ten fundamental para sostener la esperanzas.
Lejos en el ranking pero demostrando un juego notable, Argentina visitaba a un Reino Unido que supo ser campeón en el 2015 de la mano de los hermanos Murray, quienes se destacaban en el circuito, y de dos jóvenes promesas.
En esa serie brilló Delpo derrotando a Murray en un partido épico. Pero el que dio la estocada final fue el yacaré Mayer, quien a esta altura se volvía un especialista en ganar el quinto punto.
Así Argentina llegaba a la final frente a Croacia. Los europeos cumplían con un par de requisitos indispensables: la presencia del tan necesario top ten (Marin Cilic) sexto en el ranking ATP y un top ten en dobles (Ivan Dodig).
La Davis es especial, así lo dicen todos los que participan de este evento. Lo mejor o lo peor de cada jugador puede salir dependiendo de cómo manejen la presión que baja de las tribunas.
Para el yacaré Mayer, el buda Delbonis, Guido Pella y Del Potro, los fanáticos de la Davis fueron la inyección anímica que se necesita en los momentos decisivos. No es casualidad que sea en este evento donde despliegan su mejor juego, incluso superior al que demuestran en los torneos ATP.
Delpo y Cilic se conocen desde muy jóvenes. Ya habían definido, a los 14 años, el torneo más importante del mundo, en aquella categoría: el Orange Bowl. Mirá aquel video, aquí, en #BORDER.
El destino los puso 14 años después, frente a frente y como abanderados de sus países en una nueva definición: esta vez la copa Davis. Y fue este domingo, en el que Del Potro logró torcer la historia que le parecía otra vez esquiva.
La serie llegaba con ventaja para Croacia, luego del triunfo de su dobles el sábado y con desgastes diferentes para los top ten en batalla definitoria. Orsanic decidió arriesgar con Delpo en dupla con Mayer. El tandilense había sobrevivido heroico en su primer single frente al kilométrico Ivo Karlovic, un tótem de 2,08 metros de altura que solía hacer dobles como compañero del gato Gaudio. El croata récordman de saques sin respuesta en el circuito lo llevó a cuatro sets a Del Potro, con sus 36 aces, pero el argentino controló la definición y, sin demasiado desgaste, era imposible que no propusiera jugarse todo en el dobles, aún cuando no es su especialidad. Y allí dos buenas individualidades pueden no hacerle mella a una dupla consolidada. Argentina lo había aprendido en la serie con Gran Bretaña y el especialista Jamie Murray y lo volvió a sufrir con Dodig, quien en la red, con sus voleas y olfato de doblista hizo valer su expertise, incluso por sobre la presencia de Cilic.
Cilic había vencido en el primer partido a un Delbonis que lo tuvo a mal traer. El Buda había levantado un 0-2 y, con un nivel superlativo, forzado al topten a un quinto set, en el que Cilic fue fulminante.
El domingo comenzó el partido con un Cilic muy enchufado, jugando en nivel de elite, y con un Delpo que parecía lento y algo perdido. Así se le fueron los dos primeros set y se instalaba la sensación de que la serie se volcaría para Croacia. Pero en un tercer set muy parejo, el tandilense aprovechó el primer momento de desconcentración de Cilic, hasta entonces infalible, para aplomar su ritmo. Y nuevamente, sacó provecho de lo mismo en el final del cuarto. El 2-2 que encendía las esperanzas agonizaba con un quiebre de Cilic en el quinto, en un bache anímico de Del Potro, que reaccionaría con un quiebre de saque apoyado en un sólido revés a dos manos. La confianza inundó al toro de Tandil, que jugó al límite de su capacidad, arriesgando, metiendo presión y sometiendo a su rival con un final cubierto con un halo de hazaña
Delbonis había llevado a cinco sets a Cilic y se disponía a jugar el partido más importante, no sólo de su carrera, sino potencialmente el más relevante de la historia del tenis argentino. La procesión suele ir por dentro de Delbo, al que se lo notaba extrañamente confiado. Otra vez la mole del saque Karlovic, más impreciso que en otras oportunidades, era un escollo difícil, porque el juego planteaba la ausencia de ritmo. El tótem fue una sombra de su propia efectividad y se fue desmoronando ante cada error y ante cada devolución precisa y contundente de Delbo, que parecía en un nirvana de concentración. Eficaz y prolijo, cargó el peso de la historia y la presión del estadio sobre su rústico rival.
La maldita Copa Davis que se le había negado a Argentina en cuatro finales y hasta en categorías juveniles, caía en nuestras manos, tal vez en la oportunidad que menos expectativas nos había generado. Se corregía así la injusticia de que un país con la calidad histórica del tenis argentino jamás hubiera podido abrazar la ensaladera de plata. Orsanic ante el triunfo dijo que era un logro no sólo del equipo, sino de la historia. Y es cierto. Desde Vilas y Clerq, desde Frana y Minniusi y su medalla de bronce, desde Frana, Gumy o Puertas, hasta la legión dorada de Coria, Cañas, Chela, Gaudio, Acasuso, o la garra de Nalbandian que estuvo a puntos de lograrla, todos fueron los cimientos para la química perfecta del equipo final, con un Del Potro de otro mundo y un equipo sólido que sumó puntos vitales. Daniel Orsanic reconstruyó un equipo y lo llevó a la gloria, como Escipión llevó a su legión a la conquista de Europa. La Davis se la ganó la legión maldita. Cuando las estadísticas se asienten en la frialdad de los números, la épica de esta conquista argentina crecerá aún más en la historia de los logros patrios: ganar una Davis con todas las series de visitante y sin ningún topten en sus filas, aún cuando Delpo era un emérito, le sumará esa argentinidad al logro. Ese plus tan argentino de dar un poco más ante las difíciles y, a veces, sorprender al mundo con alguna hazaña.