Como todo en la vida de nuestra intrépida amiga, queridos bordernautas, las cosas no fueron fáciles. Acá les cuento la batalla de las batallas, la que me va a cambiar la vida para siempre.
Al final llegó. Pese a mi propia falta de fé. Con las cosas importantes soy de las que ven la mitad del vaso vacío y no el lleno. De miedosa nomás.
“Yo se que vamos a tener a nuestra Pirisita (a papá le decían Piri y a mi hermana y a mí las Pirisitas de ahí el apodo)” me repetía Ariel, que nunca se cansa de creer.
Yo le hacía hambre con los labios y lo increpaba incrédula: ¿en qué hecho o estadística te basas para estar tan seguro? ¿Y si Dios no quiere?
–Me baso en que nos lo merecemos linda, respondía el creedor empedernido.
Presa de la ansiedad generalizada encaré a mi médico y le dije: ¿me podés decir la verdad?. Qué chances reales tengo de quedar embarazada con la FIV (Fertilización in Vitro)? Siempre me contestaba lo mismo el doctor Gómez Passanante: Para cada paciente una chance es el 100 por ciento de sus posibilidades..
-Dale, decime la verdad. Yo me la banco, qué porcentaje de probablidades tengo de quedar embarazada?
–Querés que te diga la verdad en serio? Un 10 por ciento.
No paré de llorar desde ese momento hasta el día que me fui a punzar los óvulos. Partida en el 90 por ciento de las probabilidades de que no suceda, hice los deberes: dos inyecciones en la panza por día. Y a veces tres.
Qué si duelen? Sííííí. Pero ya lo sabía porque era la tercera vez que me inyectaba. La primera vez no lo podía creer. Así que me recorrí todas las farmacias de Belgrano y Palermo a ver si alguien me podía aplicar las inyecciones.
–Son para que te las apliques vos.
– Pero yo no quiero, vah no puedo.
– Sí que podes.
Y ahí se me vino una de mis frases recurrentes: cuántas pelotas hay que tener para ser mujer.. O no, chicas?
Miren, hace cuatro años me pasó algo muy loco: como soy “famosa” tuve médicos que me ofrecieron congelar óvulos por Facebook cuando no estaba en pareja.. a los 36. Otro reconocido médico me cruzó un día en la calle y desde la vereda de enfrente me gritó : “Maaríaaa Juliaaaa se te está acabando el tieempo.. Vení a verme así congelamos óvulos”.
Ni les cuento la calentura que me agarré.. pero como me conocen se podrán dar una idea. Ahí decidí que si no era madre me la bancaba pero que no me iba a dejar apurar por nadie. Un hijo es un milagro, no un ataque de pánico antes de la menopausia. Pero todo esto quedó en anécdota cuando me enamoré de Ariel.
El me convenció de buscar un hijo y de hacerlo a mi manera. Y las cosas las hice distintas. Primero me pasé de OSDE al Hospital Alemán y fui derivada por mi médico al doctor Gómez Passanante, el director del Servicio de Fertilización Asistida del Hospital de Clínicas.
Y con más calma que premura encaramos este proceso que abarcó dos tratamientos FIV.
Unas 50 inyecciones en la panza y dos intentos. El último fue el ganador. ¿El cuerpo? Hinchado, cansado pero luchandola.
Recuerdo el sábado a la mañana cuando me tocó hacer la primer punción (es cuando te extraen los óvulos del ovario): Ahí caímos con mi amor y nuestro bolso con sábanas y toallas porque en el hospital público te tenés que llevar todo. Subimos los cinco pisos por escalera porque el ascensor estaba secuestrado por el ascensorista no sé dónde.
Cuando llegamos la enfermera me mandó a hacer la cama porque parece que como en el Clínicas está todo sindicalizado la enfermera no hace la cama si no está la mucama y la mucama se pide muchas licencias y así sucesivamente..
Compartí habitación con Sole, una chica de La Pampa que estaba hacía un mes en una pensión de Buenos Aires junto a su marido para tratar de tener un bebé. Sole me contó que estaba terminando la escuela secundaria en un colegio de adultos a 40 km de su casa. Su marido era un genio. Un vasco albañil laburador y alegre con el tostado del sol estampado en los mofletes. Todos los días la llevaba a Sole las 6 AM a la escuela y se iba a trabajar hasta que anochecía.
Puta madre cuanta gente buena y linda que hay en nuestro país y no sale en la tele ¿no?
La del otro lado me sacaba fotos porque me conoció de la tele y terminamos todas pasándonos el teléfono. Pero esa ronda no fue ganadora. Ni nosotras tres ni las de otras habitaciones quedamos embarazadas. Mal día.
La segunda vez Ariel me grabó para que nos quede el recuerdo:
Pero ya les dije que el optimismo no es lo mío y cuando llegué al quirófano y el médico me comunicó que de 5 embriones sólo habían sobrevivido 2 me puse a llorar como una nena. Dí vuelta la cara y me trasplantaron los dos. No era para tanto porque dos está bien, pero yo me dije otra vez va a salir mal.
Esperamos, yo toda hinchada de hormonas, un poco más loca que de costumbre y ansiosa a más no poder. Ariel envuelto en esperanza. Le juro que su fe ciega me daba bronca.
Y bueno, la subunidad Beta dio 667, dije capaz salió mal hagámosla de nuevo. La segunda dio 1770. Y a la semana siguiente fui de nuevo y me dio 17000.
Tenía razón Ariel. Y esa parte de la Biblia que dice que “al que cree todo le es posible”.
Yo no me transformé en una optimista nata y siempre tengo miedo de que algo malo pueda pasar. Exceso de realismo que le dicen. Deformación profesional o un cagazo mayúsculo que todavía no se me va.
¿Podrá esta luchadora argentina que sufrió tanto y vivió tanto; que pasó la mayoría de su juventud siendo una gaviota libre sin atarse a novio o marido y que conoce historias inmensamente tristes y también de las otras ser la protagonista de su propio cuento con final feliz?
Sea lo que sea, yo les voy contando .. Y mientras tanto invento un cuentito para mi hija (no se por qué se me puso en la cabeza que será una nena) y lo escucho a Ciro que le escribió a su nena esta bella canción de cuna.