Linda e inteligente; ¿en política, la belleza genera sospechas?

Por: #BorderPeriodismo

Por Leila Sucari

         Sofía Haudet es linda, joven y sexy. Hasta ahí todo bien: un combo perfecto para ser la reina nacional de la Vendimia. El problema está en que Sofía Haudet, también, es militante. Pareciera que a las reinas se les permite ser sólo una cara bonita. De lo contrario, se vuelven sospechosas. Luego de haber sido elegida por una amplia mayoría y frente a 25 mil espectadores, la joven representante del municipio de Guaymallén se tranformó en el foco de atención. Y no por su triunfo, sino porque muchos pusieron en duda la transparencia de su reinado y la acusaron de haber ganado por acomodo, a raíz de su militancia en la agrupación kirchnerista “La Guemes”. Las críticas inundaron las redes sociales y la chica no pudo disfrutar de su trono: al día siguiente, durante una sesión de fotos, se descompuso y comenzó a llorar. “Creo que hoy está mal visto militar”, dijo.

            La polémica en torno a la nueva reina, reavivó la discusión sobre la relación entre la belleza física y la actividad política. Los ejemplos son muchos. La líder estudiantil chilena, Camila Vallejos, es un claro caso de cómo ser “linda” es una arma de doble filo a la hora de dedicarse a la política: para algunos su belleza sirve de medio para tener más popularidad y difundir lo que realmente importa, su militancia. El New York Times la definió como “La revolucionaria más glamorosa”. Pero, para otros, su relevancia política es sólo consecuencia de sus atributos físicos: la derecha conservadora la acusó de ser una imagen sin propuestas ni contenido, e incluso un integrante del partido opositor Unión Demócrata Independiente, la llamó “putita” por Twitter.

            Históricamente, desde la época del filósofo Platón, la belleza está asociada a la verdad, al bien y al ideal de perfección. En este sentido, ser considerada bella sería una ventaja, un vehículo para conseguir mayor exposición y adeptos. Pero resulta que la sociedad patriarcal en la que vivimos, transforma a la mujer en un objeto sexual y menosprecia sus capacidades intelectuales. Si sos “linda” -según el parámetro de belleza del momento y lugar en el que te encuentres-, estás en la política por ser justamente “linda” y no por tus ideas. Si estás en la política y ganás un concurso de belleza, ganás por ser una acomodada y no por merecerlo. Ese parecería ser el discurso.  Se busca disociar belleza y política; cuerpo y mente, como si debieran ser dos universos intocables: o sos linda o sos inteligente. De lo contrario, el medio te señalará con el dedo, menospreciará tus discursos y te llamará puta.

            Lo mismo sucedió con Victoria Donda, a quien más de una vez cuestionaron por usar su escote como herramienta de campaña. Los insultos que recibió fueron muchos: le gritaron trola en medio del Congreso y hasta llegaron a decir que tenía “más tetas que cerebro” y que “cuando logra controlar su escote se le descontrola el pensamiento”. Al margen de lo que pensemos de su postura política, criticar a una diputada de esta forma es una completa bajeza propia de una cultura misógina. “Las mujeres tenemos todo el derecho a ponernos lo que nos gusta. Me gusta usar escote. El problema lo tienen aquellos que no soportan ver a una chica en minifalda en el subte. Si a esta discusión hay que poner el cuerpo, le voy a poner el cuerpo. La única forma de terminar con esto no es usando polera, es discutiendo”, dijo Donda.

          La costumbre de enaltecer o minimizar a personalidades de la política por su apariencia física, suele darse cuando se habla de mujeres. Al hombre nadie le cuestiona si usa pantalones más o menos apretados o si aprovecha sus pectorales para ganar votos. “Es común que desvíen la atención de los temas de fondo planteando cuestiones superficiales como prioritarias. Objetivamente soy bonita y no tengo problema en decirlo, pero yo no decidí cuál iba a ser mi apariencia. Lo que sí decidí es cuál es mi proyecto político y mi trabajo con la gente”, dijo Camila Vallejos.

          Concentrar la atención en la estética y el cuerpo (para bien o para mal) es una forma de menospreciar a la mujer –a su intelecto, ideología y accionar político–, correrla del eje y perpetuar así la dominacion masculina. La mujer, desde esta perspectiva, es una profesional seria y asexuada o una prostituta trepadora. A pesar de los avances, parece que ocupar los lugares que históricamente le pertenecían a los hombres, no es tarea fácil e implica una reafirmación constante.

 

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