Lejos de entretenerse con una pelota o un perro, los chicos de hoy son pequeños consumidores que exigen tecnología y juguetes cada vez más sofisticados. El mercado apunta a generarles deseo a través de un bombardeo de publicidades por internet y televisión. De esta forma la infancia se vuelve fugaz y la posibilidad de sorprender a los hijos es un desafío constante.
Cuando tenía 13 años y empezaba a salir sola, a quedarme a dormir en la casa de mis amigas y a chatear por icq con el chico que me gustaba, mi mamá me repetía “yo a tu edad todavía jugaba con las muñecas”. Hoy las nenas de nueve, diez años, hacen pijamas parties, se pintan las uñas, tienen celular y salen de compras porque les gusta estar a la moda. ¿Jugar con ponies, coleccionar osos de peluche o mirar dibujitos animados? Cosas del pasado. Los chicos son pequeños adolescentes antes de terminar la escuela primaria. Están dentro del mercado y consumen más tecnología que sus padres: smartphones, tablets, computadoras y videojuegos ¿Cómo afecta la cultura de consumo en el desarrollo de los niños? ¿Dónde poner el límite?
La curiosidad es el motor de conocimiento de los chicos. El asombro es lo que los motiva, lo que les permite descubrirse a sí mismos y descubrir el mundo que los rodea. Pero cuando esa capacidad natural se ve coartada por un exceso de estimulación y por pantallas que llenan de contenidos de afuera hacia adentro, el juego y la sorpresa se pierden y, así, la niñez se transforma rápidamente en adolescencia. El mundo real, las experiencias directas como acariciar a un perro, correr en la plaza o jugar con un amigo a los autitos, se reemplazan por una conversación por Skipe, un partido de tenis en la Wii y una lección sobre animales domésticos a través de una app de la tablet. Según la Academia Estadounidense de Pediatría «Un niño promedio de entre 8 y 10 años pasa cerca de ocho horas diarias frente a distintos elementos electrónicos». En un mundo donde los padres -y también los abuelos- deben trabajar largas jornadas y casi no tienen tiempo libre, la televisión y la computadora se vuelven niñeras de tiempo completo.
“Lo que sucede es que los chicos entran en ‘el círculo vicioso de la diversión’”, dice la investigadora y escritora Catherine L’Ecuyer. “Cuando los sobrestimulamos dejan de asombrarse, pasan a depender de la fuerza externa de estímulos y llega un momento en que se muestran completamente pasivos. Para que un niño se pueda asombrar, hace falta respetar una serie de condiciones, como dejarle margen de libertad, fomentar el silencio, la sensibilidad, darle tiempo, respetar sus ritmos y crear un ambiente de confianza, protegiendo su inocencia”. Mientras el juego pasa a un segundo plano, los nenes de diez años adoptan actitudes típicas de teens: se enojan si reciben un “no” como respuesta, dan portazos, se rebelan y no quieren bañarse ni hacer la tarea, tienen cambios de humor repentinos y prefieren encerrarse en su cuarto a chatear, mirar videos por Youtube y escuchar música antes que salir de paseo con sus papás o jugar con los amigos. Los padres, abrumados, no saben qué hacer ni cómo enfrentarse a tanto desplante. Susana Mauer, miembro de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, dice: «Acortar distancias y minimizar diferencias es una marca actual. Casi sin solución de continuidad, los chicos van adoptando una pose que genera desajustes en sus comportamientos, desconcierto en los adultos y algunas batallas en el interior de las familias».
El desafío está en intentar desacelerar el ritmo de vida, comprendiendo que antes y rápido no es sinónimo de mejor. La temporalidad y el descubrimiento pausado es importante para que se pueda construir la personalidad. No se trata de prohibir ni de armar sistemas de castigos y recompensas, eso sólo empeoraría la situación y generaría más conflicto. La idea es proponer otro tipo de actividades, con más contacto con la naturaleza y el aire libre, y hablar con los hijos, explicándoles que la vida es mucho más interesante de lo que muestra una pantalla de celular. El filósofo inglés G. K Chesterton decía que en la cabeza de cada niño se estrena el universo y todas las cosas son hechas de nuevo. Tener la posibilidad de mirar sin dar nada por sentado, asombrándose de lo que nosotros, los adultos, pasamos de largo es un regalo increíble que no dura para siempre ¿vale la pena dejarlo ir tan rápido?