A mitad de año ya estamos cansados y todavía falta un montón para las vacaciones. Entonces empieza la temporada alta de uno de los deportes preferidos: quejarse. Quejarse si hace mucho frío, quejarse si hay humedad, quejarse del tránsito, del trabajo, de los hijos, de la falta de tiempo y de todo lo que se te ocurra. Aunque puedan parecer inofensivas, las quejas le hacen mal a nuestro cerebro y bajan la calidad de vida.
Suena el despertador y vos tan dormido que no sos capaz ni de estirar el brazo para apagarlo. Repasás en tu cabeza todo lo que tenés que hacer en el día: bañarte, desayunar, llevar a los chicos al colegio, ir al trabajo, pagar los impuestos, pedir un turno con el dentista.Todavía no saliste de la cama y ya te querés matar. Después el tránsito, los bocinazos y la mala cara de tu jefe terminan de culminar tu mañana de mal humor. Entonces, sin darte cuenta, prendés el motor automático de la queja y no podés parar hasta que se hace de noche.
A partir de en septiembre, el año entra en un espiral de velocidad, en un ascenso vertiginoso -o caída libre, según se vea- hasta que llegan las fiestas. Mientras pretendés hacer todo lo que no hiciste en el año en sólo un par de meses y te quejás porque no llegás o porque las cosas no salieron como vos querías. Y lo peor es que estás cansado, sentís que no podés más con la rutina y las exigencias y todavía falta. Enero es un oasis tan lejano que parece irreal. Llega un momento en que estás tan quejoso que no te aguantás ni siquiera a vos mismo. ¿Tiene sentido vivir así? ¿Hay algo constructivo en la queja o es sólo un deporte adictivo e inútil?
“Nuestros pensamientos inciden en nuestra conducta y en la calidad de vida”, dice Liliana Chazenbalk, Coordinadora del equipo de familia del Servicio de Psicopatología del Hospital Alvarez. “Si estamos quejosos y pensamos que todo está mal, vamos a sentirnos molestos y enojados. Hay que aprender a determinar cuándo tiene sentido quejarse y cuándo es absurdo. Por ejemplo alguien que se queja del calor o de la lluvia se está quejando de cosas que no dependen de su voluntad. Gastar energía quejándose de algo que no se puede cambiar, es una pérdida de tiempo. La clave está en cambiar el enfoque y concentrarse en aquello que sí depende de nuestras acciones. Cuando modificamos nuestra manera de ver las cosas, cambian nuestras emociones y conductas”. Los especialistas en la queja tienen la capacidad de encontrar la falla. El que busca siempre encuentra y en todo, hasta en lo mejor, hay un costado negativo. Lo que depende de cada uno, y lo que hace la diferencia entre las personas, es dónde elegimos focalizar. De según dónde se mire, todo depende.
Si te pasás el día pensando en negativo, te ahogás en un vaso de agua. Entrar en el círculo vicioso de la queja es muy común: la mente tira de un hilo y empieza a enredarse cada vez más hasta que te atrapa en una telaraña sin salida. “Se trata de un hábito inadecuado. Apenas es detectada hay que cortarla”, dice Chazenbalk. “Cuando te das cuenta de que estás quejándote, andá a dar una vuelta, salí a pasear en bicicleta o llamá a un amigo y hablá de cualquier otra cosa. Hay que aprender a tomar las dramatizaciones con humor, reírse de uno mismo ayuda mucho a liberarse. Tomar las cosas con tremendismo es una pérdida de tiempo cuando no va acompañado de una acción. La queja por sí misma no tiene sentido.Toda la energía que se pierde en el diálogo interno negativo, en la queja y el malhumor, se puede usar para crear y para accionar”.
La queja constante no sólo daña tu mente, haciendo que las neuronas se desprendan del hipocampo cerebral, sino que complica las relaciones con el entorno. “La queja es un condicionamiento, muchos tienen el hábito tan naturalizado que ni siquiera son concientes. Estamos más atentos a lo que nos falta que a lo que tenemos, vemos el vaso medio vacío en vez del medio lleno, ese es el problema”, dice la licenciada. Dejar de rumiar pensamientos negativos es sólo una cuestión de actitud. Nuestro cerebro se acostumbra a tomar caminos clásicos: si siempre te quejás porque te molesta la sombra que da el árbol de tu vecino, tu mente va a tender a que repitas esa insatisfacción una y otra vez. En vez de quejarte del frío o de la persona que tenés al lado, empezá ahora mismo a modificar tu estructura mental y planeá ir al cine o pasá por un kiosko y comprate un chocolate. Repetir es fácil, el desafío está en cambiar. ¿Te animás?