En lo que todos pensaban como el epílogo de su carrera, el suizo volvió a la cima y ganó el Grand Slam de Wimbledon, por octava vez en su carrera. Una historia de superación personal que se equipara a la supervivencia de las aves más longevas, entre el mito y la realidad.
El águila es una de las aves que más viven. Capaces de llegar hasta los setenta años, para poder lograrlo necesitan tomar, casi a la mitad de su vida, una seria y difícil decisión.
Roger Federer es uno de los tenistas más veteranos del circuito. Para poder jugar un tiempo más a un alto nivel deberá, al igual que el águila, tomar una decisión.
Dicen que el águila, a los cuarenta años de edad, empieza a tener problemas con sus armas principales. Su pico largo y puntiagudo se curva apuntando contra su pecho, sus alas envejecen y se tornan pesadas y de plumas gruesas. Con las uñas ya gastadas y flexibles, agarrar con firmeza a las presas le resulta casi imposible. Volar se le hace también muy difícil. Entonces solo tiene dos alternativas: morir o enfrentar su doloso proceso de renovación que durará ciento cincuenta días.
Roger Federer tomaba conciencia a mediados del 2016 de que su arma -la raqueta- ya no tenía el poder que necesitaba para hacerle frente a la nueva camada de jóvenes cada vez más atletas. Su físico necesitaba recuperarse de una lesión en la rodilla que hacía tiempo lo tenía a maltraer y no le permitía entrenar al cien por ciento. Entonces tuvo que elegir entre dos caminos: olvidarse de jugar finales de torneos importantes o enfrentar un nuevo proceso de aprendizaje, despojándose de su arma que tantas satisfacciones le había dado, para tomar una nueva y acostumbrarse.
El proceso del águila consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse en un nido cercano a un paredón, donde no tenga la necesidad de volar. Ahí empieza a golpear dolorosamente su pico una y otra vez contra la pared hasta poder arrancárselo. Después espera que le crezca uno nuevo para poder desprender, una a una, las uñas de sus talones. Cuando las nuevas uñas vuelven a crecer, se deshace de sus plumas viejas.
El proceso de Roger Federer consistió en dejar ciento cincuenta días el circuito para recuperarse plenamente de su lesión y poder hacer muchas horas de práctica con su nueva arma, una raqueta más potente y liviana, la Pro Staff RF 97 Autograph, diseñada a su medida por la multinacional estadounidense Wilson.
El águila, cuenta la leyenda, finalmente sale, después de cinco meses muy duros, hacia el famoso vuelo de renovación que le dará treinta años más de vida.
Roger Federer vuelve al circuito después de cinco meses para quedarse con los cinco torneos más importantes de lo que va del año en canchas rápidas.
Roger sabe que a los treinta y seis años su físico no está para duras batallas, por eso deja pasar toda la gira en polvo de ladrillo, se toma descansos más prolongados y participa solo de los torneos en canchas rápidas, donde los puntos son más cortos y su físico no sufre tanto.
Este fin de semana se coronó por octava vez campeón de Wimbledon, la catedral del tenis, ante los ojos de su mujer y de sus cuatro hijos. Pensar que hace poco más de un año los grandes eruditos de este deporte lo daban por terminado, viviendo el epílogo de una inmensa carrera. Pero las leyendas son así: hacen historia basándose en sus convicciones, en sus creencias y en su amor propio. Logran superarse cuando las adversidades parecen tocar la puerta.
Como las águilas, cuyo proceso es más bien un mito. El de Federer también lo es, pero es un mito real.