En la provincia con más femicidios del país y sede de la educación religiosa obligatoria, las mujeres se vuelcan a la lucha política.
Por Diego Rojas (@zonarojas)
La ciudad de Salta no es sólo la capital de la provincia del mismo nombre, sino que también se podría postular como capital mundial de las mujeres trotskistas. Los resultados electorales del último domingo confirman esta afirmación: la candidata Cristina Foffani encabezaba la lista para el Concejo Deliberante y los guarismos permitieron que resultara elegida al recinto parlamentario local junto a Mirtha Huachana. Reemplazarán en diciembre a Jorgelina Franco, Valeria Jorqui y Marta Martín, quienes terminan su mandato. Y acompañarán a las diputadas provinciales Gabriela Jorge, Violeta Gil y Norma Colpari (tres mujeres sobre un bloque de cinco diputados trotskistas en total) y la senadora provincial Gabriela Cerrano, una de las tres senadoras en un recinto formado por 23 representantes. Las representantes femeninas en los espacios legislativos salteños de esta ciudad son ocupados mayoritariamente por mujeres, cuando se habla del Partido Obrero. No es casualidad ni demagogia. En su dirección política, formada por siete miembros, cuatro pertenecen al género femenino. Todo esto en la provincia que tiene mayor índice de femicidios del país y donde la influencia de la Iglesia católica pervive de la mano de gobernantes que, por ejemplo, mantienen la educación religiosa obligatoria en los ámbitos educativos, a la vez que rechazan cualquier discusión sobre la posibilidad de legalización del aborto.
Border habló con Gabriela Cerrano es senadora por la capital salteña y fue elegida en 2013, cuando los comicios legislativos le otorgaron el triunfo al PO. Tiene 37 años y es fanática de su perro salchicha llamado Panchuli, que queda a cargo de su hermano cuando llegan los tramos finales de las campañas electorales, época en la que Cerrano viaja por toda la provincia difundiendo las ideas de su partido. En esta última elección fue candidata a vicegobernadora. El PO quedó cuarto en la votación.
-¿A qué se debe esta intervención tan notoria en los temas de la mujer por parte de su partido?
-Es una tendencia en la provincia entera, también en el interior. Nuestra acción es apreciada por el pueblo salteño, que reconoce la defensa que hacemos de las mujeres. Yo me convertí en dirigente de la mujer cuando me puse al frente de los reclamos por el asesinato de Roxana Alderete y sus hijos, en 2005.
El caso que recuerda Cerrano, del que se cumplen diez años, se refiere a la tragedia de Roxana Alderete, apuñalada por su marido hasta la muerte junto a sus hijos de 6 y 8 años. La hija mayor de la pareja pudo escapar del ataque homicida. Roxana Alderete había denunciado a Alberto Yapura, que sería su matador, cinco veces por ataques previos en la comisaría, pero la policía nunca intervino. La hija sobreviviente demandó al Estado, que fue condenado a pagar 1,2 millones de pesos, pero el gobierno de Salta apeló el fallo por considerar excesiva la medida. Una década después, el caso sigue en Tribunales.
-Desde ese momento me dediqué a estudiar la cuestión de género y tomé el asunto como un frente y hacia adentro del partido también -explica la senadora Cerrano-. En 2006 le dimos impulso a la campaña por la legalización del aborto poniendo mesas en el centro y en los abrrios. Íbamos a la actividad pensando: “¿qué irá a pasar?”, porque muchas veces se caracteriza a Salta como conservadora. Pero todo el mundo firmaba a favor. Es que en una provincia tan feudal como Salta, el impacto de la violencia contra la mujer y las consecuencais de los abortos clandestinos son terribles. Las mujeres salteñas siempre buscaron dónde canalizar las luchas por sus derechos y hoy lo están haciendo con el Partido Obrero.
-Usted dice que también tomó como frente el interior de su partido, que seguramente no está exento de los vicios machistas cotidianos de la sociedad en general. ¿Tuvo éxito en esa lucha?
-Es una lucha constante, porque es algo que viene de las propias casas. Por lo general los compañeros que ingresan al partido no vienen de familias de izquierda que tengan incorporadas estas discusiones, y entonces llega el momento en que en las reuniones se pregunta. “¿quién va a limpiar el baño del local?, ¿quién va a lavar las tazas?”, y es algo que tal vez algún compañero varón asumía que es una tarea femenina. Pero es algo muy positivo porque es una configuración totalmente superable y lo bueno es que llevamos adelante luchas por la mujer en la que los compañeros defienden muy bien esos derechos. Todos los compañeros defienden como causa suya propia la del derecho al aborto legal y gratuito.
-¿Esto se refleja en los puestos de dirección del PO?
-En la dirección de Capital somos mayoría las mujeres. Creo que refleja la realidad del partido. En algunos otros partidos existe de tener que garantizar ciertos cupos para que no se pierda lo reivindicativo de la mujer, acá se expresa naturalmente. Son muchas mujeres las que militan. Creo que los partidos patronales no tienen nada que ofrecer. Son parte del régimen de la educación religiosa obligatoria. Todos sus dirigentes son patrones, dueños de las tierras, dueños de los pueblos. Los Urtubey y los Romero son la oligarquía. Por eso es importante el caso de El Bordo, donde su intendente Mazzone no sólo era latifundista y dueño de la mitad del pueblo, sino que además corrompía mujeres y abusaba de menores. Es una constante de un régimen en el que muchas veces las chicas sólo pueden ver una esperanza de avance si se dejan abusar por esos viejos. Es lamentable, pero es el régimen social que impera en Salta. Por eso es importante que en El Bordo haya sido elegido concejal Pablo Arancibia del PO con el 15% de los votos. No es casualidad, se debe a un programa que defiende los derechos de los trabajadores y de las mujeres.
En la provincia con mayor índice de femicidios, el partido opositor a los que defienden el régimen tradicional está lleno de mujeres. Sus dirigentes ya están convocando a la marcha del 3 de junio contra la violencia contra la mujer y por #NiUnaMenos. Una tarea que en una organización llena de mujeres trotskistas parece, razonablemente, natural. Una cuestión no sólo de género, sino también de honor.