Hay algo que tienen en común Rafael Nadal y Vincent Van Gogh: una gran pasión por sus disciplinas. Para mí, casi una obsesión que rozaba y roza la locura. Vincent Van Gogh y Rafael Nadal, han sido y son dos grandes exponentes en sus disciplinas. El primero como uno de los más grandes pintores. El segundo es una leyenda viva, a punto de convertirse en el mejor jugador de la historia en polvo de ladrillo.
Sin embargo ambos están separados por algo: el reconocimiento social. Cada uno en su tiempo fue recibido pos sus pares ciudadanos de manera diferente. Nadal a diferencia de Van Gogh, vive un reconocimiento social de fama y mucho dinero. Van Gogh fue reconocido como un genio un siglo después de haber fallecido y vivió muy ajustadamente desde lo económico, casi en la pobreza. No sé bien cuál es la causa de ese trato dispar. Lo concreto es que a veces las sociedades le dan un trato injusto a los genios. Quizás porque estos están adelantados con respecto al pensamiento de la medio de los ciudadanos. No obstante, en otros casos parece que el éxito económico es el que los posiciona en el podio y a partir de allí el genio es reconocido.
Van Gogh era visto por sus contemporáneos como un obsesivo, un demente y un indigente. A nadie le interesaba su obra, su visión de la vida, etc. Sus pasiones y obsesiones lo hacían un tipo raro. Pero esas rarezas que alejan a uno de sus pares, de golpe en otros casos los acercan. Las rarezas de Nadal, llamadas “reforzadores psicológicos”, ¡lo acercan! aunque algunas chocan con la moral media, pues van desde acomodarse los calzoncillos, tocarse la nariz y las orejas antes de sacar, o alinear 2 botellas siempre de la misma manera luego de haber bebido un sorbo en cada y hacer todo esto delante de millones de espectadores ¿Se imaginan que habría sucedido con Van Gogh si repetía los tics de Nadal antes de pintar? Tal vez no se hubiese cortado la oreja, pero habría recibido un chaleco de fuerza.
Mi intuición es que la mediación del dinero en uno y otros casos tuvo mucha incidencia en el diferente reconocimiento. Nos consta a casi todos que un obsesivo sin plata es un loco y que otro con dinero y fama es excéntrico. Algo de esto advertía Marx, cuando intuía en su juventud que la secularización política no sólo separaba a la iglesia del Estado, sino que reemplazaba a un Dios trascendente por uno más terrenal: el dinero.