Al pie del Obelisco, y desde el 14 de febrero, está instalado el acampe de qoms, pilagás, wichíes y nivaclés, las cuatro etnias que vinieron a pedir la mediación de los tres poderes del Estado para terminar con la persecución y los asesinatos. Border estuvo ahí. Esta es la historia.
Por Quena Strauss
Hay chicos que corren en patas por toda la carpa. Hasta que, en una escena onírica si las hay, una inesperada Blancanieves que estará promocionando algún espectáculo en la avenida Corrientes se acerca y se saca fotos con algunos de ellos. Hay, bajo el cielo gris de un domingo a punto de llover, un ruido ensordecedor: el del equipo electrógeno que han traído para poder tener sonido en esta improvisada conferencia de prensa que darán los representantes de las cuatro etnias presentes aquí. Y, según ellos mismos dicen, ausentes desde hace años de eso llamado “agenda pública”.
“Yo, como indígena, veo que no hay independencia de poderes”, arranca Israel Alegre, de la comunidad qom y llegado desde Formosa. “Todas las fuerzas de seguridad están al servicio de las empresas multinacionales, a las que responden, y los jueces no hacen nada. Por eso les pedimos a la presidenta. Lo que nosotros estamos pidiendo al Congreso es reglamentar el artículo 75, que está sin reglamentar, y la creación de la bicameral. Nosotros queremos ser parte en la toma de decisiones en todo lo que es legislación sobre derechos indígenas, porque muchas veces se habla del indígena sin dejarlo participar”.
Dentro de la carpa, además de chicos y hombres de caras serias, hay algunas mujeres de largas trenzas oscuras y ojos haciendo juego. No hay demasiada alegría en el aire, y no es para menos, porque si ellos están hoy aquí- y desde hace más de un mes- es precisamente porque se han vuelto invisibles para ese gran poder que vive en Buenos Aires. “Y eso que hay muchos hermanos que no han podido viajar por no tener documentos”, explica Andrea Brizuela, la voluntaria que oficia de prensa. “Además, hoy nos enteramos que a Félix Díaz le armaron una causa. Lo que quieren es debilitar al grupo, dividiéndolo mediante-por ejemplo- la presentación de falsos cacique que no son tales sino operadores políticos”, agrega.
Muy poca gente (quizá porque es domingo a la tarde y el centro está pelado, quizá porque nadie entiende bien qué hace una carpa blanca a los pies del Obelisco) se acerca a firmar la página donde figuran sus peticiones. Entre ellas, el respeto por sus derechos ancestrales sobre la tierra, el acceso a la salud, más y mejor trabajo y-sobre todo- el fin de la persecución y la matanza a la que han sido sometidos desde siempre y que la democracia no ha logrado (ni querido) terminar.
Según cuentan por turnos los representantes de los pueblos wichí y qom, la realidad en las comunidades es desoladora. No hay trabajo, no hay escuelas con maestros bilingües, no hay médicos y, si hay médicos, en las salitas no hay medicamentos. “Somos argentinos, queremos la igualdad de derechos de la que habla la Constitución Nacional”, dice Franco Saturnino, del pueblo Qom. “En los centros de salud nadie atiende. No tenemos médicos, no tenemos ambulancias, no tenemos acceso asfaltado a nuestro pueblo porque ellos dicen que todo eso no corresponde a un pueblo indígena. Esa es la situación que tenemos. Nuestro aljibe está todo abierto, sin tapa ni prevención. Nunca un médico que mire nuestro aljibe”, se lamenta.
Alegre, a su turno, comenta que “la presidenta es la que tiene la facultad de decirle al Ministerio de Trabajo, de Salud, de Desarrollo Social o de Educación que bajen programas a la comunidad. Pero si esa voluntad política no está, de nada sirve nada. Si la presidenta no le exige al Ministerio de Educación que la juventud indígena tenga la posibilidad de la profesionalización, entonces no podemos hablar de educación. Y esto no lo podemos resolver a nivel provincial porque la provincia sigue violando nuestros derechos. ¿Quién es la que da el ejemplo? La presidenta, y todos los gobernante se suman a eso. Hablamos de independencia de poder pero todo es ficticio. Y los que salen perjudicados son los miembros de la comunidad”.
Con todo, no pierden las esperanzas de ser escuchados. Dicen que en la semana, la gente se acerca, se solidariza, firma su petición y los alienta. En un rincón de la carpa, el testimonio: una pila de bolsas de fideos, de yerba y algunos bidones de agua. Algunas de las cosas que se necesitan en la carpa y más todavía se necesitan en esos pueblos de donde vienen, y en donde parece faltarles todo. Empezando, claro, por el respeto.
Viviano Luna es wichí y tiene un modo de hablar dulce y calmado. Tal vez por eso, por ese espíritu pacífico que lo identifica, no levanta la voz ni siquiera después de la violenta represión que sufrió su comunidad en Salta. Viviano es lo que dice su apellido: una luna tranquila, que habla y alumbra.
“Quería contarles un poco lo que hemos pasado”, comienza. “Nos discriminan, nos persiguen, nos siguen matando e incluso compran a los dirigentes wichí para dividirnos. Pero creo que eso no es justo. Falta escuchar una voz y que nos respeten un poco las palabras dejadas frente al hermano indígena. Por eso, hoy venimos con una nueva organización en donde estamos todos: qom, wichi, pilagá, nivaclé”. Justamente por eso el nombre de este acampe: Qopiwini, la palabra que forman las iniciales de todas esas comunidades al unirse. Y, ya se sabe: dicen que la unión hace la fuerza.
Lo que es por aquí, en esta carpa ruidosa y por momentos triste, la unión se nota en el aire. Hay, dicen, voluntad de permanecer aquí hasta obtener una respuesta, una palabra, algo. Porque, como bien apunta Viviano, “cada uno de nosotros tiene más de cinco quilos en papeles presentados y nunca tenemos una respuesta. Somos marginados por los médicos, por las enfermeras, y somos muy discriminados por los jueces, abogados, gendarmes y policías de nuestra provincia, porque el gobierno los compra”.
“Nosotros, en cambio, no podemos pagar nada porque no tenemos nada. Así que hoy estamos aquí, en este acampe, para acompañar esta lucha. No podemos seguir permitiendo la muerte de la familia indígena. Tienen que parar. Tienen que escuchar”, dice. Quinientos años después, la historia no ha cambiado. Y ellos están aquí justamente para eso: para empezar a torcer el monstruoso curso de una historia escrita por y para los ganadores de siempre.