Viaje a las entrañas del sicariato: el lado negro del mundo narco

Por: #BorderPeriodismo

Hoy se conoció el posible móvil del crimen de Carlos Guitérrez Camacho, quien  fue ejecutado el lunes mientras andaba en bicicleta por los bosques de Palermo junto a su novia. Según los investigadores, debía «controlar» un cargamento de más de 500 kilos de cocaína, que el cartel para el que trabajaba planeaba enviar desde Bolivia hacia Europa, vía la Argentina. Pero no lo hizo bien. El caso pone en tapete cómo opera el sicariato en la Argentina. Aquí un viaje a las entrañas del lado menos «rosa» del narco mundo.

Por Fernanda Sández

La calma de un lunes feriado se cayó a pedazos. O a tiros, según se vea. El lunes 3 de marzo, en una mañana a pleno sol y en plena ciudad, un hombre que paseaba junto a su novia por Palermo recibe siete balazos. Ella, tres. El hombre, de 40 años, muere. La chica, DE 22, sobrevive, pero no celebra. No tiene por qué: todavía está internada en el Hospital Fernández, con custodia policial permanente y la sospecha de que tarde o temprano, volverán por ella porque es la única que los vio actuar. ¿A quiénes? Los sicarios, claro. Los dos hombres que el lunes soleado interceptaron y mataron a su pareja, Carlos Gutiérrez Camacho. La clase de gente para la que el único enemigo posible es el enemigo muerto.

Sin embargo, éste asesinato no es ni con mucho el más espectacular ni el más sangriento de los cometidospor el sicariato en nuestro país. La virtual ejecución de dos ciudadanos colombianos en el estacionamento de Unicenter, el llamado triple crimen de General Rodríguez y el asesinato en Rosario de Luis Medina, un empresario investigado por narcotráfico, entre muchos otros casos igual de cruentos e irresueltos, hablan de formas de asesinar que alguna vez fueron “cosas que pasan afuera” y hoy ya se han convertido en “cosas que pasan adentro”. Y que, siempre, tienen como telón de fondo al fabuloso negocio del narco, considerada como la “industria ilegal más rentable del mundo”, por delante incluso de la venta de armas y la trata de personas.

Tal vez por eso, a la hora de actuar contra los que considera “traidores”, el narco no se anda con chiquitas. Y en su siniestro menú de formas de morir, conviven modalidades definitivamente salvajes (ideadas para aterrorizar a propios y extraños, como en el caso de los decapitados colgados de puentes, en Méjico) con otras igual de letales pero mucho más “prolijas”. Y es aquí donde una figura hasta cuyo nombre nos suena exótico cobra su verdadero sentido: el sicario.

¿Qué es un sicario? Tal vez nadie mejor que el periodista Mauro Federico, autor de País Narco (Ed. Planeta) y de Mi Sangre para explicar la cuestión. “Sicario es una palabra de origen oriental y remite al asesino a sueldo. Dentro del mundo narco, el sicario es contratado para asesinar. Y, como la estructura de este tipo de agrupaciones siempre es tabicada, suelen conocer a quien los contrata pero rara vez a quien encarga el asesinato”, precisa.

Así las cosas, al compás del crecimiento del entramado narco (ése que implica bandas, sí, pero también otra clase de agentes que garanticen zonas liberadas al “negocio”, primero, e impunidad para sus líderes, después) la acción del sicariato también se volvió más visible y a veces hasta tomó un tinte local. Hoy, de hecho, en varias provincias argentinas los pibes de las barriadas pobres utilizan un nuevo verbo para referirse al hecho de vender su fuerza de trabajo al narco: sicariar.

Y sicariando se hace plata, claro. Pero no sólo eso: también se gana identidad, autos, armas, mujeres. Es el camino del héroe en versión lumpen porque -visto de cerca- el modelo organizacional del narco es un canto al “aguante”, una suerte de pirámide con escalafones claramente especificados en donde (en caso de no morir antes de los veinte, como suele pasar) se puede llegar a acceder –muy rápido y muy joven- a un tipo de vida que nada tiene que ver con los propios orígenes

“Los pibes, los llamados “soldaditos de la droga”, ingresan en el escalafón más bajo, que es el de campanas. Es decir, el que está mirando para que nadie se dé cuenta de que en un determinado lugar se vende falopa”, continúa Federico. “Esos pibes, el año pasado y en Rosario, donde hicimos un relevamiento y comprobamos la existencia de 400 quiosquitos activos donde laburaban 5000 pibes ingresaban cobrando 5000 mangos. Hoy están en 7 lucas. Entonces, esta batalla se perdió porque las organizaciones terminaron comprando todo, y no sólo las policías. Y, en el caso de los sicarios, desaparece todo rastro de los implicados. Ni siquiera hay hacia dónde dirigir la investigación”. 

Sólo así, de hecho, puede comprenderse la absoluta facilidad con la que exponentes del narco “de las grandes ligas” (carteles mejicanos y colombianos, algo así como la “nobleza” de un crimen que genera por año ganancias por miles de millones de dólares) entran y salen del país como si tal cosa.

Y, llegado el caso, hasta recurren a la ayuda del sicariato extranjero para convertir a sus enemigos en cadáveres. “Acá hay mano de obra local que se contrata para esto, como se desprende de la causa por el asesinato en Unicenter, donde varios de los implicados son de la barra brava de Boca. Pero también hay sicarios que llegan hasta acá específicamente para asesinar a un capo, por ejemplo”,  ilustra el periodista. Y no se equivoca porque como bien señaló nada menos que el jefe del gabinete de ministros, Jorge Capitanich, hablando de la sospechosa fluidez con la que algunos pueden cruzar nuestras fronteras, “el control tiene que ver con los antecedentes. Si no existen antecedentes, esa persona puede ingresar”. Y hasta conseguir documento argentino, como el muerto del lunes.

¿Lo peor de todo? Que, a días de su asesinato, todavía no se sabe con certeza quién es el muerto. Según un comunicado de la fiscalía que está investigando el crimen, hay 4 Gutiérrez Camacho viviendo en el país.  Los cuatro son ciudadanos colombianos y los cuatro tienen antecedentes penales. Se sospecha que se trata de un sujeto sindicado como jefe de sicarios del Cartel del Valle que, cumplida su condena, era libre de irse a donde quisiera. Eligió  Argentina, donde se quedó. Con datos similares –cuando no peores- habrán entrado los dos sicarios que acabaron con su vida en siete balazos.

Una vez más, la clave para comenzar a comprender el tema pasa por el dinero en juego. Porque nada de todo esto- ni la saña, ni la impunidad- serían posibles de no estar de algún modo autorizadas por el escandaloso volumen de plata que maneja el narcotráfico. Federico lo pone el blanco sobre negro al señalar que “siempre, cuando se habla de narcotráfico, se habla de las cocinas, de los muertos, de las armas. Pero nunca se habla de la guita. El año pasado, en Rosario, los kioscos de droga recaudaron entre 2000 y 3000 millones de pesos. Y esa plata, claramente, no queda en las villas. Se recicla, se inserta dentro del circuito  legal y para eso se necesitan abogados, contadores y gente de conocimiento en materia de lavado de dinero. Sólo así se puede ingresar toda esa plata dentro del sistema legal. Entonces, esto ya no es corrupción: son estamentos enteros del Estado cooptados por estas organizaciones”

En la misma línea argumentativa va Cecilia González, corresponsal en Argentina de la agencia Notimex, mejicana hasta la médula y autora de Narcosur (Ed. Marea), un libro en donde se plantea, justamente, la dimensión global que ha alcanzado el problema.  “No hay, en el mundo, país en el mundo que haya podido impedir o aminorar la acción del narcotráfico. Lo cual para mi es la puerta para abrir una discusión más general y compleja acerca de cómo encarar este problema. Porque si bien hay que celebrar la detención de un criminal como el Chapo Guzmán, con eso no alcanza. La pregunta es entonces qué hacemos con un fenómeno que tanta muerte y tanta violencia ha sembrado en nuestras regiones”, se pregunta. Pero violencia y muerte, se sabe, aquí no son parte de la agenda gubernamental. Por eso, la propuesta argentina al sicariato internacional no podría ser más tentadora: mate ahora, zafe después. Un negocio redondo por donde se lo mire.

 

 

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