Tres temporadas de diez episodios de una hora aproximada de duración. Ese es un breve resumen introductorio de la serie Borgen, estrenada en 2010 en la televisión danesa y que este año fue subida a la plataforma de streaming Netflix, con un éxito inesperado dentro de la audiencia argentina. Y no es para menos: más allá de las diferencias entre los sistemas de gobierno que imperan en Dinamarca (una monarquía parlamentaria que obliga a acuerdos permanentes entre todos los partidos políticos ya que ninguno de ellos obtiene la mayoría absoluta en el parlamento desde 1909) y nuestra democracia representativa, republicana y federal, lo que más llama la atención es la idea de moral que transmiten los políticos daneses desde la ficción, y la inevitable comparación con la realidad que vivimos en nuestro país, más allá de las inevitables “roscas” que ocurren, como cantó Paul McCartney, “aquí, allá y en todas partes”.
Vamos, entonces, con un listado incompleto de algunas de esas cualidades que asoman en la serie y que en nuestro país brillan por su ausencia. Se hará hincapié en detalles puntuales por lo que, más allá de ya hayan pasado meses desde su estreno, A CONTINUACIÓN HABRA ADELANTOS QUE CUENTAN LO QUE OCURRE EN BORGEN. Quedan notificados: el que avisa no traiciona, por lo que en #BORDER estamos a salvo de cualquier maldición referida a los spoilers.
– A un primer ministro la ciudadanía lo condena en las elecciones porque trascendió en ,los medios que, en un viaje a Londres, realizó sin informar una compra de ropa para su mujer con la tarjeta de crédito reservada para gastos oficiales.
-Birgitte Nyborg, la protagonista de la serie, interpretada de manera magistral por la actriz Sidse Babett Knudsen, se mueve por Copenhague en bicicleta hasta antes de ser electa como primera ministra. Tras utilizar vehículos oficiales durante su mandato, Birgitte vuelve a las dos ruedas, y pega un salto económico pronunciado cuando trabaja en la actividad privada. Entre medio, cuando pide licencia de sus funciones, se mueve en un modestísimo vehículo personal. Al volver a la política, y perder su muy buen sueldo privado, Birgitte debe dejar un departamento que alquilaba en un barrio acomodado de la capital de Dinamarca, para mudarse a un lugar más modesto.
– “Nunca pensé que sería el último líder obrero del Partido Laborista”: esa es la frase con la que el ex trabajador naval devenido a político Bjørn Marrot (Flemming Sørensen) se despide de su cargo y le echa una palada de tierra, también, al Estado de Bienestar europeo, que tuvo en países como Dinamarca sus expresiones más exitosas, y también a un modo de hacer política, en donde un sindical podía llegar lo más alto de su país eludiendo todo obstáculo proveniente del marketing.
– Otro escándalo: el del líder del partido verde, denunciado por sus adversarios por ser dueño de un automóvil de colección que emite demasiada polución al medio ambiente, gracias a humo que despide su caño de escape. La inevitable cita a Hamlet (“Algo huele a podrido en el estado de Dinamarca”) encaja aquí mejor que en cualquier otra anécdota de Borgen.
– La prensa escrita resulta estereotipada desde un lugar ciento por ciento sensacionalista y amarillo, cortesía de las acciones de un ex político y su afán de venganza personal contra esa clase dirigente que le soltó la mano. No ocurre así con la televisión: tanto el oficialismo como la oposición no dudan en ir a debatir con periodistas políticos al prime time nocturno del canal público y estatal. Hay que tener en cuenta que en 2010 prácticamente no existían las redes sociales, y las fake news no se viralizaban con la rapidez de hoy en día.
Tras una década de ausencia, Netflix promete el regreso de Borgen para el año 2022. “En la ficción han pasado diez años, como en la vida real, por lo que los personajes están en lugares muy diferentes”, dijo Birgitte Hjort Sørensen, quien encarnó y encarnará a la periodista Katrine Fønsmark, en una declaración que resulta insuficiente para calmar la ansiedad del telespectador. No otra opción más que esperar, y volver a caer en la cuenta de que se puede hacer política de otra forma. Borgen es la prueba.