En el año que termina, la taquilla volvió a estar dominada por secuelas, animaciones y secuelas de animaciones. El cine de calidad llegó de la mano de estrenos tardíos (algunas realizaciones de 2012) y el regreso con gloria de directores como Ron Howard, Wong Kar-Wai o Alex de la Iglesia. Y el balance del cine argentino fue positivo, con películas de buen rendimiento tanto a nivel de público como de críticas.
A continuación, te presentamos un listado de films estrenados este año que quizás no pasen a la historia como clásicos en su género, pero sin dudas son de lo mejor que presentaron los cines argentinos en 2013. Cada uno aportó algo que el espectador puede llevarse a su casa, tanto para disfrutar como para reflexionar.
Lo más atractivo del año
Spring Breakers: viviendo al límite (Harmony Korine)
Uno de esos estrenos que sólo se pueden amar u odiar. Quizás muchos se hayan asomado desde el morbo, entusiasmados por el combo “chicas Disney” (Selena Gómez y Vanessa Hudgens) + bikinis + excesos. Otros habrán esperado un refinamiento narrativo de Harmony Korine -guionista de Kids (1995) y director de Gummo (1997)- hacia lo convencional, como signo de madurez. En ambos casos, se habrán visto decepcionados por el denso desparpajo visual de Spring Breakers (estrenada en Argentina como Viviendo al límite).
La primera parte avanza por aguas tranquilas: estudiantes que juegan a ser chicas malas y cuyo referente cultural es Britney Spears, roban un restaurante al grito de “¡Va a ser como una película!” para poder pagar las vacaciones de primavera. Ya en el lugar de destino, igualmente idílicos son sus paseos en scooter y la celebración de la amistad durante atardeceres de postal.
Y entonces, el quiebre dramático hacia la pesadilla hipnótica: James Franco entra en escena encarnando al despreciablemente carismático rapero/gángster Alien, responsable de frases y monólogos memorables. Así, la permanencia en pantalla de bikinis en ebullición pierde protagonismo ante la densidad fluorescente de las escenas compartidas entre Alien y las criminales debutantes. A partir de ese momento, una vorágine espesa inunda la narrativa de Korine, que fluye gracias a recursos como la cinematografía de Benoît Debie (Enter the Void) y la arrebatadora banda de sonido de Skrillex, configurando el ritmo de la alteración sensorial y emocional de los protagonistas.
Sin ser brillante y a pesar del desarrollo amarrete de algunos personajes, Spring Breakers demuestra que esperar lo inesperado no significa más de lo mismo, y que directores como Harmony Korine siempre se van a superar.
Antes de la Medianoche (Richard Linklater)
Seguramente, el fanatismo -tanto del público como de los críticos- por la saga que comenzó en 1995 con Antes del Amanecer y siguió con Antes del Atardecer (2004), influyó en la valoración de este -por ahora- capítulo final. Pero sus virtudes como pieza artística independiente son tan extraordinarias que hasta un recién iniciado en la historia de Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) puede sentirse ferozmente movilizado por el desarrollo de este film.
Verlos en 2013 es como reencontrarse con viejos amigos después de varias temporadas. Pero las capas de esta cebolla no se han terminado, y aún cuando en la superficie son una pareja feliz, el acceso inmediato a su intimidad revela feroces desencuentros.
Desde la primera entrega, al abordar situaciones y temáticas tan cotidianas de la relación hombre-mujer y de lo que nos pasa, hacemos que pase o dejamos pasar en la vida, el involucramiento subjetivo con los personajes ha resultado inevitable (sobre todo en Antes del Atardecer, ya que Antes del Amanecer mantenía un formato de comedia romántica más tradicional).
En las tres películas, la identificación con los personajes parece estar definida por el género, pero luego oscila entre Celine y Jesse, sobre todo cuando dejan de lado las reflexiones basadas en experiencias personales para discutir desde el idealismo de una y la racionalidad del otro. En Antes de la Medianoche, esta fluctuación empática se profundiza a partir de la violencia emocional que reverbera en cada discusión y suelta verdades sin anestesia.
Si bien lo que cada espectador se lleva cuando se ilumina la sala depende de su historia personal, nadie les podrá endilgar a Linklater, Hawke ni Delpy -todos colaboraron con el guión-, un manejo tendencioso de la audiencia. Sin esconder nada, Antes de la Medianoche pone las cartas sobre la mesa, con diálogos kamikaze y realismo despiadado.
La Cacería (Thomas Vintenberg)
Por sus rasgos, el rostro de Mads Mikkelsen, genera una inquietud tan fría como el pueblito danés en el que transcurre La Cacería, dirigida por Thomas Vinterberg (estrenada en Argentina en la Semana del Cine Europeo). Pero cuando Lucas (Mikkelsen), un agradable empleado de la guardería local, es acusado de un delito sexual que de entrada sabemos que no cometió, se desata el infierno.
Partiendo de la figura del hombre común incriminado injustamente (reinventada una y otra vez por Hitchcock), la acusación crece como una avalancha feroz, en el marco de una comunidad que lo considera culpable antes de la condena. Así, el vacío inmediato a la denuncia va mutando en asedio y agresión.
La condena social de Lucas se evidencia en el rostro de Mikkelsen (cuya performance le valió el premio al mejor actor en Cannes), que refleja abatimiento, decepción, honestidad temerosa y hasta secuelas de golpes de parte de amigos de toda su vida.
Ante la austeridad de recursos técnicos empleados por Vinterberg -sin llegar al extremo de La Celebración (1998), realizada bajo las normas del Dogma 95-, La Cacería se nutre de la formidable actuación de Mikkelsen y los intérpretes secundarios que acompañan con altura.
Fue una de las niñas mimadas del BAFICI 2012, lo cual favoreció un –limitado- estreno comercial en el año que termina. En blanco y negro y dividida en dos partes, de las cuales la segunda es un flashback nostálgico hacia un romance prohibido, en una colonia portuguesa en el medio de África.
Ese tramo, mudo y filmado en 16 mm, se vive como un trago dulce que apacigua la garganta aún varias horas después de visto. Una especie de golosina clásica que se vuelve a probar en la vida adulta, cuyo sabor nos conecta con recuerdos de un pasado que, lejos de estar aletargado, reverbera con intensidad en el presente.
Así, con el formato de un homenaje a la era silenciosa del cine (el título alude al film homónimo de F.W. Murnau, de 1931) que alterna realismo mágico, sueños de juventud, paraísos perdidos, humor absurdo y un cocodrilo extraviado, Tabú enamora y hace enamorar.
La Cabaña del Terror (Drew Goddard)
Otra realización que llegó con delay a las salas argentinas en enero de este año. A simple vista, la propuesta cumple todos los clichés: cinco jóvenes consiguen una cabaña perdida en un paraje alejado para “desconectarse” del mundo por unos días. Ellos también son los estereotipos para estos casos: el galán deportista, la chica buena y tímida, la femme fatale, el maduro racional y el nerd/outsider que remata las escenas con un chiste. Seguramente, ya conocemos la historia. Pero no.
Ya el primer acto revela que son vigilados desde una especie de estudio de TV al estilo Gran Hermano sin que ellos lo sepan. Y que en otras latitudes existen otros grupos en situaciones similares, también monitoreados desde esa base de operaciones que responde a intereses superiores. De esta manera, las decisiones que toman en acontecimientos provocados están condicionadas por los mecanismos de un entretenimiento perverso.
La Cabaña del Terror no decepciona al cumplir con la cuota necesaria de sustos, sorpresa y sangre que caracterizan a estos films. Pero fue incluida en este listado porque además se instala saludablemente fuera de norma, al posicionarse como una de esas películas que diseccionan el género al que pertenecen. Así, dibuja una vuelta de tuerca que va más allá del repaso de reglas al estilo paródico de Scream (1996). Literalmente, la trama va hasta el origen más profundo de todo lo que alguna vez nos generó miedo en el cine. Y nos volvemos a asustar.
Yapa: lo evitable
Posesión Infernal (Fede Álvarez)
Una de las decepciones del año. Hacer una remake de Evil Dead I y II (1981 y 1987) sonaba innecesario, más cuando la segunda ya era una versión mejorada de la original. Pero como los productores detrás del proyecto eran Sam Raimi y Bruce Campbell -director y protagonista de la saga que completó El ejército de las tinieblas (1992)-, el crédito estaba abierto.
Ellos convocaron al uruguayo Fede Álvarez, reconocido por el corto de ciencia ficción Ataque de Pánico, en el que Montevideo es invadida por robots gigantes. Los elementos cuajaban y la fórmula también, pero en el medio algo se perdió porque el resultado no convence. Y no se trata de exigir una fidelidad ciega a las versiones originales, ya que su status de culto no las hace sagradas o intocables.
El problema es que la entrega de 2013 se tomó la historia tan en serio que aburre y no aporta nada nuevo, ni a la saga ni al género. Los baños de sangre previsibles terminan ahogando las vías de escape para las risas (que sí había en las originales), y el exceso de abusos a los miembros del cuerpo humano anestesian cualquier posibilidad de susto. En definitiva, una película de terror que no da miedo ni entretiene.
Por Alejo Tarrío
Licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires
Estudios de Cine Documental en el Centro de Formación Profesional SICA
Twitter: @Alejost
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