Los aristócratas es una película estrenada en el año 2005, dirigida por Paul Provenza. Allí estrellas del stand up como George Carlin, Emo Philips, Chris Rock y Sarah Silverman, y actores como Robin Williams, Woopi Goldberg y Carrie Fisher, entre tantísimos otros, cuentan un chiste tradicional al que en el nudo de la historia se le pueden aplicar infinidad de variantes, que suelen tener más efectividad cuanto más subidas de tono son. El film, que se supo proyectar en el BAFICI, fue exitoso, con una calificación de 72/100 puntos en Metascore, y bien puede ser comparada con una de las historias que circula en los primeros episodios de la miniserie Coppola, el representante: la compra de la famosa Ferrari negra en Italia por parte de Diego Maradona. En distintos momentos se hace mención a esa anécdota, y siempre Coppola la cuenta de un modo diferente, dependiendo de quienes sean sus interlocutores del momento. Y la eficiencia, como ocurre con el chiste de Los aristócratas, es siempre la misma: la garantía de atención constante y sonrisas aseguradas por parte del auditorio.
Los seis episodios de Coppola, el representante, que se pueden ver a través de la plataforma de streaming Star + con dirección de Ariel Winograd, dan cuenta de seis momentos en la vida del manager de Maradona. Gran parte de lo que se cuenta ya lo hemos escuchado de modo oral por parte del protagonista de la trama, por lo que los detractores del spoiler pueden protestar allí. El tema es como se cuenta eso que ya conocemos. Y allí se pueden ver enseguida los hilos: por un lado, el televisivo, a través de una narración visual frenética, una estética bien deudora de esos años 90 donde ocurrieron los, con una fragmentación y un sinnúmero de planos que en su momento pudo pasar como algo novedoso pero que ahora es moneda corriente. Lo mismo aplica al recurso del granulado de la pantalla, las tipografías de los títulos y créditos, y la música retro (¿cuánto hacía que no sonaba ese “Gomazo súbete, muévete…” tan característico de Videomatch y de Ritmo de la noche?). Y por el otro un guion que, salvo en contadas ocasiones (el famoso incendio en la casa que el futbolista habitó en Barrio Parque), contradice por soft todas las historias y mitos urbanos que se tejieron sobre Maradona y Coppola, y que muchas veces ellos mismos supieron alimentar.
Juan Minujín, en el papel de Guillermo Coppola, está perfecto, y no hay un calificativo superior. Su interpretación de Coppola no sólo es más que verosímil, sino que alterna con solvencia los momentos que van de la comedia al drama sin solución de continuidad. Un escalón más abajo podemos ubicar los papeles de Mónica Antonópulos (como Amalia “Yuyito” González) y Adabel Guerrero (en el rol de Alejandra Pradón). Y los cameos de Rodolfo Ranni (Enzo Ferrari) y Gerardo Romano (el juez Monaldi) arrancan de inmediato la complicidad y la carcajada por parte del espectador.
Coppola, el representante se ve de un tirón, y puede acarrear cierta nostalgia para quienes vivieron esos años y, también, un espejismo para quienes no. El juicio final de cada uno tendrá que ver con la predisposición final para aceptar como se narra una historia que, a priori, todos conocemos. Como ocurre con los buenos chistes o con la vida de Guillermo Coppola.