El 1º de junio de 1999 falleció, a los 33 años, en el barrio porteño de Flores y producto de un cáncer linfático derivado por tener en su organismo el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), la vedette Cris Miró. La primera persona trans que encabezó una revista en el Teatro Maipo en 1995, en una época en la que el “qué dirán” ante una situación así es inimaginable para las generaciones posteriores que lograron hitos para la comunidad LGTBIQ+ como la sanción de la ley del matrimonio igualitario, por citar sólo uno de los derechos sociales ganados. Alguien que abrió puertas y allanó caminos para que Flor de la V, Mariana Genesio Peña o Camila Sosa Villada, cada una en su ámbito, ocupen el lugar que ocupan hoy en día.
Cris Miró (Ella) es la serie biopic de ocho capítulos de media hora de duración promedio que da cuenta de su vida, y que se puede ver por Flow y TNT. Dirigida por Martín Vatenberg y Javier van de Couter, está basada en el libro Hembra Cris Miró: Vivir y morir en un mundo de machos, escrito por el periodista de La Nación Carlos Sanzol, y cuenta con el asesoramiento de Esteban Virguez, hermano de Cris, por lo que se descuenta el beneplácito de sus seres más queridos sobre el resultado final de la obra. Y está protagonizada por la española Mina Serrano como Cris, y Katja Alemann, Victorio D’Alessandro, César Bordón, Martín “Campi” Campilongo y Alejandro Tantanian en roles secundarios.
El primer análisis de Cris Miró (Ella) es el obvio, ya que es una serie inevitable: muchos personajes más irrelevantes que ella en la vida cultural de la Argentina han tenido su ficcionalización en forma de biopic, por lo que acá se puede hablar casi de un acto de justicia poética. Por otro lado, también vale la pena destacar las actuaciones. Serrano logra, desde un physique du role súper convincente (es notable el trabajo vocal para sacar el tono de voz de Cris y sus afecciones), Alemann y Bordón (sus padres) logran ser verosímiles ante la situación de vida de hijo devenido en hija que les toca atravesar, y tanto Tantanian como Campi logran transmitir el clima de época del teatro de revistas para arriesgar ante una propuesta inédita para ese momento.
Pero en el déficit hay que anotar una tendencia que llega a su apogeo en la pieza dedicada a la vida de Guillermo Coppola: la de privilegiar la anécdota para lograr una suerte de legitimidad a la hora de enhebrar el relato en su conjunto. En el caso de Cris Miró (Ella) el modo en el que ella llega, de la mano de Juanito Belmonte (Tantanian), a ser “la primera travesti con conchero y plumas de la calle Corrientes” se privilegia antes de la cuestión verdaderamente relevante: la manera en la que una persona que siempre se sintió mujer pudo resolver esa imposibilidad que le brindaba su género. De ahí que momento como, en su adolescencia, sufrió el rechazo de su madre, brille por sobre otras e incluso se potencie más cuando aparece material de archivo y se puede ver a la Cris real en la mesa de Mirtha Legrand y en el living de Susana Giménez, en situaciones que los memoriosos recordarán y que no develaremos acá por el temor de la maldición del spoiler.
Cris Miró (Ella) hace justicia con su figura ya que, más allá de destacar su valentía, recuerda su figura con una cualidad intransferible: su talento. Una virtud que trasciende toda clase de fronteras y prejuicios y que, sin dudas, hubiese sido la mejor forma de recordarla. Y eso, ayer, hoy y siempre, no es poca cosa.